"Fantaseo con abordar más a fondo la literatura de terror"

ELISA VICTORIA | ESCRITORA

La autora de 'Vozdevieja', sevillana de 36 años, confirma con su segunda novela 'El Evangelio' que posee una de las miradas más potentes e iconoclastas de su generación

Elisa Victoria (Sevilla, 1985).
Elisa Victoria (Sevilla, 1985). / Juan Carlos Muñoz
Charo Ramos

07 de abril 2021 - 06:01

Con Elisa Victoria (Sevilla, 1985) el imaginario del sur se ha ensanchado, y en su literatura -donde lo crudo y lo suave van de la mano- asoman nuevas voces y escenarios que descubren una Andalucía mucho más diversa y compleja de lo que quisieran los folletos turísticos y los programas políticos. Tras su impresionante debut en Blackie Books, Vozdevieja, novela celebrada como una de las sorpresas más refrescantes de los últimos tiempos por su "prosa única" (Elvira Lindo) y su "mirada universal" (Marta Sanz), la autora regresa de la mano del sello barcelonés con El Evangelio, que presentará este miércoles (18:00) en las Setas de la Encarnación en un acto organizado por la librería Caótica. Es la historia -más perversa que la precedente, de nuevo Sevilla como escenario- de una joven profesora en prácticas, Lali, que se enfrenta a las imperfecciones del sistema educativo mientras intenta sobrevivir, y madurar, en una sociedad precaria y desigual. La vida, como diría Urbizu, mancha. Elisa Victoria podría añadir, con humor escatológico, y mucho.

-¿De qué modo se conectan El Evangelio y Vozdevieja, hubieran sido posibles la una sin la otra?

-Funcionan como un espejo. En Vozdevieja se mira el mundo desde la niñez y desde El Evangelio se observa a los niños con un punto de vista adulto. Además El Evangelio es una novela concebida antes que Vozdevieja. Necesité que pasara el tiempo que empleé en escribir Vozdevieja para tomar perspectiva respecto a la juventud.

-Comparte sello con otro superventas sevillano, Toteking, con el que conversará el jueves en Tres Culturas. ¿Han pesado las expectativas creadas por su debut en Blackie Books?

-Me encontraba abrumada después de haber atravesado por primera vez una promoción tan intensa. Estaba acostumbrada a una vida más íntima y reservada, más estable, y a la libertad de que muy poca gente estuviera pendiente de lo que publicaba. Que haya mucha expectación es por supuesto algo positivo por lo que me siento agradecida pero también puede ser pantanoso a la hora de crear algo nuevo. Para elaborar esta novela tuve que esforzarme por aislarme de esas cuestiones y tratar de recuperar el espíritu de escribir lo que a mí me interesara, lo que me funcionara, lo que me hiciera pasarlo bien. Ocurrió cuando iba por el tercer capítulo, sentí que el tono y el universo empezaban a convencerme y a partir de ahí todo fue cada vez más fácil.

-Esta novela recorre dos procesos de maduración personal: el de la protagonista y, en paralelo, el de los niños a los que trata como profesora en prácticas de un colegio de monjas. ¿Por qué el tema de la (mala) educación?

-Supongo que había una inclinación natural a abordar este tema que me preocupa tanto y que exploré personalmente mientras estudiaba. Me obsesiona la manera en que los niños llegan al mundo, cómo les afecta eso que llamamos educación, cómo se les va introduciendo en el sistema, cómo a esas edades se empieza a notar el tedio que les produce, su resistencia, su adaptación, cómo muchos aún mantienen viva una chispa que en tantos casos se va apagando con los años. Por otro lado está el personaje protagonista que acaba de llegar a la adultez y las entretelas del mundo al que ella puede acceder con el presupuesto limitado que maneja le están resultando de una cutrez sorprendente. El asunto de la educación lo atraviesa todo, es un gran eje de nuestra civilización, en el colegio se nos empieza a preparar para ajustarnos a lo que vendrá después. Eulalia y los niños se encuentran en dos puntos de un mismo camino, un camino que además de resultar muy tedioso es terriblemente traicionero.

La autora cita a Clarice Lispector, John Fante y Annie Ernaux entre sus referentes.
La autora cita a Clarice Lispector, John Fante y Annie Ernaux entre sus referentes. / Juan Carlos Muñoz

-En Vozdevieja la madre enferma y a menudo en el hospital, la abuela con la que convive durante esas ausencias, eran presencias decisivas del relato. Aquí de nuevo la madre es un personaje positivo, en absoluto castrador y muy distinto de las madres distantes de los alumnos de Eulalia. ¿Qué tienen en común?

-Diría que esta madre no tiene una gran presencia y que su encanto principal se basa justo en ser una especie de telón de fondo que no ejerce fricción contra las maneras del personaje principal. Eulalia, la protagonista, se encuentra en un momento y una edad que propician un distanciamiento de la familia, porque le apetece explorar otros ámbitos y porque está muy ocupada, y su madre se limita a observarla y a apreciarla sin dureza. Con ella mi intención era reflejar la forma en que nos solemos alejar del hogar durante la juventud y cómo a una figura paterna o materna no tiene por qué resultarle extraño que sus hijos no adopten las posturas más normativas ante la vida.

"Solía sentirme doblemente periférica y esa desubicación total me parece un buen punto de partida para la literatura"

-En su literatura hay siempre una cata de esa Sevilla de las barriadas, tan distinta al centro, que no suele tener demasiado eco en el canon de la ciudad. ¿Qué le atrae literariamente de la periferia?

-Aunque en mi vida adulta sí he vivido en el centro de la ciudad, el desarrollo de mi infancia, mi adolescencia y mi primera juventud han tenido lugar en la periferia, un área que me resulta muy interesante pero que también trae condiciones duras en algunos aspectos. Yo solía sentirme doblemente periférica porque vivía allí pero no me integraba en aquel entorno ni me integré del todo cuando empecé a explorar el núcleo urbano, y esa desubicación total me parece un buen punto de partida para la literatura. Sevilla para mí es un lugar temido porque me aterra el calor, la gente de mi alrededor está achicharrada de que hable del tema. De Sevilla adoro cómo habla la gente, que esté llena de naranjos y me ha influido mucho la imaginería de su tradición aunque en su momento me resultara asfixiante esa obsesión con el folklore propio. Lo que menos me gusta de la ciudad es la costumbre tan extendida de explotar a los caballos. Hay un montón de puntos típicos de paseo en coche de caballos que evito porque me dan ganas de llorar. Es el mismo motivo por el que no piso la feria. A la hora de definir la interacción con el espacio de mis personajes me fijé en cómo reflejaban la desubicación de la juventud Clarice Lispector, John Fante, Annie Ernaux o Siri Hustvedt. Cualquiera de sus visiones me resulta universal.

-La protagonista de El Evangelio se mueve en dos universos laborales muy diferentes: el asfixiante y codificado del colegio religioso, que intenta ser un entorno seguro, y el frenético y cargado de demandas de la pizzería. ¿Cuánto tienen estos ambientes de real y de fabulación?

-Los he conocido de primera mano [Elisa estudió Filosofía y Magisterio Infantil], también he investigado sobre escenarios similares para generar una estampa híbrida y hay una parte de fabulación que nace siempre de la búsqueda de la verosimilitud.

"De Sevilla adoro cómo habla la gente, que esté llena de naranjos y me ha influido mucho la imaginería de su tradición"

-Eulalia intenta corregir o aplazar esas ideas que la sociedad quiere imponer (como el estar delgada, los estereotipos sexuales, o la competitividad) y que van a hacer a estos niños infelices. ¿Hasta qué punto toma partido o voz como educadora en el personaje de Eulalia?

-Bueno, yo no me considero educadora, no ejercí nunca como tal más allá de los estudios, con Lali comparto el haber pasado por la carrera, la fascinación por los niños, el interés por tenderles la mano y tratar de brindarles consuelo. Más que hacerlos infelices creo que esas ideas nocivas que la sociedad impone te corroen y te enferman. Ser feliz es algo muy difícil bajo mi punto de vista, pero igual estar sano no tanto.

-El colegio de monjas de El Evangelio es muy distinto, por poner un ejemplo cercano, del que muestra la directora de cine Pilar Palomero en Las niñas. ¿Por qué le interesaba plasmar esos conflictos con la fe y la moral de la protagonista?

-Porque yo no fui educada en la fe cristiana y haber presenciado el ambiente de un colegio religioso sin pertenecer a esa cultura y escuchar los testimonios de quienes pasaron por esa clase de colegio me ha causado un gran impacto. La idea de la preocupación por los niños de la protagonista se acentuaba si los ubicaba en este escenario. Creo que es un contexto interesante, que el choque de perspectivas es muy fuerte, y en parte supone una invitación a la reflexión sobre la forma en que se introduce a los niños en la religión, normalmente la católica en nuestro territorio, como si nada, a veces por mera inercia, sin reparar en lo importante que puede llegar a ser, en cómo eso puede afectarles en innumerables aspectos.

"La literatura es la que manda en realidad, ella te pide cosas y tú se las das lo mejor que puedes"

-De nuevo en El Evangelio su manera de tratar cuestiones sexuales y escabrosas es muy directa. ¿En su literatura sólo manda usted? ¿No siente la tentación de la autocensura al abordar contextos próximos?

-La literatura es la que manda en realidad, ella te pide cosas y tú se las das lo mejor que puedes. No nos pide a todos lo mismo, ni siquiera a mí me pide siempre lo mismo.

-¿Cómo afectó la pandemia y el confinamiento a la escritura de su nueva novela?

-Durante la primera fase de confinamiento extremo que se vivió a partir de marzo de 2020 me refugié mucho en la escritura pero cuando llegó el verano mi ritmo se desequilibró porque las esperanzas de que la pandemia remitiese se me empezaron a apagar y eso afectó a mi capacidad de concentración. Al final del verano dejé atrás Madrid, que se había vuelto un escenario muy duro, para refugiarme en el campo y empezó el periodo más productivo para la construcción de la novela.

-¿Qué libros y cómics han sido decisivos en su forja como escritora y por qué terrenos le gustaría avanzar en los próximos años?

-Durante mis años de formación fueron cruciales la literatura de terror y la rusa del siglo XIX, el realismo sucio y el cómic underground. Como decisivos podría nombrar La hora de la estrella de Clarice Lispector, El libro del desasosiego de Fernando Pessoa, Primer amor de Iván Turgueniev, El vino de la juventud de John Fante, La senda del perdedor de Charles Bukowski, diversos textos de Deleuze, Spinoza, Nietzsche y Wittgenstein, toda la obra de Charles Burns, Akira de Katsuhiro Otomo, David Boring de Daniel Clowes, Vida de una niña de Phoebe Gloeckner, Flujo de Dave Cooper o Binky Brown conoce a la Virgen María de Justin Green. En los próximos años me gustaría seguir explorando formatos clásicos como el cuento y la novela y otros más experimentales que aún no sé cuáles son. También fantaseo con abordar más a fondo la literatura infantil y la de terror, que han sido siempre géneros importantísimos para mí.

"De la crítica espero que se acerque a mi obra sin tener en cuenta mi género ni mi cara ni mi historia personal"

-Su obra reciente ha tenido una acogida extraordinaria. ¿Qué le ha aportado la interacción con los lectores a partir de 2018? ¿Qué espera de la crítica literaria y qué papel le concede en su desarrollo como escritora?

-La interacción con los lectores me ha aportado apoyo y calidez, también cierta sensación de irrealidad por lo inesperado de la situación. De la crítica literaria espero que se enfrente a mi obra sin tener en cuenta mi género ni mi cara ni mi historia personal, que lo único relevante sea la literatura. Respecto a la crítica, escribir un libro es muy diferente a interpretarlo, interpretar la propia obra a veces es desconcertante, te falta perspectiva y la crítica puede ayudarte a entenderla desde otros ángulos.

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