Siglos dichosos aquellos

La edad de oro | Crítica

Francisco Martínez Cuadrado dedica un ameno e instructivo ensayo a recorrer la "vida, fortuna y oficio" de los escritores áureos

El profesor, ensayista y crítico Francisco Martínez Cuadrado.
El profesor, ensayista y crítico Francisco Martínez Cuadrado.

La ficha

La edad de oro. Vida, fortuna y oficio de los escritores españoles en los siglos XVI y XVII. Francisco Martínez Cuadrado. Prólogo de Juan Lamillar. Renacimiento. Sevilla, 2020. 408 páginas. 21,90 euros

Tenemos una idea vagamente escolar –y puede que ya ni eso– del siglo o los siglos de Oro de la literatura española, en la que se conjugan algunos nombres y retratos célebres con títulos más reverenciados que leídos y un puñado de versos o pasajes convertidos en expresiones proverbiales, sumados a la idea de un Imperio colosal que ya en el XVII empezaba a dar signos de agotamiento y declive. Reducida casi en exclusiva al ámbito universitario, la inmensa bibliografía que ha suscitado la época más fecunda de las letras hispánicas apenas trasciende la comunidad de estudiosos e investigadores, por eso son tan necesarias obras que aspiren a llegar a un público más amplio. Es lo que se propone y ha conseguido La edad de oro de Francisco Martínez Cuadrado, un libro ejemplar por su perspectiva panorámica y su capacidad de síntesis, que tiene el valor añadido de abordar la materia con rigor y amenidad, acercando a los lectores no especialistas la intrahistoria, el contexto no sólo literario y la vida cotidiana de los escritores en los "siglos dichosos aquellos", como llamó el ingenioso hidalgo a los que en la Antigüedad, tan presente en el periodo, forjaron los perdurables cimientos de nuestro mundo.

A los 'doce magníficos' pueden sumarse medio centenar de figuras no menores

De acuerdo con el episodio canónico, el autor sitúa el inicio de la edad de oro hace algo menos de quinientos años en los jardines de la Alhambra, con la famosa conversación de 1526 entre el poeta Juan Boscán y el embajador de Venecia, el humanista italiano Andrea Navagero, cuando el segundo insta al amigo de Garcilaso de la Vega –que lo seguiría en el empeño– a que abandone las formas castellanas tradicionales para escribir a la manera de los petrarquistas italianos. Y establece su cierre 155 años después, de modo no menos simbólico, con la muerte de Calderón de la Barca en 1681, mientras trabajaba en uno de los autos sacramentales que le solía encargar el Ayuntamiento de Madrid para la festividad del Corpus. Entre ambos hitos transcurre ese siglo y medio largo en el que se suceden o sobreponen las vidas de los doce magníficos –"en realidad trece si supiéramos quién escribió Lazarillo de Tormes"– a los que en mayor medida asociamos los logros de un tiempo irrepetible: de Garcilaso a Gracián, atendiendo a sus fechas de nacimiento, una alta línea que comprende a santa Teresa de Jesús, fray Luis de León, Herrera, san Juan de la Cruz, Cervantes, Góngora, Lope, Tirso, Quevedo y Calderón, nómina verdaderamente impresionante a la que pueden sumarse medio centenar de figuras no en absoluto menores, distribuidas entre la primera generación del Renacimiento y la tercera del Barroco, conforme a la razonable periodización de Martínez Cuadrado.

El tristísimo caso de fray Luis ejemplifica las sombras que convivían con las luces

Como señala en el prólogo Juan Lamillar, el ensayista aborda su tema desde un enfoque esencialmente sociológico que recrea las circunstancias en las que se desempeñaban los poetas, novelistas y escritores de teatro, sus relaciones con el poder y las autoridades, las ásperas rivalidades que enfrentaban a unos y otros, la presencia omnímoda de la Iglesia o la importantísima función que sobre todo en el XVII desempeñó la institución del mecenazgo. Los distintos aspectos de la vida literaria y su marco histórico, ideológico, social y económico vertebran un recorrido que atiende en detalle a los orígenes, estudios y oficios de los escritores, al casi rito de la peregrinación a Italia como cuna y centro irradiador del humanismo, a la actividad de las academias y las animadas justas poéticas, al proceso de publicación y recepción de las obras –en pleno auge de la imprenta, aún seguía viva la transmisión oral y muchos de los textos se difundían en ediciones manuscritas– o a los mecanismos de la censura y la temible acción de los inquisidores en el tiempo de la Contrarreforma. El tristísimo caso de fray Luis, abordado con detenimiento por Martínez Cuadrado, ejemplifica las sombras que convivían con las luces, pero el propio autor acaba su itinerario invitando a admirar lo admirable sin dejarnos condicionar ni por las leyendas negras ni por las leyendas rosas. Una época entera de nuestra literatura revive en estas páginas, merecido homenaje a las generaciones que le dieron al español su prestigio imperecedero.

Genuino afán de la pedagogía

Perteneciente a la benemérita estirpe de los antiguos catedráticos de Instituto, el cuerpo por desgracia devaluado que tanto hizo por elevar el nivel de la segunda enseñanza, Francisco Martínez Cuadrado es hombre de plurales saberes y probada devoción cervantina, antólogo del Quijote y autor de una edición de Rinconete y Cortadillo donde volcó su conocimiento y admiración por la obra del príncipe de los ingenios. Excelente conocedor de la literatura áurea y del sustrato intelectual que alumbró el Renacimiento, como se aprecia en su monografía sobre El Brocense, semblanza de un humanista, los intereses del crítico se extienden asimismo a la poesía contemporánea, en particular la de la llamada Edad de Plata a la que ha dedicado, en colaboración con otros autores, dos antologías comentadas. Su experiencia como docente y redactor de manuales se trasluce en la orientación didáctica de su escritura, que suma a la cortesía de la claridad el genuino afán de la pedagogía. Discreto y cordial inductor de entusiasmos, el profesor Martínez Cuadrado ha alentado la vocación de muchos jóvenes poetas y escritores que sienten hacia el maestro y amigo una gratitud profunda.

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