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La historia general de las Indias | Crítica
La historia general de las Indias. Gonzalo Fernández de Oviedo. Fundación Castro. Madrid, 2023. 744 págs. 52 €
La historia general de las Indias que el lector tiene a su disposición es la primera parte de aquella General y natural historia de las Indias que el capitán Gonzalo Fernández de Oviedo, cronista de Indias, quería dedicar al césar Carlos en el año de 1535, pero que no se vería publicada en su totalidad hasta mediado el siglo XIX, a instancias de la formidable erudición don José Amador de los Ríos. A pesar de ello, el lector encontrará en estas páginas todo cuanto hay de novedoso y deslumbrante en la obra de Fernández de Oviedo; novedad y deslumbramiento que se corresponden, no solo con la existencia de un vasto mundo en ultramar, ignorado por los europeos, sino con la estructura misma de la modernidad, cuyas herramientas son las que va a disponer González de Oviedo en servicio de una labor ingente: conceptuar y describir una realidad colosal y extraña.
Una de estas herramientas, según recuerdan en su Introducción Belinda Palacios y Natacha Crocoll, será la Antigüedad, utilizada como recurso orientativo. Esta historia “general y natural” de Fernández de Oviedo no se explica sin la Historia Natural de Plinio, cuya ligazón pudiera ser heteróclita y premoderna, pero cuya voluntad es ya la de consignar el mundo al completo. Y es a esta catalogación en numerosos órdenes (botánicos, antropológicos, históricos, lingüísticos, sociológicos), a la que se entrega Oviedo en un castellano claro y sencillo, cuya vocación primordial es la de ser transmisible. No es, por otro lado, Plinio, el único autor antiguo que acude en socorro de Oviedo; sino que son las fuentes históricas de Grecia y Roma, y la épica asociada a sus grandes figuras (no tanto las obras de caballerías), las que surtirán de imágenes a los cronistas, para narrar los episodios, bélicos o no, en los que participó la tropa destacada a ultramar. Esto se ve con claridad en Bernal Díaz del Castillo, cuyo imaginario -junto al de la tradición judeo-cristiana-, es el imaginario de las gestas antiguas, hasta el punto de considerarse superiores a César y Alejandro, en su Conquista de la Nueva España, que titula como Historia verdadera, en oposición a la escrita por López de Gómara y lo testimoniado por Las Casas; asunto que nos lleva a las Décadas del Nuevo Mundo de Pedro Mártir de Angleria, quien precede a Oviedo como cronista de Indias, y a quien Oviedo desacredita reiteradamente, por lo mismo que Díaz recriminará a Gómara: ni Gómara ni Anglería conocen el Nuevo Mundo.
Esta cuestión de las fuentes nos conduce al otro hemisferio cultural del que se surte el imaginario europeo -y el Renacimiento, en suma- para catalogar, enjuiciar y racionalizar el hecho desbordante del Nuevo Mundo. Me refiero a la Biblia; y en concreto, al Antiguo Testamento, donde se da noticia de una primitiva diseminación de las tribus por el orbe. Se comprende así el éxito de un falsario como Viterbo, quien siguiendo la tradición etimológica de san Isidoro de Sevilla, dará explicación a un grave enigma de aquella hora: quiénes son y a qué tribu bíblica pertenecen los nuevos súbditos ultramarinos de la corona española. Por otro lado, la disputa entre cronistas habrá de dirigirnos a una cuestión de la mayor importancia, cual es la temprana e insistente denuncia de las crueldades y sevicias cometidas contra los indígenas (otra vez Anglería, Oviedo, López de Gómara, Las Casas, etcétera), y cuyo resultado más conocido, a pesar de la dificultad de su aplicación, dada la distancia y la lentitud en las comunicaciones, que propiciaron la impunidad, es el derecho de gentes de Francisco de Vitoria y la legislación en defensa de los indígenas. Esta denuncia de los crímenes y desafueros cometidos al otro lado del mundo, salidos de la pluma de los cronistas oficiales de Indias, es un distintivo de la presencia española en el Nuevo Mundo, que debe vincularse, como parece lógico, con el proselitismo religioso y la conversión de la paganidad a la que aspiraron la Corona y el papado.
Tales consideraciones, explicadas con puntualidad en su Introducción, son las que sustentan esta obra de Fernández de Oviedo; obra donde la moderna consignación del dato, el gusto de la novedad y el prurito de la exactitud se apoyan, contra lo dicho y reiterado por Las Casas, en una mirada atenta y compasiva.
Es en los 60 del siglo pasado cuando Alejo Carpentier acuña su concepto de “lo real maravilloso”, citando la correspondencia habida entre Hernán Cortés y el césar Carlos, y donde el conquistador confiesa la dificultad de su idioma para expresar la variedad y el asombro del mundo nuevo. Esta misma conciencia del lenguaje es la que pondrá al inquisidor Landa, a fray Bernardino de Sahagún, a Fernández de Oviedo y al Inca Garcilaso a glosar y preservar las culturas autóctonas. “¿Cuál ingenio mortal sabrá comprehender -se pregunta Fernández de Oviedo después de citar a Isidoro de Sevilla, a Mateo apóstol, a Tolomeo y al Tostado- tanta diversidad de lenguas, de hábito, de costumbres en los hombres destas Indias? ¿Tanta variedad de animales, así domésticos como salvajes y fieros? ¿Tanta multitud innarrable de árboles, copiosos de diversos géneros de frutas?”. Responder a este centón de preguntas, con exactitud y ligereza, es la empresa a la que destinó buena parte de sus días el madrileño Gonzalo Fernández de Oviedo. No exageramos si decimos que su obra es un vertiginoso y encomiástico prontuario del mundo, ahora sí, concebido en su completitud.
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