TURANDOT | CRÍTICA
'Turandot' y el poder de la fábula
de libros
'Fernando VII. Un rey deseado y detestado'. Emilio La Parra. Tusquets. Barcelona, 2018. 760 páginas. 26 euros.
En la galería de villanos de la Historia de España, Fernando VII (1784-1833) ocupa un lugar de honor. Ahí está enclavijado en la orla política de este perímetro de tierra como un monarca cruel, retorcido y conspirador, el líquido destilado de un tiempo terrible que lo llegó a valorar, paradójicamente, como un gobernante cercano, inocente y virtuoso. Del Rey Felón a El Deseado, que todo cabe en esa biografía crispada y contradictoria que gastó. Ése es el suelo que pisa ahora el catedrático Emilio La Parra (Palomares del Campo, Cuenca, 1949) en el libro Fernando VII. Un rey deseado y detestado, galardonado con el XXX Premio Comillas que convoca la editorial Tusquets.
En sus páginas está la aventura de contar a Fernando VII con todas las certezas, un propósito que tiene algo de esfuerzo tremendo. De algún modo, es un intento de echar la vista atrás para tratar de impulsarse hacia adelante con mejor pértiga. Se trata de volver a pensar España, pues la onda expansiva de las acciones de este rey-tirano llega hasta el siglo XX. "Inauguró una forma de gobernar que fue seguida por líderes posteriores como Primo de Rivera o Franco. A pesar de que era muy conservador, no actuó como reyes anteriores que también lo fueron, ni por supuesto como los monarcas constitucionales que había en Europa", ha explicado Emilio La Parra.
Por este riel, el libro no viene a restarle sombras al monarca ("Un caso de difícil -e imposible- defensa", a juicio del historiador Carlos Seco), pero sí a explicarlo más allá del perfil histórico que lo ha dejado reducido a un nostálgico del Antiguo Régimen o a un gobernante simplón y bobo. Por el contrario, los giros políticos, el recurso al apoyo de sectores ideológicos diferentes y los cambios institucionales que emprendió a lo largo de su interrumpido reinado vienen a situarlo aquí como un eficaz posibilista que supo adaptarse a las circunstancias cambiantes de un tiempo complejo y revolucionario, impulsado por el motor de un único principio: su supervivencia.
Aquel monarca poco agraciado físicamente, campechano hasta la rudeza y amigo de lujos y placeres se revela así como un auténtico equilibrista político al aplicar una combinación de palo y zanahoria tanto hacia los liberales como hacia los conservadores. Y todo ello con el único objetivo de mantener el poder a toda costa. "Sabía Fernando VII llevar a los interlocutores a su terreno y siempre elegía actuar cuando las circunstancias políticas le favorecían. Así pues, se mostraba miedoso y sumiso con los poderosos, pero actuaba como un déspota con los débiles y con todos aquellos que cuestionaron los modos de su reinado", señala el biógrafo.
"Siempre estuvo rodeado de una camarilla de nobles y altos cargos que lo presentaron como la encarnación del bien frente al mal que representaban los otros. Al principio, se erigió en adversario de Godoy, un gobernante muy impopular; más tarde, figuró como el monarca que se oponía a Napoleón cuando sólo fue un juguete en sus manos; y en tercer lugar, tras la victoria en la Guerra de la Independencia, gracias a la lucha de las clases populares, Fernando VII se atribuyó los méritos del triunfo. En definitiva, podríamos afirmar, con términos de hoy, que el rey y sus más fieles consejeros fueron unos pioneros del márketing político ya a comienzos del siglo XIX", anota La Parra.
En esta línea, el autor de la investigación presenta a este monarca de la Casa de Borbón obsesionado por su imagen y por realzarse a sí mismo, con repetidos encargos de retratos artísticos a Vicente López, José de Madrazo y, por supuesto, Goya. Esa obstinación le indujo también a controlar la documentación que pensó más importante o más comprometedora sobre él, su familia y las decisiones políticas en el tiempo de su reinado. Él personalmente recogió y retuvo en su poder los documentos que consideró oportuno, procedente de las Cortes, de los diversos ministerios, de organismos judiciales y de particulares, guardados por él bajo el rótulo de Papeles Reservados.
La Parra concluye, al respecto, que "Fernando VII fue un rey imaginado". No fueron sus cualidades personales, ni su capacidad ni su destreza en el gobierno, los factores que le permitieron su continuidad en el trono dotado de un poder incontestable, sino el deseo de los españoles, quienes se lo representaron de un modo muy distinto a lo que era en realidad. Al margen de los más comprometidos políticamente, la mayor parte de la población siempre quiso al soberano idealizado que fijó en su memoria la Guerra de la Independencia. Así se lo mostraron al rey en numerosas ocasiones, asegura el biógrafo, con gestos de sometimiento y servilismo a su persona que chocan hoy en día.
Traidor a su padre, Carlos IV, represor de los liberales después de haber simulado su apoyo a la Constitución de Cádiz de 1812 y defensor a ultranza de los privilegios de la Iglesia y de la nobleza, Fernando VII imploró el apoyo de un ejército extranjero (los Cien Mil Hijos de San Luis) para restaurar el absolutismo en España. Eso sí, subido a la ola de su tiempo, trató de racionalizar el poder con la creación del consejo de ministros, puso sobre la mesa el primer esbozo de un banco central y promovió el código de comercio, aunque las desdichas se sucedieron una tras otra: la pérdida del imperio americano, la crisis económica, la proliferación de instancias represivas...
Finalmente, el estudio Fernando VII. Un rey deseado y detestado, que bucea por primera vez en numerosos archivos y papeles privados, trata de alumbrar la vida privada y doméstica del monarca, devoto de los toros y el cocido. Su segunda mujer, María Josefa Amalia de Sajonia, lo describe con clarificador acierto: "Su figura es fornida y varonil; no deja de tener luces, discernimiento y discreción, aunque en los negocios políticos me parece que no sabe emplearla oportunamente (...) En fin, es excelente como hombre particular; como jefe, no creo que sabe [sic] conducirse ni para su provecho, ni para el de sus súbditos. ¡Ay de mí, cuánto siento conocerlo!".
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