En el árbol del tiempo
Este variado fresco de poemas, escritos y entrevistas se convierte en un libro esencial para conocer la poesía de Eloy Sánchez Rosillo
Ficha
'El sueño cumplido'. Eloy Sánchez Rosillo. Tusquets, 2023. 18.00 €
Bien se sabe, la poesía se aprende lejos. Andrés Trapiello la aprendió en una fuente oculta en un lugar de los montes de León donde acaso ya no sabría volver y lo recopiló hace poco en un libro entrañable al que tituló La fuente del Encanto. Y hace un rato su amigo Eloy Sánchez Rosillo lo ha hecho en El sueño cumplido.
Lejos se aprende la poesía, en otra parte. Nos la da un mago bondadoso a cambio de nada alguna vez. Y es como una vela que arde y no se apaga nunca. Ni siquiera en las tardes de invierno, cuando llueve tanto en el umbral. Es una vela. Y a ella sola le basta para alumbrar la casa. Y hasta a algunas casas del vecindario.
Cuando Eloy Sánchez Rosillo fue a nacer allá por 1948, Murcia era una ciudad donde, en el amanecer, en los terrados, de una a otra casa, los gallos cantaban hasta formar un coro compacto. Murcia era una ciudad pequeña. Si te apresuras podrás ver aún a un niño que, remolón, abrazado a su vieja cartera de cuero, sale de un portal que hay en la Plaza de la Media Luna camino de la escuela. Y al poco, no sin dudarlo mucho, ya no sabremos nunca cómo, se da la vuelta, bruscamente, pues ha leído, con verdadero fervor, toda la noche, La Cartuja de Parma y no necesita para deletrear el mundo más libro que ese. Aunque la hora es bien temprana y hace frío, algún carro viene ya cargado de fruta desde el campo. El niño camina a su antojo con alegría de colegial en libertad, mordisqueando terco y tenaz una rama entre los dientes.
Esta desobediencia, este deseo de aire limpio va a caracterizar al poeta toda su vida. Cuando años más tarde en las librerías se anunciaba a los Novísimos, él se amigó con el viejo Homero y siguió caminado ajeno a dogmas, grupos y rebaños por la ciudad que ama. Ser poeta era su manera de estar solo.
Quería escribir con el lápiz mismo de Homero.
Quería escribir con sones vivos. No con esos sones falsos y engolados de muchos de sus contemporáneos que hoy, igual que antes venden, bajo una gran luna enferma, en Venecia, en el bullicio de un mercado, sobre un tenderete rudo, estampas y joyas de apagado brillo por unas pocas monedas que apenas sirven para vivir ya a nadie.
La poesía pensó debe ser autobiográfica y estar hecha del sueño que somos. Cuando más pasan los años más piensa el poeta que a lo más que alcanza el poema es a ser una conversación en la penumbra. Pero una conversación que no sea tosca, ni zafia, ni de taberna donde los parroquianos hablen a puro grito.
La conversación que nos ofrece Eloy Sánchez Rosillo es esa en la que se oyen los hálitos más puros de la vida. No en vano cerca de él hay el fantasma de un solitario bien atento, un grave caballero con hojas de otoño en la solapa al que llaman Antonio Machado, ese que nos enseño a contar con las palabras que hoy hablamos nuestra intimidad.
El sueño cumplido es una conversación en la penumbra y es, antes que otra cosa, una señal de amor a la poesía, el gesto sin aspaviento alguno de quien agradece que en la tierra haya nubes o ramas o que el sol luzca más que otras veces.
El viejo papel de la religión como redención de la vida lo asume ahora la poesía. En los versos de Sánchez Rosillo el prodigio sucede del modo más natural, como si fuese cosa de nada y entonces sólo nos queda agradecer lo mismo que agradecemos el agua de la lluvia que cae sobre un callejón o sobre los pedruscos y los matojos que nos salen al paso al lado de un camino.
El poema es, en boca del poeta murciano, una revelación, un organismo vivo, sin desdeñar por ello eso que llamamos oficio y que se aprende sin premeditación alguna con la lectura de los maestros en nuestra lengua materna. Cuando nos habla del “daño hermoso” que supone escribir un poema no teoriza. Confiesa al modo de Pessoa no tener filosofía sino sentidos. Y si teoriza alguna vez lo hace en las orillas mismas del poema. Si teoriza, pese a ser un gran poeta, lo hace con modestia conmovedora. No por supuesto a la manera de esos sabelotodo de toca negra y pico torvo que nos marcaron el camino a seguir en sus en sus grises mamotretos. Esos que nunca se preocuparon de saber lo que es un árbol o un pájaro.
Estoico y clásico, sereno y reflexivo así le ha definido Andrés Trapiello. La lámpara que alumbra su poesía esta enterrada en los montes de la finca de sus veranos de niño donde bailó con otros alrededor de un árbol, frente a un viejo caserón, como si el tiempo fuese allí entonces cosa de brujos. Ese tiempo que lo llevó de un lado a otro a su antojo que lo llevo de ser un poeta elegíaco. A ser un poeta celebrativo para que el tiempo no fuese ya más lineal. Ya no será más el tiempo ese ogro atolondrado que viene a asesinarnos como en Dylan Thomas, ni siquiera un hacha de seda como en Eugenio Montejo sino un milagro inacabable.
Si la poesía sirvió en otros tiempos para defendernos de los excesos de la religión, hoy en cambio sirve para defendernos de los excesos del ateísmo. Es esta la portadora de un raro equilibrio. Ese es su don. Y aunque haya escrito algún poema hermosísimo sobre el pescador de Galilea no es en modo alguno un poeta religioso, como tampoco es un poeta rural y menos aún un poeta urbano. Sólo un poeta que sabe que en el poema una mentira no sirve para nada. Alguien que busca ordenar las palabras en un frágil y firme equilibrio, ese mismo que tienen los astros, allá arriba. Y sabe también que nada como la emoción nos ayudará en esa tarea para saber cuáles son o no necesarias.
En Sánchez Rosillo sentimos la amistad de la acacia y de la luna, el paso suavísimo de las estaciones y una extraña cercanía con todo. El caso es que oyéndole uno se siente a salvo.
No sé de dónde viene esa claridad, esa tristeza alegre, ese algo como de sol tempranero en la mañana que hay en la obra del poeta murciano.
Hace mucho, se alejó de los fuegos de artificio de otros poetas que él no entendía y sobre todo no le emocionaban. Pensó que este mundo guarda sus hálitos más puros en ese poco de sol que se demora en una tapia al caer la tarde, en una playa con luna, en las brasas del crepúsculo o en ese cubo de agua que sacan de un pozo en medio del campo unos adolescentes durante un verano. Sobre el cubo aquel revolotean aún avispas que son en su sencilla verdad más misteriosa que un palacio de la lejana Persia.
“Zumbaban las frenéticas avispas/ a nuestro alrededor mientras saciábamos/ hasta el fin y sin prisa tanta sed. / Siempre el agua es un don maravilloso. /Pero nunca la vida ha vuelto a darme/ un agua como aquella.” Al leerle nos sentimos parte de un todo que gira confiado con la tierra.
La poesía nos la da un mago bondadoso y esto sucede del modo más natural. Luego nos sale al paso, de cuando en cuando, al lado del camino. Eloy Sánchez Rosillo lo sabe bien. Su poesía está hecha de sones puros, vivos, bien templados y el árbol que soñó ese al que acuden a posarse los pájaros, en un cielo lejano, esta repleto, bien colmado. En ese árbol es siempre todavía.
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