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Manuel Vilas. Escritor
En coches alquilados por las enormes autopistas, en el Museo de la Coca-Cola, "el único que explica la vida presente", estremeciéndose ante las noches atávicas de la América profunda, que "te devuelven a la noche primordial, antes de la civilización", en vestíbulos de hoteles apabullantes y en moteles de mala muerte, en el mall comiendo unos noodles increíbles, caminando por una calle de Nueva York donde vivió Lewis Allen Reed antes de ser Lou Reed, hundiendo la mirada en la infinita llanura del Medio Oeste desde las alturas del Gateway Arch de San Luis, en una biblioteca, curioseando en la correspondencia de escritores muertos, Manuel Vilas, que puede llegar a ser el más gamberro, el más divertido y el más hedonista, pero que por encima de todo es poeta, siente que todo, inexorablemente, camina hacia el olvido. Y quiere atrapar la vida, celebrarla rabiosamente, cantar su extrañeza.
"El carpe diem en el Midwest, ése es el tema del libro", asiente el escritor, que acaba de publicar "la crónica, en alguna medida, de un enamoramiento pasajero, de una fascinación que se entretiene contemplando la alta y mítica combustión del capitalismo, de un sentimiento de vergüenza o de inferioridad arraigado en mi condición latina, de una huida española y de un recelo inconcreto", como escribe en las primeras páginas de América, editado por Círculo de Tiza.
Solo o con su novia, Vilas pasea, viaja, deambula por las ciudades de Estados Unidos, y mientras tanto se piensa o se imagina a sí mismo en su nueva vida, poniendo en pie de igualdad la mirada a lo más íntimo y pequeño y supuestamente intrascendente y otra de escala más amplia, mediante la penetrante observación del escenario moral y político que se encuentra a su paso. En él, el autor ya atisba el "nihilismo histórico", la "insatisfacción de origen moral, privada, que no tiene que ver con la situación económica", que acabaría llevando a la Casa Blanca al obsceno profeta de la catástrofe que tantos, sin reconocerlo, incluso sin saber exactamente por qué, deseaban ver allí.
-¿Qué planes tiene para su nueva vida en Estados Unidos?
-Me gustaría escribir una segunda parte de este libro. Hay muchas ciudades y muchos estados que me faltan por visitar. Quiero ir, por ejemplo, a Detroit y a Seattle. El país es inabarcable. Me faltan muchas cosas. Quiero patear más ciudades, y en cada ciudad nueva verme a mí mismo de otra manera.
-¿En qué consiste esa "vida sin prestigio" que tanto le gusta del Medio Oeste de Estados Unidos?
-La vida del que sólo quiere respirar, mirar el mundo, reírse y ser nadie, uno más. Un zombi más en un mundo donde la bondad ha sido aniquilada. No recordar que fui español. No recordar nada. No recordar ni mi nombre. Es una forma de libertad. Estados Unidos es el país de las segundas oportunidades. Eso es legendario y es hermoso.
-En el libro hace un retrato durísimo del paisaje moral de la España actual. Un país, escribe, que "necesita hacer fracasar a sus ciudadanos para sentirse país", un país de "gente que ambiciona dinero, y sólo dinero, y nada más que dinero como toda forma de plenitud intelectual y moral, pero que no sabe cómo ganarlo, y lo roba"...
-Desde Estados Unidos, puedes ver España con objetividad. No me gusta lo que veo. No hay una idea del bien común. Pero amo España, porque fue la tierra de mis padres. No hay mucha imaginación en España, que produce una cultura previsible y unos comportamientos políticos desastrosos. Las universidades españolas, por ejemplo, son absolutamente mediocres. Y el país es mediocre.
-"Una simple canción como 'God save the Queen' removió más conciencias que cien años de literatura social". ¿Esto cómo lo digiere el típico escritor o profesor 'conventual', por usar la expresión que usted mismo emplea para referirse al carácter de la cultura española?
-El pop es la cultura de la gente común. Es la única cultura que aún está viva, y creo que se está muriendo. Porque gente como los Sex Pistols ya son imposibles en el panorama musical actual, que es de una mediocridad apabullante, con ese horror llamado Operación Triunfo a la cabeza. La literatura movió conciencias en el siglo XIX. Ahora es alta cultura, pero ya no sirve para cambiar el mundo, ni siquiera para zarandearlo un poquito.
-"Ya no se trata de leer grandes páginas o de emocionarse con maravillosas novelas, sino de que pase algo que sea verdad", escribe. ¿Qué significado tiene esa innegable atracción que ejercen hoy la autoficción, lo confesional, las distintas formas de la literatura del yo?
-Creo que tiene que ver con el culto a nuestras propias vidas. Como si nos sobrara ya la ficción, como si necesitáramos más realidad. Nuestras vidas son importantes. Hablemos de ellas y no de personajes de ficción, que para colmo no han existido jamás. Algo de eso está pasando, y de ahí el cansancio de la ficción y del éxito de libros de duelo y de libros confesionales, como el de Karl Ove Knausgard. No queremos que el escritor se esconda tras una endiablada trama que es, simplemente, un ejercicio de malabarismo. ¿Para qué las tramas si la vida de los hombres vulgares no tiene trama? Las tramas de las novelas representan la aristocracia de la literatura. La vida de los desgraciados es simplemente un montón de momentos sin argumento. Los desgraciados de este mundo son tan desgraciados y tan pobres que por no tener no tienen ni argumento, ni nudo ni desenlace.
-En el libro habla de asuntos que pocos escritores, hasta donde yo he podido ver, reconocen con tal ausencia de tapujos: la necesidad de fama, la permanente competición, las vanidades, el dinero. En este aspecto, ¿cuán contento o cuán insatisfecho se encuentra Manuel Vilas?
-En España la verdad apesta. Nadie quiere la verdad. La literatura es un negocio como otro cualquiera. Los escritores cotizan a la baja o al alza. Cuando vas a un sarao literario y no te saluda nadie, simplemente tu negocio está hundido. Cuando se te acerca la gente y te dan abrazos, es que te va bien. Eso tiene una parte divertida. Si un escritor quiere saber cuál es su lugar en la industria sólo tiene que ir a un sarao literario o a un festival, etcétera. La literatura es un supermercado más. Hay periodistas poderosos que deciden qué libros son importantes y cuya opinión va a misa y nadie sabe por qué es así. Hay castas, como en toda la vida social española. Me gusta la verdad. Me sigue apasionando decir la verdad. En literatura sólo existe el éxito, como en la industria del automóvil o en la política o en la moda o en la bolsa o en el sector de la construcción. De modo que nunca he sabido muy bien qué pinto en este mundo. Lo que sí me llama la atención es la hipocresía a la hora de negar que en la literatura ocurra lo mismo que en cualquier otro sector productivo del capitalismo.
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