"Sufrimos al aceptar como propios valores que nos son ajenos"
José Carlos Ruiz | Filósofo y escritor
En su libro 'Filosofía ante el desánimo' propone pensar de modo crítico como vacuna contra los agobios posmodernos y esa presión por destacar en un mundo obsesionado por el yo
Al terminar de leer Filosofía ante el desánimo, el nuevo libro del profesor de la Universidad de Córdoba José Carlos Ruiz, dan ganas de asaltar las librerías en busca de obras de Nietzsche, Ortega Gasset, Epicuro o Bauman para contrarrestar con sus ideas algunos de los males que afligen a la sociedad contemporánea. Ruiz, filósofo cordobés nacido en 1978 y colaborador de La Ventana de la cadena Ser con el espacio Más Platón y menos whatsapp, aborda en su último ensayo, publicado por Destino, que pocos fármacos son más eficaces que el pensamiento crítico para fortalecer nuestra personalidad y nuestras respuestas ante las encrucijadas vitales.
-Quien espere encontrar aquí un libro de autoayuda puede abandonar pronto la lectura.
-Este libro no se posiciona "contra" el desánimo sino "ante" el mismo; aborda cómo la filosofía encara el desánimo y propone una brújula, pero no es un libro de autoayuda. Mi obsesión es que el lector se plantee sus propias preguntas. Nos percibimos como fracasados, como inútiles que no hacemos lo necesario para encajar en personalidades exitosas, y en muchos de esos sufrimientos lo que detecto es que falta reflexión sobre cómo hemos construido nuestra identidad y de dónde hemos sacado los elementos para hacerlo. En ocasiones la construcción de la identidad es un sencillo asunto de atención. Tenemos que saber interpretar los contextos y poner atención en cada una de las oportunidades que se nos presentan. Y esto implica realizar un análisis que partiendo de lo real y concreto se dirija hacia la identidad y no al revés.
-¿Cuál fue el origen de este trabajo que empezó a escribir antes del confinamiento pero está permeado por la crisis sanitaria?
-Percibir que mis alumnos, tanto antes los de instituto como ahora los de la Universidad, padecían de falta de realismo y dejaban filtrar un proyecto de vida idealizado y digitalizado. Los jóvenes tendían a encajar dentro de personalidades estandarizadas que les provocaban angustia, aflicción y problemas de identidad cada vez más serios. Y la mejor herramienta que tengo a mano para enfrentarme a esto es la filosofía. Llevaba escritos dos tercios del libro cuando nos confinaron.
-Internet y las redes sociales han exacerbado esos problemas de identidad. ¿Hasta qué punto nos preocupa más cuidar nuestro avatar que nuestro yo real?
-La dictadura del avatar exige cada vez más y para encajar en los estándares virtuales la personalidad debe cumplir con una cantidad ingente de preceptos. Y encima te piden que destaques pese a que estás dentro de un ceremonial que lo uniforma todo. De ahí ese concepto del "infierno de lo igual" acuñado por el filósofo Byung-Chul Han, que tiene que ver con la pérdida de personalidad en internet. Al principio parecía que el mundo digital iba a poner tus señas de identidad en todas partes pero no ha sido así porque en él todo se uniforma. Pese a ello te ves en la necesidad de destacar y perseguir tu sueño porque te dicen que eres único en el mundo -el narcisismo digital- y el "infierno de lo igual" se presenta como una fosa de la que nos exhortan a salir, pero te dejan actuar dentro de un ceremonial muy concreto, y al final el desánimo se apodera de ti porque es doloroso darte cuenta de que el criterio de identidad no lo pones tú sino que lo estás importando del exterior hacia ti.
-Se agradece la claridad con la que aborda una gran variedad de temas, como la identidad, la amistad, el amor o el entretenimiento, que detallan la realidad en la que estamos inmersos.
-La filosofía es un instrumento para la vida. A mí me impactó muchísimo Ortega, que decía que la claridad es la cortesía de los filósofos. En este libro pulí el estilo hasta la saciedad para que la esencia de la idea permaneciera pero fuera cercana a cualquier persona que quiera acercarse a estas cuestiones sin tener que ser un especialista.
-En su obra radiografía "el aumento de las conexiones personales ligeras frente al compromiso de las relaciones". ¿Cómo ha cambiado el concepto del amor en los tiempos de internet?
-El amor se percibe como una pérdida más que como una carencia. Antes el amor consistía en que te faltaba algo y tu vida estaba incompleta sin él, pero ahora se percibe como una pérdida, si lo encuentras bien y si no, no pasa nada. Además hemos trasladado la ilusión del enamoramiento de una persona a otras cosas: al ocio, al trabajo… Yo hablo de cómo vivimos las relaciones de pareja desde la dispersión en lugar del recogimiento. Vivimos cada vez más de manera extrovertida, que es algo que potencia el sistema porque es rentable: sales y entras, te focalizas en actividades pero no en tu pareja. Y cuando se acaba la extroversión, porque te confinan, el índice de divorcios se dispara, como ha ocurrido. Porque el recogimiento y la tranquilidad formaban parte de la relación amorosa y ahora parece que la repetición de hábito es algo limitativo, que frena el desarrollo. Quizá lo que más ha cambiado es la concepción hedonista del amor: se enfoca la conexión con el otro desde el principio del placer, y si no encaja en el principio del placer paso al siguiente, y si no hay conexión paso al siguiente, a otra manera de acoplamiento. Las aplicaciones de ligar facilitan la conexión sacrificando el descubrimiento de cosas nuevas porque si encajan los dos perfiles no hay descubrimiento de algo que estaba oculto, sólo conexión. Las aplicaciones de ligar buscan confirmar lo que ya tenías por delante, y eso te impulsa a querer que la relación se adapte a ti y si no lo hace, pasas a la siguiente.
-También insta a revisar nuestro concepto de amistad en tiempos de seguidores y followers.
-Para no caer en el desánimo lo primero es pensar qué concepto de amistad vamos a utilizar. Poner entre medias la tecnología ha sacrificado algo fundamental para la amistad: la experiencia. Facebook o Whatsapp te conectan con los otros pero no fomentan la vivencia. Y a medida que lo haces te encuentras con que has perdido el tiempo dentro de un concepto virtual de conexión. Se está sustituyendo el vivo por el directo. El vivo era la esencia en la construcción de una vivencia, estabas con el otro y vivíais cosas, y el relato de la vivencia se contaba una y otra vez, sedimentaba la amistad, recorría la historia común. Ahora se ha pasado a los actores de lo digital, algo que va sembrando incluso desconfianza.
-En esas vidas frenéticas que llevamos propone repensar el aburrimiento. ¿Por qué?
-Porque el aburrimiento implica en el siglo XXI un acto de rebeldía. Hoy en día el aburrimiento te agita más que el propio entretenimiento porque al exigirle al entretenimiento el máximo rendimiento se ha convertido en un acto tiránico de la construcción de una personalidad, y nunca tendrás el placer del dolce farniente o la calma chicha. En una sociedad tan ególatra el ideal sería olvidarte del yo. Defiendo reivindicar la paciencia, que es ahora una virtud. El impaciente se vuelve un intolerante con el paso del tiempo. Las personas pacientes tienen una virtud: no interrumpen el tiempo de nadie, y eso es algo maravilloso.
-También conduce al desánimo, según su tesis, nuestra relación con el trabajo. ¿Qué buscamos en él que nunca nos dará?
-El paria contemporáneo es el que se resigna a trabajar sin entusiasmo como bien analizó Remedios Zafra, el que ha enfocado su placer al tiempo libre, la familia o algo que no tiene que ver con la proyección laboral. Y lo hemos hecho de manera inconsciente. Hemos hibridado el hogar con el centro de trabajo y al revés, se trata de romper la separación entre tu vida personal y tu vida laboral. Y eso es un motivo de desánimo. La gente piensa que si tu trabajo no te hace feliz te tienes que buscar otro. El concepto de deber se ha demonizado, parece una rémora que hay que arrastrar, y es normal que cunda el desánimo porque un alto porcentaje de la vida tiene que ver con los deberes.
-Resulta estimulante verle defender con ahínco algunas de las propuestas de Epicuro, como la amistad como fuente de placer y la vida en la periferia.
-En el libro recuerdo que Epicuro buscó una equidistancia entre el barullo de la ciudad y la soledad del campo y situó su escuela en la periferia, que no es bullicio pero tampoco soledad y aislamiento, es ese justo medio donde puedas construirte tú con otros más, porque para él el concepto de la amistad es muy amplio al igual que el de autosuficiencia. Epicuro tenía un huerto porque su concepto del placer empezaba por no sufrir, y mucho de nuestro sufrimiento es autoinfligido y se debe a ideales y valores que hemos asumido como propios sin filtrar. Epicuro propone tener lo suficiente para cubrir necesidades, no lo mejor, y además para él la compañía y la amistad eran fuentes de placer inmensas.
-¿Qué papel juega en este escenario el placer intelectual?
-Es la salida de uno mismo y el reconocimiento del otro, el asombro llega a ti porque has encontrado la grandeza en otra obra o persona y por eso reivindico el recuperar el proceso de admiración por el talento y el logro intelectual del otro. Pero el problema es que el placer intelectual, que implica elevación, gratitud, reconocimiento de la grandeza del otro, está siendo sustituido por la envidia.
-Atiende también, provisto de una copiosa bibliografía, nuestra relación con el paseo.
-Me parece muy curioso que andar se haya convertido en un acto de rebeldía contra el sistema. Muchos filósofos emplearon el proceso de caminar como desconexión de un modo de entender la vida, para desligarse de una perspectiva consumidora y productiva. Lo malo es que ahora llevamos los cascos y los paseos están tecnologizados pero recuperar ese concepto del pensamiento a través del camino es muy inspirador. También me interesa el modelo de vida curioso de Thoreau, que se va a los bosques y plantea tener una economía donde se valore lo que produces en función del tiempo de vida que pierdes en hacerlo. Thoreau decía que producir lo necesario para vivir no requiere tanto tiempo y el resto del tiempo lo puedes dedicar a lo que te da la gana: pasear, conversar con los amigos que -en su caso- acuden a visitarlo...
-El libro arroja luz sobre cómo se nos atosiga en las redes sociales con modelos de triunfo social pero se ocultan las renuncias y el trabajo que conlleva el éxito.
-Es una violencia consustancial al proceso de la identidad laboral exitosa. En general se oculta cualquier proceso que implique dolor, sufrimiento. El dolor se ha privatizado, no nos cuentes tu pena porque entonces eres tóxico, debes llevarlo en solitario... En cambio, todo te anima a publicitar tu éxito, tu felicidad, pero no te cuentan el desasosiego del triunfador ni los millones de personas que no triunfaron. Y hay que ser muy realistas.
-Lo que ha ocurrido en algunas residencias de ancianos durante la pandemia traza un retrato muy cruel de nuestra sociedad. ¿Qué reflexiones le suscita ese abandono de los mayores?
-Los ancianos están en ese concepto de valor: o la gente es un trampolín para que tú asciendas o un estorbo. Y hemos desaprovechado su experiencia de lo real, antes los abuelos te daban consejos pero ahora consideramos que la vida del anciano no entra dentro de las nuevas experiencias digitales por lo que pasan a un segundo o tercer plano, y eso es de una crueldad excesiva. Y tal vez los idiotas seamos nosotros porque esas personas, al estar en contacto con lo real, han extraído sabiduría de la vivencia.
-Se nos invita a potenciar el ego pero necesitamos del otro.
-La necesidad del otro está siempre ahí y en el libro apuesto por recuperar el relato biográfico que implica crear señas de identidad en una pequeña comunidad, una familia o un grupo de amigos, porque eso va sedimentando la identidad. Propongo además recuperar el relato oral, recuperar en vivo y en directo esas señas de identidad colectivas que no tienen que ver con el timeline de las redes sociales donde todo gira en torno al yo.
-El libro arranca en la antigua Grecia y llega a nuestros días con filósofos como Javier Gomá, cuyo concepto de ejemplaridad pública tiene muy presente.
-Gomá nos habla de la vida valorada como algo que merece la pena vivir. La ejemplaridad implica al otro, por eso yo hablo de legado. Hemos perdido la capacidad de darnos cuenta de que hagamos lo que hagamos construimos un proceso para el que viene detrás. Por desgracia hemos perdido la figura del maestro y el discípulo, parece que reconocernos discípulos de alguien es un menosprecio de tu persona en un mundo donde la autosuficiencia es el lema. Y por eso la ejemplaridad implica siempre ese proceso social donde tú eres consciente de que eres un ejemplo inevitable para las generaciones que tienes detrás y por delante.
-¿Cuál es su propuesta final para volver a ilusionarnos?
-Poner el foco en la riqueza de lo real es volver a ilusionarnos. Si abrazamos la riqueza de lo real encontraremos más satisfacción que en lo virtual y esto pasa por volver a lo cotidiano, a la ocupación vivencial del espacio, a ese modo en que relatábamos y recreábamos algo que nos había pasado. La recuperación de la biografía oral y de la gratitud, un elemento esencial porque implica reconocer la grandeza del otro y generar un vínculo con la persona a la que debes agradecer algo, resumen bien todas las propuestas que hago al final del libro para evitar el desánimo.
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