"El Londres victoriano es más desconocido de lo que pensamos"

Antonio Garrido | Escritor

Antonio Garrido regresa con 'El jardín de los enigmas', una novela de intriga con los preparativos de la Exposición Universal de 1851 como trasfondo

El escritor Antonio Garrido (Linares, 1963).
El escritor Antonio Garrido (Linares, 1963). / Belén Vargas

En una de las zonas más prósperas del Londres victoriano, una joven que prepara su boda aparece abrasada. Todo indica que mientras se probaba su vestido de novia cometió la imprudencia de acercarse un candil, pero Rick Hunter, un cazarrecompensas que ha sido llamado para investigar el incidente, recela de esa versión y sospecha que alguien, "un monstruo", disfrutó viendo cómo esa muchacha "se quemaba viva". Las pistas que el detective encuentra en aquella casa le llevarán hasta Pasión de Oriente, una floristería que esconde demasiados secretos. Antonio Garrido, un autor traducido a más de 15 idiomas y con una gran proyección internacional, propone en El jardín de los enigmas (Espasa) una intriga escrita con esa pasión por las historias bien construidas que su creador reivindica.

–Ambienta su obra en las vísperas de la Gran Exposición Universal que acogerá Londres en 1851, un encuentro con el que Inglaterra quiere presumir de su progreso ante el mundo.

–Es una idea que se le ocurre al príncipe Alberto, muy interesado por el progreso y la cultura. La exposición es realmente exitosa, recibe más de seis millones de visitantes. Con esta cita no sólo tienen previsto mostrar todo su poder industrial y colonial, que de alguna manera oscurece al resto de los países que exhiben sus tesoros, sino que también despierta la codicia de cientos de delincuentes y el recelo de los servicios secretos británicos, que temen el sexto y definitivo atentado contra la reina. Ese Londres bullicioso, febril y fabril, en el que te encontrabas con la opulencia o con la miseria dependiendo de por donde caminaras, esa ciudad donde había cabida para el Crystal Palace, los fumaderos de opio o los freakshows, donde podías asistir a lo peor y lo mejor del alma humana... todo eso propiciaba una ambientación espectacular.

–En la trama destaca "el lenguaje de las flores", un código secreto inspirado en los antiguos harenes turcos que triunfó en la Inglaterra victoriana. Supongo que descubrir esa historia fue el germen de su novela.

–Sí, y supe de aquello durante un viaje a Estambul. El guía que me mostraba las magníficas dependencias del Palacio de Topkapi me contó que una serie de odaliscas, las concubinas preferidas del sultán, tramaron para burlar la vigilancia de los eunucos un sistema de comunicación secreto que les permitió entablar relaciones con sus amantes. Esas mujeres podían haber sido ejecutadas por semejante osadía, pero el sistema era de tal complejidad que nunca fue descubierto. Hasta que un agregado comercial francés que servía como espía del Imperio británico conoció este lenguaje y lo trasladó a Inglaterra y allí adquirió vida propia. Lo usaron los jóvenes amantes que querían sortear la hipocresía de la férrea moral victoriana, para enviarse sus mensajes lujuriosos, pero ese código llegó a manos del Foreign Office, de los servicios de inteligencia británicos, que lo emplearon en la pugna que sostenían con la poderosísima Compañía de las Indias Orientales. Conocí todos esos datos y me di cuenta de que ahí había una trama criminal, toda una aventura para los personajes que también podía sentir el lector.

–Rick Hunter, su protagonista, no es un héroe trazado desde el maniqueísmo: es un cazarrecompensas al que mueve la sed de venganza.

–La profesión de Rick está inspirada en un proyecto muy curioso, los Bow Street Runners [los corredores de la calle Bow], que impulsó un novelista y magistrado, Henry Fielding, autor de Tom Jones, que planteó en sus novelas que nadie mejor que los delincuentes sabría combatir la delincuencia y que creó una cuadrilla con cazaladrones. El origen de este cuerpo está en Jonathan Wild, un tipo que antes, a comienzos del siglo XVIII, se denominaba a sí mismo Cazador General de Ladrones de Inglaterra e Irlanda. Fingía combatir el robo y proteger a la sociedad pero se lucraba con ello y, de hecho, acabó en la horca. He cogido rasgos de ese hombre para otro de los personajes, Joe Sanders.

El autor de 'El jardín de los enigmas', durante su visita a Sevilla.
El autor de 'El jardín de los enigmas', durante su visita a Sevilla. / Belén Vargas

–El principal personaje femenino, Daphne Loveray, se inspira también en una figura real: Ada Lovelace, hija de Lord Byron.

–De él heredó su espíritu libertino, pero Ada también era hija de una matemática, Anna Isabella Noel Byron. Su madre le transmitió su afán de conocimiento y ella desarrolló de forma pionera un lenguaje computacional en el que se basaron después todos los sistemas informáticos. Era experta criptógrafa, pero también una mujer de gran belleza, que como su padre albergó un irrefrenable deseo y tuvo la misma rebeldía ante la sociedad. Sus escarceos extramatrimoniales fueron muy sonados en su época.

–En los agradecimientos que incluye el libro señala a los autores británicos como "culpables" de su "pasión por la escritura".

–Haciendo memoria veo que las lecturas que me han impactado pertenecen a esos autores, sí. Dickens, Stevenson, Defoe... Eran lecturas en las que descubrías las pasiones humanas. Quizás ese sea el motivo de mi éxito internacional, porque mis obras hablan de la ambición, la venganza, el deseo, el odio, sentimientos y conceptos que a veces miramos con repulsión, pero que inevitablemente nos atrapan. Estos autores sabían cómo hacer vivos a los personajes, y tú padecías con ellos, o te ilusionabas con lo que le ocurría. Vivías las novelas, no sólo las leías. Siempre me ha encantado ese tipo de literatura y, aunque no definiría este libro como un homenaje, bebo de esas fuentes, actualizando el lenguaje, dotando a la narración de un mayor ritmo y con un planteamiento cinematográfico.

–El Londres que retrata está, inevitablemente, envuelto en la niebla, pero por lo demás es una obra muy documentada que retrata minuciosamente la ciudad de esa época. ¿Le preocupaba caer en el tópico?

–Sí. Parece que lo conocemos todo del Londres victoriano, pero si buscas hay muchos elementos sorprendentes. En los barrios sórdidos los hombres se protegían con una especie de collar de perro de presa para evitar el que era el método preferido de los criminales, el lazo por la espalda. Y a los fumaderos de opio, que en ocasiones eran lujosos, los caballeros no acudían sólo por la droga: había una especie de catálogo donde se reflejaban las prostitutas disponibles, el precio, dibujos de ellas y descripción de las habilidades amatorias de cada uno de ellas. Hay facsímiles en los que se puede ver todo eso. Una cosa es que una ambientación sea arquetípica y otra que sea estereotipada.

–En sus novelas anteriores ha viajado a la antigua China (El lector de cadáveres), a la Edad Media (La escriba) o a la Unión Soviética (El último paraíso). ¿La realidad más cercana no le motiva?

–Creo que hay tantas historias asombrosas que aún no se han contado que simplemente hay que buscarlas. No se trata sólo de escoger una época y documentarte bien. Yo necesito dar con una historia que me sorprenda, porque sé que si estoy motivado conseguiré emocionar a los lectores.

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