"Hoy parece que si escribes una novela negra tienes que inventarte salvajadas"

Elia Barceló. Escritora

La autora regresa con 'La noche de plata', una intriga sobre asesinatos de niños situada en Viena.

"Yo quiero hablar de un problema social espantoso, pero no me interesa el morbo", dice.

La narradora Elia Barceló.
La narradora Elia Barceló. / Nina

La alicantina Elia Barceló (Elda, 1957), distinguida hace unas semanas con el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por su obra El efecto Frankenstein y una de las autoras más populares de la narrativa actual gracias a éxitos como El color del silencio o El eco de la piel, regresa a las librerías con La noche de plata (Roca Editorial). Una intriga absorbente y sutil sobre desapariciones de niños que protagoniza Carola Rey, policía de excedencia que acepta un encargo que no responde exactamente a su especialidad: hará el inventario de la biblioteca de un rico y enigmático marchante mexicano que reside en Viena. El destino hará que la investigadora se encuentre con una trama de crímenes brutales y tenga que enfrentarse a un doloroso pasado.

–Ambienta el libro en Austria, donde usted vive, un país del que han trascendido un buen número de casos de pederastia. ¿Encuentra alguna explicación a esa circunstancia?

–Nunca he sido capaz de encontrar explicación a una aberración tan grande. Supongo que esa ha sido una de las razones que me han llevado, después de tantos años de darle vueltas, a tratar de entender qué pasa, por qué hay personas –hombres en su mayoría– que no sólo encuentran sexualmente atractivos a niños y niñas de corta edad, sino que desean hacerles daño y están dispuestos a pagar lo que haga falta para poder hacerlo. Me figuro que tiene relación con el poder, con el control absoluto sobre alguien que no puede defenderse, y esto es, por desgracia, universal. No está más relacionado con Austria que con otros países, pero yo vivo allí, allí se han dado casos tristemente famosos, y la ambienté en Viena porque conozco bien la ciudad y me he documentado sobre cosas similares que sucedieron allí mismo o por esa zona.

–¿Fue muy doloroso documentarse para una historia así?

–Leí muchas cosas que no me sentaron nada bien y vi muchas entrevistas a personas que sobrevivieron a terribles crímenes y que luego me quitaron el sueño, pero me pareció un precio correcto para poder empaparme de la temática y luego rebajar la intensidad y los detalles antes de ofrecérsela a mis lectores y lectoras. Porque lo que yo trato de hacer –además de brindar unas horas de lectura interesante y atractiva, y la posibilidad de reflexionar– es llamar la atención sobre un espantoso problema social, no escribir escenas escandalosas y voyeurísticas. Las personas que leen lo que yo escribo son adultas y formadas, y tienen suficiente imaginación para ver en su mente lo que yo sólo insinúo. Describir ciertas cosas con todo detalle sería caer del lado de los criminales y convertir en cómplice de un delito a quien lee.

–En un momento en el que se idolatra la juventud es bonito encontrarse con personajes protagonistas como Carola y Wolf, gente ya madura con unas cuantas heridas y un puñado de historias que contar.

–Me alegra que lo vea usted así. Yo también estoy un poco harta de que todos los personajes de novelas y películas sean jóvenes, y me molesta que, especialmente las actrices, dejen de recibir ofertas de buenos papeles en cuanto cumplen los 50, como si una mujer a la que le quedan estadísticamente treinta y cinco años de vida ya no tuviera nada que ofrecer. Durante mucho tiempo, en la historia de la humanidad, la experiencia fue un valor importante y se respetaba a las personas mayores o ancianas, entre otras cosas porque se necesitaban su sabiduría y su experiencia vital. Ahora mucha gente piensa que, como todo está en internet, ya no sirve de nada la opinión de una persona jubilada o a punto de jubilarse. Yo trabajo cada vez más con personajes maduros y he descubierto un auténtico mundo de temas y problemas que me interesan muchísimo y que, al parecer, también interesan al público.

"Estoy harta de que todos los personajes de películas y libros sean jóvenes. Antes la experiencia era un valor importante"

–En un pasaje de la novela se dice que los seres humanos somos monstruos que fingimos. ¿Usted está de acuerdo?

–No. La frase es llamativa y en el contexto en que la uso en la novela sirve para reflexionar, pero yo creo que la mayor parte de los humanos somos gente decente. Lo que pasa es que artística, literariamente, hemos ido derivando hacia la admiración de la maldad, de la crueldad... A nadie parece interesarle un personaje bueno y honesto, a menos que sea el adversario de un malo impresionante. Hace años, cuando surgió el personaje de Hannibal Lecter, empecé a preocuparme de lo que nos está pasando como sociedad cuando el lector o el espectador llega a identificarse y a admirar a un enfermo mental caníbal. Desde entonces cada vez hay más literatura negra de monstruos y psicópatas, y los autores se esfuerzan por dar cada vez una vuelta de tuerca más, con lo que acabamos con unas barbaridades injustificables en las tramas sólo porque hay que vender libros. Antes, con un cadáver en una novela, bastaba. Ahora parece que hay que inventar auténticas salvajadas para no perder público.

–En el libro hay muchos guiños al arte y la literatura: referencias a pintores, una biblioteca con miles de volúmenes… Pero uno puede ser una persona culta y ser también un bárbaro.

–Efectivamente. La cultura, por desgracia, no tiene mucho que ver con la ética, ni con la simple decencia. Una persona culta, formada, tiene un importante poder de definición y, por tanto, define lo que ella misma hace como totalmente aceptable. Cuando se define a la víctima como infrahumana, por ejemplo, ya no es problema. Hemos tenido muchas ocasiones de ver cómo personas de pueblos educados y cultos se volvían asesinos y torturadores en cuanto tenían ocasión. El que uno disfrute de la música de Mozart o los sonetos de Shakespeare o vaya a la pinacoteca todas las semanas no significa que no pueda ser una mala bestia, sobre todo si sabe que sus actos no van a tener consecuencias.

–Usted tiene algo anhelado por cualquier autor: la fidelidad de los lectores.

–Estoy muy agradecida porque me siguen novela tras novela cada vez a un lugar y casi a un género distinto. Esa fue siempre la ilusión de mi vida literaria: conseguir que quien me lea lo haga porque se trata de una historia mía, con mi voz y mi forma de ver el mundo, independientemente de la historia que narro cada vez. Creo que uno de los motivos por los que he conseguido este tipo de público es porque siempre escribo lo que necesito escribir, la historia que me ha enamorado. No escribo nunca lo que se lleva o lo que le ha dado el éxito a otro autor, o más de lo mismo con esa idea de que, si ha funcionado una vez, seguirá funcionando. Mis historias son siempre nuevas, aunque hay temas que suelen estar presentes, los que más me importan: el amor en todo tipo de formas, el tiempo, los secretos...

"Tengo un público fiel porque siempre cuento una historia que me ha enamorado. Nunca he sucumbido a una moda”

–En una nota final dice que empezó la redacción de la novela “en libertad” y la acabó confinada en marzo. ¿Cómo lleva de ánimos esta segunda ola del virus?

–Trato de llevarlo bien, porque no sirve de nada, ni a mí ni a quienes me rodean, llevarlo mal; pero, lógicamente, estoy un poco harta de la situación, ya que toda mi familia vive en distintas ciudades y países y resulta terrible no poder moverse libremente. Además, me parece muy triste ver que en pleno siglo XXI y con toda la información científica a nuestro alcance, aún haya tanta gente diciendo estupideces como que es todo mentira y nos engañan, sin que ni ellos mismos sepan decir para qué, y no lleven todo el cuidado necesario para evitar la propagación del virus.

–Enhorabuena, por cierto, por el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil…

–¡Muchísimas gracias! Ha sido una sorpresa maravillosa y un enorme honor que me hayan concedido un premio tan importante.

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