Encuentro de la Fundación Cajasol
Las Jornadas Cervantinas acercan el lado más desconocido de Cervantes en Castro del Río (Córdoba)
Bret Easton Ellis | Escritor
Málaga/El encuentro con Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 1964) tiene lugar en un céntrico hotel de Málaga, a donde el escritor ha acudido para celebrar un encuentro con los lectores en el Museo Picasso invitado por el Centro Andaluz de las Letras. Inmerso en la promoción de Los destrozos (Random House Mondadori), su primera novela en trece años, el autor de títulos decisivos de la literatura americana como Menos que cero y American Psycho, llevadas al cine, acusa el cansancio por lo que considera "una exhibición desmedida por mi parte". A partir de aquí, el principal exponente de la llamada Generación X se revela como un conversador de largo alcance, al que le gusta llevar las riendas del diálogo si bien se muestra generoso a la hora de pronunciarse sin pelos en la lengua.
-¿Es esa exhibición distinta para usted en Europa? ¿Se siente más respetado fuera de EEUU?
-No, no es eso. Es que son mecanismos distintos. De entrada, un tour promocional es una tarea fatigosa. Pero es que en EEUU, directamente, ya no hago estas giras. Allí no sirven para nada. Y ya no porque me cancelen cada vez que abro la boca, sino porque todo funciona de otra manera. Otra cosa son los clubes de lectura, en los que tienes un contacto directo con gente que se ha leído tu novela. Pero un tour promocional en el que tienes que exhibirte delante de personas que ni la han leído y a las que seguramente ni les interesa, créeme, es mejor entrar en la lista de best sellers del New York Times. En Europa es diferente. Por lo menos, más excitante. Pero nunca dejo de preguntarme por qué me meto en estos líos. Mira, cuando venía en el tren a Málaga desde Madrid justamente me hacía otra vez esta pregunta: por qué me dejo embarcar así. Pero caí en la cuenta de que estaba viajando en primera clase, leyendo mi libro, sin uno solo de los problemas a los que tengo que enfrentarme a diario en mi casa, con mi pareja, con mis padres que son ya muy mayores, con otros escritores, todo eso. Y entonces casi me entraban ganas de pedir a los editores que prolongáramos el tour un mes más. Aunque luego venga gente a decirme que Menos que cero le cambió la vida y todo ese rollo.
-¿Y no le gustaría parecer un escritor más europeo? Los destrozos está muy cerca de la autoficción, eso le haría ganar puntos.
-No me siento un escritor de ningún lugar en particular, ni de ninguna clase. Para mí, escribir es un hobby. Nunca he tenido la pretensión de ser un escritor profesional. Cuando escribí Menos que cero no tenía para nada tomada la decisión de hacerme escritor. Entonces yo quería ser cineasta, o músico. Me lo pasaba muy bien escribiendo, y ya está. No había otro motivo. Todavía cuando vuelvo a releer Menos que cero cojo un bolígrafo y empiezo a hacer correcciones. Estoy convencido de que pude haber escrito esa novela mucho mejor, pero es que no tenía ninguna pretensión cuando la escribí. Después, eso me ha ido pasando con todos mis libros: vuelvo a ellos, los reviso y pienso “vaya, aquí debí haber escrito esto de otra manera”. Pero esto tampoco me preocupa. Cada uno de mis libros representa un momento exacto de mi vida, y fue escrito en correspondencia con lo que yo vivía en cada uno de esos momentos. Me he pasado cuarenta años de mi vida intentando escribir Los destrozos. Y ya pensaba que nunca sería capaz de hacerlo. Tuve por primera vez la idea de esta novela a los dieciocho años, mientras escribía Menos que cero. Pero he tenido que esperar a ser un hombre cincuenta y seis años para darme cuenta de que podía escribirla.
-Pero usted publicó Menos que cero con 21 años y fue un gran éxito, ¿ni siquiera entonces se sintió un escritor de pleno derecho?
-No. Es que yo ni siquiera quería publicar esa novela. La escribí para mí, para tenerla guardada en mi cajón y para dársela a mis amigos. Fueron ellos, mis amigos, mi familia y mis profesores los que me animaron a publicarla. De no ser por ellos, nunca lo habría hecho.
-¿Y qué habría sido de Bret Easton Ellis si aquel manuscrito se hubiera quedado en el cajón?
-Me habría dedicado al cine. Habría sido un gran cineasta. Pero sí, el éxito de Menos que cero sucedió. Y me lo había pasado en grande escribiéndola, así que tenía que gestionar eso. Mi idea había sido siempre la de terminar el libro y dedicarme después al cine, pero casi de repente me vi metido en el proyecto de escribir Glamourama, me instalé en Nueva York, empecé a vivir de noche, trabajando en un libro que amaba aunque tardé ocho años en terminarlo. Luego llegó American Psycho y con él la fama, la gente empezó a ver en mí a alguien que yo no era y que no tenía nada que ver conmigo. Mi padre y yo dejamos de hablarnos, pero yo me estaba divirtiendo mucho con mi faceta de nuevo Stephen King. Pasaron los años hasta que llegó el gran desastre de Hollywood. Luego volví a Los Ángeles, recuperé a algunos de mis amigos aunque perdí a otros. Nunca me convertí en aquel gran cineasta. De manera que no sé qué habría pasado si tampoco me hubiese convertido en escritor. Eso lo dejo para mis fantasías.
-Los personajes adolescentes de Los destrozos, incluido Bret, se mueven entre la libre expresión del deseo y el miedo a que suceda algo terrible que finalmente sucede. ¿En qué medida esta tensión le define a usted?
-¿En la actualidad?
-Por ejemplo.
-Se da una mezcla de todo eso, sí. Desde luego, no habría podido escribir Los destrozos si no me hubiera sentido lo suficientemente libre como para expresarme de manera abierta sobre el deseo. A mis dieciocho años habría sido incapaz de expresarme así, pero hace veinte años tampoco se me habría ocurrido. Y tampoco habría podido escribir entonces sobre gente que fue muy importante para mí en aquellos años con el amor que he podido dedicarles ahora. Por otra parte, ha tenido que pasar tiempo para que pudiera tomar conciencia de la mentira en que vivía, de lo buen actor que era a mis diecisiete años. Yo era entonces muy feliz, confiaba en mis amigos, estaba convencido de que estarían ahí para siempre. Pero he tenido que tomar distancia para escribir sobre todo aquello con la mayor verdad. A menudo pienso que los artistas y creadores gays resultan interesantes porque todos ellos, en mayor o menor medida, han tenido que tomar distancias de las construcciones sociales habituales y esto les ha permitido ver el mundo desde fuera. Pero esto requiere un proceso de madurez. A los diecisiete años, por mucho que lo hubiese pretendido, no habría podido escribir sobre mis emociones. Sólo ahora he podido escribir de una manera honesta sobre episodios que sucedieron entonces, como la relación que mantuve con un hombre mayor que me prometió abrirme las puertas del mundo del cine.
-¿Y qué hay del miedo a la represión de ese deseo?
-Ya llevo tiempo lidiando con eso. Soy un escritor cancelado desde que cumplí los veintiséis años. Me quedé sin editores en Europa cuando publiqué American Psycho. Perdí a todos menos a Picador, que conste. Me han cancelado por mis tuits, por ser un hombre blanco en Los Ángeles, por cualquier cosa. Así que sólo espero que me cancelen de una vez, definitivamente. No quiero formar parte de esta cultura. Siempre digo lo que quiero decir, y lo seguiré haciendo. El lenguaje políticamente correcto es la antítesis del arte y la libertad de expresión. Y, mira, me he hecho viejo y estas cosas ya no me importan. Si la cosa se pone fea puedo vender mi casa de Los Ángeles y mi apartamento de Nueva York e irme a donde sea, no tengo hijos, no tengo muchas responsabilidades. Pagaría ese precio encantado si así pudiera escapar de este manicomio.
-En las escuelas de Utah han prohibido la lectura de la Biblia después de que algunos grupos conservadores la consideraran una obra pornográfica. ¿Quedará algo sin cancelar?
-La cultura de la cancelación ha estado siempre muy arraigada en los grupos conservadores, pero ya lo está también en los grupos de izquierda. Los dos bandos lo hacen. En lo que a mí respecta, unos y otros quieren verme fuera de los medios. Lo que pasa es que siempre podías esperar algo así desde los ámbitos más conservadores y puritanos, pero que la izquierda llegase a actuar de la misma manera, eso nadie podía imaginárselo. Créeme, tengo amigos que militan en la izquierda en Estados Unidos y están muy preocupados por lo que está pasando. Pero yo seguiré diciendo que las nuevas políticas de género son absurdas. Que los hombres son hombres y las mujeres son mujeres. Todo lo demás es una estupidez. La realidad se está manipulando a niveles inadmisibles, todo lo que Orwell anticipó en 1984 se está cumpliendo literalmente.
-¿Qué me dice de la posibilidad que ofrece la literatura de ponerse en el lugar del otro, incluso cuando ese otro es alguien deleznable?
-¿Por ejemplo?
-Humbert Humbert en Lolita, de Nabokov.
-Siempre encuentro en un libro una ventana, una puerta que me lleva a otro sitio. Nunca un espejo. A muchos les gusta encontrarse a sí mismos cuando abren un libro. Se acercan a los libros porque quieren sentirse reconocidos, hacerse pasar por víctimas. Esa gente nunca se ríe de nada, ni de nadie, ni de Humbert Humbert, ni de Lolita, ni de Nabokov, ni mucho menos de sí mismos. Pero yo quiero sentirme capaz de reírme de cualquier cosa, aunque nadie lo entienda. La libertad de expresión pasa precisamente por esto.
-¿Piensa en la belleza cuando escribe? ¿Le preocupa?
-No, no pienso en la belleza. Pienso en la narración. En la voz narrativa que cuenta la historia. Y en que esa voz sea lo más atractiva posible. El empeño en encontrar la mejor voz posible casi me volvió loco cuando escribí American Psycho. Pero entonces era un joven confundido, estaba haciéndome un hombre, y veía a todos aquellos tipos con sus trajes caros ganando millones de dólares en los últimos años de la era Reagan, gente que no tenía nada que ver conmigo, a la que yo detestaba pero que representaba un mundo que yo quería conocer. Sí, fue una auténtica locura, pero imagino que entonces yo era lo bastante joven e inconsciente para trasladar toda esa locura al papel. Quería meter en la historia hasta el último detalle de aquel mundo, que no se perdiera nada. Fue una obsesión interesante que casi acaba conmigo. En esto sí que pienso cuando escribo. Me gusta contar las cosas de manera directa y sencilla, utilizar frases y estructuras elementales. Pero a la hora de escribir no me mueve ningún ideal de belleza en la prosa. Mi principal interés es quedarme siempre lo más cerca posible del lector. Sólo Shakespeare es capaz de escribir como Shakespeare, mi estilo es otro, el mío.
-Se lo preguntaba porque en Los destrozos sí que se percibe, al menos, una nostalgia de cierta belleza.
-Fíjate, en Los destrozos quería para la voz narrativa a alguien que romantizara el pasado pero que poco a poco fuese admitiendo que no todo fue tan maravilloso. Es alguien convencido de que aquellos años, los primeros de los ochenta, fueron muchos mejores, en la manera de vivir, en la música, en todo. Pero, cuando el libro termina, este narrador admite que nada de lo que ha contado sucedió realmente, que todo es obra de su imaginación. Es lo más triste que he escrito nunca. Lloré después de escribir eso. Porque eso significa que el narrador es incapaz de asumir la verdad de lo que pasó. Y entonces el lector puede entender que es un hombre mayor el que está contando la historia de su adolescencia. Un hombre mayor que está solo frente a su ordenador, que no tiene nada que hacer salvo abrir una botella de vino cada vez más temprano, que no puede salir de su casa. Tal vez un hombre de cincuenta y seis años que inventa cómo fueron sus diecisiete años. En fin, ¿qué es la belleza? Ojalá lo supiera.
-¿Está preparado para revisar Los destrozos cuando sea un hombre de ochenta y nueve años?
-No voy a vivir tanto. No me cuido tan bien. Dejémoslo en sesenta y nueve años.
-De acuerdo, pero no sé si habrá tomado la distancia necesaria dentro de tan sólo diez años.
-Sí, claro, es inevitable. Sin embargo, te contaré una cosa. Escribí Suites imperiales, que publiqué en 2010, en un momento especialmente difícil de mi vida. Mi experiencia con el cine había resultado catastrófica y mi ego y mi narcisismo casi me mataron. Entré en una depresión muy dura que al menos tuvo un efecto positivo, ya que perdí bastante peso. Pero volvía cada noche a casa y me ponía escribir aquel libro única y exclusivamente para salvarme. Quise dejar un testimonio de todo lo que había pasado, pero mi vida estaba tan bajo mínimos cuando lo terminé que nunca le tuve mucho aprecio. La novela se publicó, tuvo críticas buenas y malas pero yo no tardé mucho en olvidarlo. Hasta que, hace unos años, alguien tuiteó algo sobre Suites imperiales y eso me hizo recordarlo. Lo releí entonces y hoy puedo decir, sin duda, que es mi mejor libro. Al menos, mi favorito.
-¿En serio?
-Sí. La escritura es muy intensa y a la vez muy quieta. Como en un haiku. Es una novela muy poética. Cada página irradia mucho dolor. Así que, por una vez, encontré que uno de mis libros era mucho mejor de lo que yo pensaba. No tenía tanta necesidad de pedir perdón a los árboles. Quién sabe, entonces. A lo mejor pasa lo mismo con Los destrozos.
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