Solas | Crítica de danza
Carne fresca para la red
Juan Mayorga. Director y dramaturgo
Autor de algunos de los textos más celebrados del teatro reciente, obras como El chico de la última fila, La tortuga de Darwin, Hamelin o la más reciente El cartógrafo, Juan Mayorga (Madrid, 1965) ingresó en la RAE el pasado mayo con un discurso sobre el silencio y la escucha del otro. El Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española recupera La lengua en pedazos, su recreación de la figura de Teresa de Jesús, una obra que interpretarán Clara Sanchís y Jesús Noguero en el teatro de la Fundación Cajasol hoy a las 18:30 (el pase es para los acreditados al congreso). La pieza narra el encuentro entre la santa y un inquisidor "en un momento decisivo para ella, el de su primera fundación. El objetivo de él es situarla frente a su fragilidad, su fragilidad como ser humano y por tanto como fundadora y conductora de otras almas, y que desista de su proyecto”.
–Presenta a Teresa de Jesús como una mujer llena de dudas.
–Sí. En el momento que elegimos, así queremos verla nosotros, es aún una mujer que está peleando, no una santa. Cuando estrenamos la obra, en Avilés en 2012, un articulista me agradecía que hubiese escrito sobre Teresa de Jesús, pero lamentaba que hubiese descrito como alguien atravesado por las dudas a una persona que para él destacaba por sus firmes convicciones. Pero, para mí, sin embargo, parte de su fuerza radica en su constante agonía, su lucha permanente. Y tampoco quise que al otro lado hubiese un hombre de poder y de violencia, que el inquisidor fuera un personaje tópico. En la escritura, y en la puesta en escena, me preocupo de defender al inquisidor. Es como un doble para ella, un enemigo íntimo. De algún modo él se siente tentado por lo que es Teresa, y Teresa se siente atraída por lo que es él.
–Más allá de ese encuentro de personajes aparentemente antagónicos, la obra reflexiona sobre la incapacidad de la palabra para reflejar el misterio. "De lo que no se puede hablar, mejor callar”, asegura el inquisidor.
–Él y Teresa pelean en torno a los límites del decir, a qué se puede nombrar y qué no puede ser nombrado. El inquisidor sostiene que no se puede hablar de aquello que importa. Sabe que si siembra la duda en Teresa acerca de sus propias palabras está poniéndola en peligro. El inquisidor puede hacer no sólo que muera, sino que no quede memoria de ella. Pero Teresa no tiene tanto miedo a la muerte como a reconocer que lo que la sostiene no son más que palabras. Y la palabra fundamental ahí es Dios. ¿Qué se nombra al decirlo? Para el inquisidor, con Dios se nombra a alguien lejano y silencioso, y él utiliza con cautela ese vocablo. Y el Dios de Teresa, por el contrario, es sensual, cercano.
–En el volumen que recoge su producción dramática y que edita La Uña Rota, usted cuenta una historia muy conmovedora. Su padre tenía por costumbre leer en voz alta; algún amigo suyo cree que usted se dedicó al teatro porque de niño, gracias a su progenitor, la literatura le entró por el oído.
–Sí. Volviendo a Teresa de Jesús, algo que me emociona de ella es su quijotismo. Hay un momento biográfico al que se alude en la obra. Ella y su hermano leían libros de santos, y eso les llevó a escaparse hacia tierra de infieles para que los descabezasen. No olvidemos que lo que mueve al Quijote son las palabras, lo que empuja a ese hombre a la acción son las historias, y algo parecido le pasa a Teresa. Ella le da mucho valor a la biblioteca de su padre: alguna vez la he definido como una letraherida. Para mí no sólo fueron trascendentes las primeras lecturas, también las primeras escuchas. Por eso, además de amor, siento una enorme gratitud hacia mi padre, por habernos criado en una casa llena de palabras, palabras que eran tomadas en serio y creaban mundos; que no estaban sólo en los libros, también en el aire. Quizás a eso se deba mi fe en la palabra pronunciada, mi amor al teatro.
–Usted asegura que escribe "buscando a otros”. ¿Concibe el teatro, principalmente, como un lugar de encuentro?
–Sí, el teatro es una búsqueda de otros. Yo podría haber escrito una novela o un ensayo, pero decido hacer una obra de teatro. Escribo buscando a unos intérpretes que conviertan mis palabras en vida, y que luego construyan una experiencia poética en asamblea. Pretendo que ese encuentro permita a la gente hacer algo tan sencillo y al mismo tiempo tan ambicioso como examinar su propia vida o examinar vidas posibles. Ese es el programa del teatro desde los griegos. Yo me dedico a esto porque me interesa la gente, me interesan las acciones de las personas. En La lengua en pedazos no he intentado, ni en la escritura ni en la puesta en escena, hacer una recreación historicista. La protagonista es la Teresa del XVI, pero al mismo tiempo una actriz que respira tu aire, que te está interpelando. Ese misterio me apasiona.
–En El crítico, otra de sus obras, uno de los personajes sentencia: "El teatro jamás ha transformado a nadie”.
–Lo he comprobado muchas veces: el teatro no transforma a veces ni a quienes lo hacen. Hay actores, autores y directores que hablan de la libertad y son cobardes y siguen siéndolo, que critican la deslealtad y son desleales. Dicho esto, no pudiendo estar seguros de si el teatro puede transformar la vida, el mundo, tenemos que practicarlo como si fuera capaz de ello. Y a mí, como espectador, el teatro me ha cambiado. Chéjov me ha ayudado a apreciar que detrás de cada persona hay un misterio, hay una dignidad, un derecho a la belleza, que quizás haya dolor. Gracias a Tres hermanas, de Chéjov, o La vida es sueño de Calderón, o Rey Lear de Shakespeare, comprendí mejor la grandeza que puede haber en la pequeñez de cada vida. Ahora suelo decir que no si me ofrecen versionar algún clásico, pero el trabajo de adaptador ha sido la mejor escuela que he podido tener. No sólo por la técnica que aprendes de esos gigantes,también por algo más importante: la enseñanza moral que te proporcionan.
–El pasado mayo pronunció su discurso de ingreso en la RAE. ¿Ha respondido la institución a la imagen que tenía de ella?
–La Academia me ha sorprendido para bien, aunque, por supuesto, mis expectativas eran muy altas. Me he encontrado a gente con un enorme sentido de la responsabilidad, que se desvela por la misión de la Academia, ese propósito que se marcó hace tres siglos, trabajar por la unidad de la lengua y su buen uso. Estoy en la comisión de lenguaje científico y tecnológico y debo confesar que me resultan fascinantes los debates, muchas veces muy apasionados, para definir un término que sea útil a las personas. Estoy aprendiendo mucho, aunque soy consciente de que no he sido elegido para aprender, sino para aportar. Espero que esa educación para la escucha que me ha dado el teatro me sirva. Yo, por ejemplo, siempre voy con una libretilla tomando notas de lo que oigo a la gente. Siempre encuentro expresiones que me maravillan.
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