La fe razonada
Consuelo de la filosofía | Crítica
Acantilado publica una nueva traducción de la obra más célebre de Boecio, síntesis de filosofía antigua y cristianismo que tuvo gran influencia en los teólogos medievales y el primer Renacimiento
La ficha
Consuelo de la filosofía. Boecio. Trad. Eduardo Gil Bera. Acantilado. Barcelona, 2020. 208 páginas. 14 euros
Publicada en el mismo inicio de la Edad Media por un precursor de la escolástica que ha sido considerado el último de los romanos antiguos y el primero de la era posterior a la caída del imperio de Occidente, De consolatione philosophiae fue uno de los libros más prestigiosos del largo periodo que sucedió al ocaso del paganismo, obra de transición con la que el filoheleno Boecio levantaba un puente entre los filósofos griegos –tradujo e intentó conciliar a Platón y Aristóteles– o sus continuadores latinos, en particular el Séneca adaptado a la moral de los galileos, y una doctrina cristiana a la que no aludía expresamente. Escrita al final de su vida, en vísperas de su decapitación ordenada por el rey ostrogodo Teodorico el Grande, de quien Boecio había sido magister officiorum hasta que lo acusaron de conspirar contra el monarca, la obra ha sido muchas veces traducida a todas las lenguas europeas y brilla de modo especial en esta nueva versión del escritor y ensayista navarro Eduardo Gil Bera, que ha volcado el prosimetrum del original en un castellano claro y elegante, de sintaxis impecable.
Frente a lo que pueda sugerir su título, Consuelo de la filosofía no es un libro que se inscriba del todo en la tradición de los consejos para el buen vivir, puesto que se adentra más en el poder de la creencia –de la fe en una suprema divinidad identificada con el bien– que en el ámbito del pensamiento estricto, pero es precisamente el modo en que se sirve de los autores clásicos para apuntalar su propuesta ética lo que le da su originalidad, muy deudora de las escuelas estoica y neoplatónica. Las cinco secciones toman la forma de un diálogo de raíz socrática –o sea un falso diálogo– entre el propio Boecio y la filosofía personificada en una "mujer de aspecto venerable", nodriza del sabio caído en desgracia –"Yo que siempre canté a la alegría, hoy entono estas tristes cadencias", leemos al comienzo– y "maestra de todas las virtudes". La fortuna, la felicidad, la presencia del mal en el mundo, el libre albedrío o la providencia son algunas de las cuestiones abordadas por un tratado que desempeñó un importantísimo papel de transmisión del legado de la Antigüedad a la vez que inauguraba, ensanchando su dominio, una teología que ni siquiera necesitaba referirse a las Escrituras.
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