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El violín de fayenza | Crítica
El violín de fayenza. Champfleury. Trad. Carla Fonte. Periférica. Cáceres, 2023. 144 págs. 16 €
No sin razón, en esta divertida novela de Champfleury se presenta el coleccionismo como una novedosa y letal enfermedad que azota su siglo. Los protagonistas de El violín de fayenza -un raro violín hecho en cerámica-, viven consumidos por esta sed moderna, y no ahorrarán esfuerzos para perseverar en su acopio frenético de piezas. Champfleury, sin embargo, no es solo un humorista que busque satirizar a este particular grupo humano. Es también un destacado miembro de esa “secta”, que dedicó un buen número de páginas al arte y a la artesanía populares. No en vano, Champfleury, pseudónimo de Jules François Félix Husson, fue amigo de Baudelaire y compañero suyo en el oficio de críticar el arte, donde Champfleury demostrará una superior erudición, junto a un excelente criterio. A esta doble cualidad deberemos su Historia de la caricatura en seis tomos, en la que a su claridad de juicio se sumó el interés por las artes “menores”, que al otro lado del canal tendrá su valedor en las Arts & Crafts de Morris.
Volviendo a El violín de fayenza, Champfleury no hace sino caricaturizar un fenómeno de aquella hora (nunca hubo tal número de coleccionistas ni un tráfico tan abultado de piezas), que cabe asociar a las predaciones artísticas del XIX; ya sean las destrucciones habidas durante la Revolución francesa, que afectaron al arte religioso principalmente; ya el inmenso robo ejecutado por Napoleón durante sus campañas (véase el Louvre); ya el reiterado saqueo británico y germano, principalmente, que llevó numerosas piezas de la Antigüedad a sus museos. En esta formidable remoción de obras -obras de toda época y lugar, lo cual también es novedoso- es donde se origina un próspero mercado internacional, donde el coleccionista adquirirá su actual envergadura. En el caso de El violín de fayenza, como es fácil imaginar, se trata de envergadura modesta; aún así, Champfleury destaca ya la exploración y el “saqueo” a pequeña escala -y el encarnizado regateo con los lugareños, que también buscan su ganancia- como la forma de convertir el arte en un discreto y hermoso valor de cambio.
En esa búsqueda incesante de la pieza única es donde los competidores y amigos de El violín de fayenza exhiben su particular herida; una herida contemporánea en la que belleza cobra el brillo y el temblor del oro.
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