La fantasmagoría y su eco
El oído melancólico | Crítica
Libro inusual, brillante y erudito, 'El oído melancólico' vincular la imagen convencional de la melancolía con la dolencia del acúfeno, instalado en el oído de sus pacientes como un eco metafísico
La ficha
'El oído melancólico¡'. José Joaquín Parra Bañón. Athenaica. Sevilla, 2019. 296 páginas. 25 euros
El oído melancólico es, en buena medida, una sugerencia de naturaleza estética. Se trata del empeño erudito por vincular, sin que el autor fuerce las similitudes, la imagen de la melancolía y cierta dolencia del oído, hoy conocida como acúfeno, y que no es sino un sonido fantasmal, una radiación de fondo, hospedada en el oído izquierdo, y cuyo origen quizá sea de carácter ilusorio.
Esta empresa, en principio arbitraria, parte no obstante de un hecho incontestable: el acúfeno calma su hervor sordo cuando el paciente apoya la oreja en la palma de la mano, dando así cabida a esta especulación, que es también una especulación moral, social y fisiológica. ¿Es el acúfeno, el tinnitus latino, una fuente común de melancolía? ¿Incita, de algún modo, al arte? ¿Existe la posibilidad de vincular la consabida pose melancólica -recordemos el ángel meditabundo de Durero y su Melancolía I- con este crepitar, digamos, hijo de la imaginación, pero que toma cuerpo bajo la bóveda del cráneo?
Podría decirse, pues, que El oído melancólico busca, apoyado en una solvente erudición y una escritura precisa, inteligente, de voluta amplia, mostrar la figuración melancólica como un invariante, como una recurrencia secular, y en suma, como una pathosformel de Warburg, al tiempo que se le vincula, como un eco, con este fantasma sonoro del acúfeno y su encalmación, que es fácil imaginar, por otra parte, en artistas como Goya, por lo que sabemos de sus dolencias y por lo que hemos visto en sus retratos (recuérdese su retrato, convencionalmente melancólico, de Jovellanos).
Esta indagatoria nos lleva, pues, por el lado de la psicología, a la vinculación del genio artístico y la locura, tal como la entendió Jaspers; y de otra parte, nos adentra en las variaciones iconográficas y en los deslizamientos semánticos del término melancolía. Si Burton, en su Anatomía de la melancolía, cita a Hipócrates para destacar el zumbido de los oídos como un padecimiento propio de melancólicos, tanto el matrimonio Wittkower en Nacidos bajo el signo de Saturno, como la formidable tríada compuesta por Saxl, Klibansky y Panofsky en su Saturno y la melancolía, buscan ya una evolución histórica, no sólo de dicha dolencia humoral, sentimental o imaginaria, sino del propio modo en que se representó, hasta llegar a su expresión más célebre, obra de Durero.
También podríamos añadir, por ejemplo, en apoyo de esta visión diacrónica de la imaginería melancólica, el Goya, Saturno y melancolía de Nordström. Aún así, no debemos olvidar que es Jaspers quien sugiere el carácter histórico de ciertas dolencias (el histerismo en el XVI, la melancolía en XVII, la esquizofrenia en el XIX, llegada la hora de las grandes urbes), y que es Fromm quien corrige a Freud para insertar la variable temporal, la naturaleza caducifolia, de las ensoñaciones y traumas de la burguesía vienesa sobre la que construyó sus teorías.
Hay que matizar, no obstante, que lo que en Jaspers y Freud se nos presenta como un albur clínico, no muy distinto de la vieja sintomatología helena, en la melancolía que se formula en Klibansky, Panofsky y Saxl nos encontramos ya ante un problema metafísico. Un problema metafísico -que anegará, sin duda, el siglo XIX-, pero que venía en ayuda de la definición de genio y de su radical, de su prometeica impotencia: aquélla que le lleva a soñar lo absoluto y a resignarse, no obstante, a la realidad y sus obstáculos
Ésa es la lectura que, según estos autores, hará la modernidad de aquel viejo drama de humores y temperamentos en los que el hombre tomó forma durante siglos. La modernidad es, por tanto, un viaje de lo fisiológico a lo metafísico, a lo psicológico, a la vasta umbría de lo moral y de lo imaginario. El acúfeno de Parra Bañón es también de carácter intangible e ilusorio. Y es precisamente esta particularidad, este desasosiego, el que postula al acúfeno como origen, como compañero, como eco fantasmagórico de la melancolía. Digamos que Parra Bañón ha querido esbozar, con espléndido conocimiento del tema, ese ignorado camino que va del cuerpo al alma, de lo real a lo quimérico, y donde la melancolía extiende, solemne, oscura, promisoria, sus alas.
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