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Carlos García Gual | Académico y helenista
Sevilla/"Ser catedrático no tiene ninguna importancia. A mí me gustaba dar clases y mi orgullo es ser un viejo profesor de griego". Carlos García Gual (Palma de Mallorca, 1943), catedrático de Filología Griega de la Universidad Complutense, traductor y escritor, ocupa desde febrero la silla J de la Real Academia Española (precedió al último miembro en ingresar hasta la fecha, el dramaturgo Juan Mayorga). Acaba de reeditar en Turner, actualizado, su ensayo de 1991 Audacias femeninas. Hoy se despide de Sevilla tras participar en el cónclave de académicos de ambas orillas.
-¿Qué experiencia se lleva de este congreso y qué recuerdos le ligaban con Sevilla hasta ahora?
-Es muy reseñable esta unión para conmemorar que 580 millones de personas hablamos la misma lengua y que gente diversa está muy de acuerdo en muchas cosas. Hemos tenido a los mejores lingüistas de la lengua castellana preocupados por renovar los diccionarios y recoger lo que el lenguaje tiene siempre de nuevo; y también a escritores muy importantes, daba gusto ver el éxito de los actos con Vargas Llosa, Pérez-Reverte y Fernando Savater. A Sevilla vuelvo cada cierto tiempo, siempre son estancias breves y me quedo con ganas de más. Recuerdo cuando estuve en 1984, con Borges y Calvino, en aquel seminario sobre Literatura Fantástica que organizó Jacobo Siruela en Los Venerables y donde participó también Torrente Ballester, que era un gallego de voz formidable, sonora. Borges se mostró muy animado y Calvino muy reflexivo, un italiano del norte muy fino, eran muy distintos los dos entre sí.
-Este congreso ha abordado los retos que internet trae al castellano. Usted siempre ha sido muy crítico con la dependencia actual de las nuevas tecnologías.
-La sociedad actual está dominada por los medios de comunicación audiovisuales y la gente gasta más tiempo viendo pantallas que leyendo libros. Cuando viajo en metro suelo ser el único en mi vagón que no mira el móvil. En la sociedad de masas hay que defender la libertad individual y la imaginación que se obtienen de la lectura, fuente de placer y felicidad para quienes gustamos de ese mundo. La batalla está perdida pero hay que ir a las barricadas a defender a los individuos.
-Desde febrero forma parte de la Real Academia Española. ¿Qué destacaría del trabajo realizado para renovar el diccionario?
-Hay muchas palabras expresivas que son interesantes como "cuarentañero", que demuestra un cambio de sensibilidad, pues "cuarentón", que se decía antes, era despectivo pero sólo para las mujeres. También tiene ahora una acepción distinta la palabra "cocinillas", que antes se refería con sentido negativo al hombre que se entromete en la cocina, un chisgarabís con un aire un poco afeminado. Sin embargo, cuando el rey Felipe VI nos visitó en la RAE nos dijo que entre sus amigos ser un cocinillas era todo un valor. En mi comisión trabajamos con eminentes filólogos para introducir palabras y acepciones nuevas y manejamos un montón de cuartillas y dossieres donde vienen datos sobre cuántas veces se usa una palabra o cómo se usa. No sólo atendemos a cuántas veces sale en la prensa o en la televisión, sino también en internet, donde tenemos datos de palabras que se han empleado 100.000 veces y han de ser tomadas en consideración. La Academia da el respaldo definitivo y precisa pero no inventa ni preescribe nada: antes ya se ha usado esa palabra. La Academia recoge lo que ya está e intenta definirlo. Pero a veces se necesita más tiempo, sobre todo porque cada vez se introducen más palabras que vienen del inglés y no hay una alternativa válida que podamos dar, como ocurrió por ejemplo cuando estudiábamos el término influencer, que no es lo mismo que influenciador y es una palabra que hemos decidido dejar madurar. El diccionario está pensado para todo el mundo, no para gente refinada, y hay que dar una versión castellana.
-¿Qué pierde esta sociedad por relegar y suprimir las lenguas clásicas de la enseñanza?
-En el bachillerato se ha perdido el griego totalmente, el latín casi, y eso afecta al mundo de la literatura y del pensamiento. Asistimos a un desalojo de la visión humanista para sustituirla por un mundo más frío vertido solamente al empleo y lo rentable en el que se pierde el individuo libre. La cultura clásica nos enseña a amar la libertad de palabra y pensamiento, la curiosidad. La crisis de la lectura, que es lo que nos lleva a la reflexión, es la crisis principal de esta sociedad, sin lectura la vida humana es mucho más plana. Hay que estar abierto a otras épocas, el pasado abre horizontes de reflexión, imaginación y sensibilidad. Es cierto que en el mundo actual se vive cada vez mejor y la tecnología ha significado un avance enorme en campos como la medicina pero también ha producido una homogeneización. Vivimos bajo la tiranía de una civilización tecnológica y de un capitalismo feroz que hace que los pobres sean cada vez más pobres.
-¿Cómo valora esta reedición de Audacias femeninas casi treinta años después de su aparición?
-Cuando lo publiqué tuvo cierto éxito y conoció varias ediciones. Es un libro que reunía pequeñas historias de cinco figuras femeninas que abrían una vía de libertad en la sociedad antigua, donde las mujeres estaban sometidas al servicio doméstico y el silencio porque el mundo de la palabra y de la política era de los hombres. No son figuras revolucionarias pero merecían ser recordadas porque con su inteligencia abrieron un camino de libertad y han derruido agujeros en la red en la que estaban atrapadas. En esta edición he incluido tres más: una figura de tragedia, Ifigenia, la hija de Agamenón; una figura de novela, que se llama Calírroe, y es una historia curiosa y truculenta: una mujer que es raptada y vendida como esclava por unos piratas y va a parar a manos de un rico de Asia Menor, Dionisio, uno de esos griegos sensibles que está dispuesto a morir de amor si ella lo rechaza. Es muy interesante cómo Calírroe se defiende continuamente de los ataques masculinos y defiende su libertad. La tercera es Tarsia, el prototipo de la Gitanilla, la chiquilla abandonada que sobrevive con sus canciones sin dejarse agredir y que procede de un texto esencial en el Medievo pero que hoy está casi olvidado, El libro de Apolonio.
-Siempre le interesaron las figuras femeninas clásicas por lo que no es sospechoso de apuntarse a una tendencia. ¿Vamos por el buen camino, avanzamos?
-Siempre he admirado las figuras femeninas y en mi libro sobre la muerte de los héroes he incluido tras al final: Antígona, Clitemnestra y Casandra. A pesar de la esclavitud y la represión, hay gente que tiene un fuego interior de libertad que se manifiesta de distintas maneras y muchas mujeres lo tienen. En el mundo griego estaban sometidas al silencio pero eso ha sucedido a todas las mujeres hasta prácticamente el siglo XVII y XVIII y ahora mismo en el mundo árabe las mujeres son menos libres que en el mundo griego. Creo que no se ha logrado todo en nuestro contexto pero hemos mejorado, estamos en el buen camino.
-¿Qué mitos y fábulas nos ayudan a entender mejor el mundo y las encrucijadas de ahora?
-Recomiendo leer la Odisea y meditar sobre lo que significan las situaciones que plantea. Ulises es un héroe que no triunfa por la fuerza sino por la inteligencia y la astucia, sabe enfrentarse con su palabra a las magas, a los monstruos... Y las figuras femeninas de la Odisea son muy interesantes, como Circe y Calipso, que se enamoran de él pero le dejan ir. Me gusta mucho también cómo se plantea el tema de la hospitalidad en la Odisea al introducir personajes humildes, como Eumeo el porquerizo, que alberga a Ulises y pese a ser un esclavo -aunque sabemos que lo raptaron de pequeño- es mucho más generoso que los nobles. Homero nunca trata a los troyanos como enemigos, sino como seres humanos, como vemos en ese momento final de la Ilíada en que Aquiles y Príamo se encuentran y se abrazan. Por eso me parece magnífica la obra Los persas de Esquilo donde se evoca una victoria, la de los atenienses sobre los persas, pero no se canta la alegría de los vencedores sino la pena de los que han sido destruidos, que además eran enemigos. Ese dolor por los vencidos es algo que hemos visto en el mundo griego. Cuando Alejandro se encuentra a Darío muerto en sus brazos llora por él porque la destrucción de una vida humana está por encima de las enemistades y eso se ha perdido en nuestro mundo. Las guerras actuales implican la completa destrucción y una terrible deshumanización del adversario.
-¿Qué libro le recomendaría a quien dirija el Gobierno de España a partir de estas elecciones?
-Le recomendaría la lectura de tragedias en general, a Shakespeare o Esquilo, porque en ellas se descubre una cierta grandeza que va más allá del éxito o del fracaso. El viejo Edipo que se descubre a sí mismo como asesino por buscar la verdad no es un triunfador en la vida pero sí un ejemplo de la grandeza humana, comparte con los personajes de Shakespeare esa nobleza en el dolor. Y aunque sea tópico recomiendo El Quijote, donde también hay ejemplos de la grandeza de los individuos. Al final de la novela de Cervantes vemos cómo Sancho participa de las ilusiones de su señor, se ha ennoblecido su manera de pensar, y al mismo tiempo Don Quijote comprende a Sancho, se han hecho amigos, han superado las diferencias sociales y descubren que han encontrado en el otro algo que le falta.
-¿Necesita la cultura griega una figura que la ponga de moda como ha logrado la académica inglesa Mary Beard con Roma?
-Mary Beard ha tenido tanto éxito porque es una magnífica investigadora y sabe contar las cosas muy bien. Pero sin llegar a ese grado de popularidad ha habido mujeres muy importantes antes que ella que han difundido la cultura helenista como Mary Renault, formada en Oxford en literatura clásica, que escribió una trilogía sobre Alejandro y fue conservadora del British Museum; la alemana Christa Wolf (1929-2011) con su exitosa novela Casandra y no podemos olvidar a la francesa Madame de Romilly, que fue la primera mujer en ingresar en el Colegio de Francia y la segunda que entró en la Académie Française tras Marguerite Yourcenar. Siempre recuerdo que en una entrevista que le hicieron, al preguntarle cuáles eran sus honores y qué le debía a la vida, dijo estar muy contenta "por haber convivido con Tucídides, Sófocles y Homero, y qué más se puede pedir". Yo me apunto también a eso.
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