ROSS. Gran Sinfónico 4 | Crítica
La ROSS arde y vibra con Prokófiev
EMILIA PARDO BAZÁN | CENTENARIO
Los 70 años que vivió Pardo Bazán (La Coruña, 1851-Madrid, 1921) le cundieron como para regalarnos una vida abundante que hoy nos parece estar ante una mujer mundo, inabarcable, que no tuvo más límite aparente que el de su inagotable avidez de realidad. Si acudiéramos a una metáfora para definirla, la encontraríamos en algo que negara el estancamiento y subrayara un continuo buscar entre los seres y las cosas. Tal vez podríamos aceptar la metáfora del viaje entendido como un medio ubicuo de absorber el flujo de la vida, o de entender la propia existencia como una apropiación de cualquier pormenor de la vasta realidad.
En una época en la que a la mujer se la constreñía en el comedimiento o el silencio, Pardo Bazán empujó puertas, ganó espacios y derechos con el solo poder de lo que ella llamaba la luz de la palabra. De bellum luce (la luz en la batalla) fue el lema con el que se resumió a sí misma, y empuñando esa luz civilizadora se metió en medio de la sociedad indigente y reaccionaria de la Restauración. Llegó a escribir una cincuentena de novelas y más de 600 cuentos. Tradujo lo mejor de la novela europea, fue poeta, dramaturga y ensayista; autora de crónicas, reportajes y libros de viajes. Llegó a editar a su costa y a dirigir La Biblioteca de la Mujer, una colección donde figuraban libros fundacionales del feminismo europeo, como La esclavitud de la mujer, de Stuart Smill, o La mujer ante el socialismo, de Bebel, y, con esa congruencia suya que exigía que la acción viniera a completar las convicciones, fue la primera mujer conferenciante en el Ateneo de Madrid, cuya sección literaria llegó a presidir, o en ejercer como catedrática en una universidad o en llevar corresponsalías de prensa en el extranjero. Siempre con la conciencia de arrancar el espacio históricamente robado a las mujeres, se postuló hasta en tres ocasiones a ser miembro de la Real Academia de la Lengua, un coto que conservaría su cerril exclusividad masculina hasta 1978.
Tanta fertilidad de vida se lleva mal con cualquier intento clasificatorio. Dónde situar, por ejemplo, su catolicismo confeso que convivió con una crítica continua al matrimonio y a la doble moral de la familia o que la llevó a sazonar sus relatos con curas con el corazón sumiso a la avaricia y al rencor de los caciques. Casada con el dogmático carlista José Quiroga, fue amante de los liberales Benito Pérez Galdós y José Lázaro Galdiano, y tal vez del filoanarquista Vicente Blasco Ibáñez. Fue políglota, monárquica, feminista radical y defensora de la abolición de la pena de muerte. Escribió por entero y editó a su costa El Nuevo Teatro Crítico, una revista mensual con la que quiso contribuir, como el mismo Feijoo, a arrancarle a España la gruesa costra de ignorancia, supersticiones y prejuicios que nuestra tímida Ilustración no había podido lavar.
Atenta siempre al pulso de la cultura, escribió artículos de divulgación científica o sobre esa nueva ciencia de la novela naturalista que nacía para abrir en canal la narrativa y llenarla con toda la espesura de la vida. En 1883, introduce en España el naturalismo con un ensayo, La cuestión palpitante, en el que viene a expresar su fascinación por una escritura que puede cobijar, contar y explicar, sin ponerle filtros, toda la realidad. Lo hasta entonces vetado por considerarlo sin dignidad artística, desde el habla vulgar a las psicopatías, entra ahora en unos relatos que, más que reflejar el espejo de Stendhal, aspiran a sumergirse en el caudaloso río de Zola. El mundo es ancho y pertenece a los narradores. La avidez de realidad de doña Emilia va a encontrar en la novela, un genero que poco antes le había parecido un juguete de evasión, una poderosa herramienta de conocimiento. Es esa posibilidad la que la entusiasma y así lo recoge en su ensayo al tiempo que afirma el valor de la voluntad frente al determinismo y rechaza que en la novela, por más que sea un vasto campo de observación, "las pasiones o pensamientos [puedan someterse] a las misma leyes que determinan la caída de una piedra".
En Los pazos de Ulloa, una de las grandes novelas del XIX, Doña Emilia va a exponer ese valor de conquista del conocimiento que le concede a la nueva novela. Lo expresará con una alegoría que en realidad es una declaración de principios sobre el valor de la cultura como herramienta humanizadora, raíz que alimentó lo esencial de su vida: la biblioteca de los pazos de Ulloa, como toda la casa, está ganada por la vegetación y el abandono, debido al modo asilvestrado en el que viven el marqués y sus criados. El logos (los libros y manuscritos) es presa de los parásitos de la barbarie, arañas y polillas, correderas y lombrices que pululan por los anaqueles y devoran los folios. Sólo un agente civilizador, el nuevo bibliotecario, evitará que la razón sea engullida por la pasividad de la incuria.
Cuando doña Emilia publica La cuestión palpitante, es atacada por toda la caterva de la España retardataria, lo que ella llama "la hueste insultadora" se le echa encima,"una oleada coronada de espumarajos y acompañada de roncos mugidos de cólera". Aunque ese ensayo nos parezca hoy lleno de matices y moderación, doña Emilia siente una enorme presión, pues entre la turba de los que protestan están Juan Valera, Pedro Antonio de Alarcón, Gaspar Núñez de Arce, Armando Palacio Valdés, Ramón de Campoamor o José María de Pereda. Se la acusa de difundir una literatura pecaminosa e inmunda, sucia o inmoral, todo un manifiesto sobre el ateísmo y la pornografía francesa, hecho, además, por una mujer, que encima es esposa y madre. Apenas da crédito a ese aluvión reaccionario, y casi absurdo por su falta de consistencia: "Los sectarios se han hartado de llamarme sectaria naturalista (...) Lo malo de lo vulgar no es ser cosa de muchos sino de los peores, que son muchos".
El resultado es que José Quiroga, el abogado carlista con el que se casó a los 16 años, le pide que se retracte públicamente y deje de escribir. Con la resolución de siempre, se separará amistosamente del marido y reforzará su nueva autonomía convirtiendo su literatura en salario y sustento. Como mera consecuencia de su tesón por arrancar derechos individuales y espacios de igualdad, a partir de la separación tendrá una relación de amante que durará tres años con Pérez Galdós, y otras más esporádicas como la que tuvo con Alcalá Galdiano. Gracias a que se han conservado las cartas que ella escribió a Galdós, podemos ver cómo el amor le dio a doña Emilia un sentido de la completud, de la totalidad, que quizá nunca antes sintió con tanta intensidad. Se trataría de otra variante más de ese afán, tan suyo, de entrar en la realidad para poder apropiársela y luego compartirla. De ese modo, en una ocasión le escribe: "Hay en mí una vida tan afectiva y física, que puedo decir sin mentir que soy toda tuya".
Será Pardo Bazán para toda una generación de intelectuales motivo de ese oscuro resquemor generado porque alguien pueda remover la tierra de los beneficios, tan gratuitos, de la masculinidad. La llamarán "mujer que es mucho hombre", dotada de una "inteligencia macho", que "practica el marimachismo", mujer que "escribe a lo hombre o quizá como un escritor afeminado", hembra que "se ponía los pantalones para escribir", "dama obispal de la literatura española". Debajo de esos clichés, vive una sociedad de indigencia intelectual que "habla", como dice doña Emilia, "con frases hechas, igual que piensa con pensamientos hechos", y una mujer que tuvo la superioridad de saber que la cultura se levanta a pulso y que no hay vida plena fuera de ella.
Desde niña, siente su aprendizaje como la materia para armar la vida. Hay algo conmovedor cuando rememora las tareas que se impone, su modo solitario de aprender, su autodidactismo desesperado, un esfuerzo sin referencias claras a no ser de las que quiere huir: de la enseñanza superficial, ortopédica o menor, destinada a las personas de su sexo. "Hoy la educación de la mujer no puede llamarse educación sino doma, pues se propone por fin la obediencia, la pasividad y la sumisión".
"Tuve que trabajar tremendamente para formarme, no teníamos universidad, habría que haberse vestido de hombre [como Concepción Arenal] para asistir a las clases. Tuve que trabajar casi cinco veces más que un hombre para tener una educación equiparable".
"Comprendiendo que la educación que poseía no podía ser más ligera y más mal fundada, mi educación era a la violeta, y mis lecturas, por lo desordenadas, mejores para confundirme que para guiarme, fue un trabajo duro e infructuoso al principio y que ejercí completamente sola, el de ponerme a leer con fruto y escalonando y enlazando, llenando aquí y allá los huecos de mi superficial instrucción", escribió.
Su vida y obra, en fin, fueron tan abundantes y excesivas, tan claramente excepcionales, que podemos decir que fue esto, más que la independencia de su carácter, lo que la condenó sin remedio a la transgresión y a la soledad. Le tocó vivir en la Restauración borbónica, donde dominaba el techo de la precariedad intelectual y del machismo satisfecho, que supuso una condena para alguien que encaminó gran parte de su actividad a una conquista del conocimiento y a un empuje continuo por ampliar espacios, derechos, modos de actuación.
El 21 de mayo se cumplirá un siglo de la muerte de esta mujer de laboriosidad y curiosidad admirables que, al parecer, no dejó de multiplicarse para que le cundiera más la vida. Si miramos atrás, no tenemos hoy más remedio que celebrar todas esas vidas de doña Emilia, porque no sólo glosó lo esencial de la vida con su obra sino que su vida fue también una obra, un trabajo de construcción de una realidad mejor, más igualitaria y más libre. Un siglo es nada, porque aquí permanece doña Emilia, inmersa todavía en el vasto latido de la realidad, abriendo no sólo las ventanas de la España mohosa de la Restauración sino también las del presente, llenándonos todavía de preguntas doña Emilia, aún comiéndose el mundo, aún llenándonos de mundo.
También te puede interesar
ROSS. Gran Sinfónico 4 | Crítica
La ROSS arde y vibra con Prokófiev
Salir al cine
Manhattan desde el Queensboro
Lo último
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
La ventana
Luis Carlos Peris
Sicab sigue pudiendo con el tiempo
Tribuna Económica
Carmen Pérez
Un bitcoin institucionalizado
El parqué
Álvaro Romero
Tono alcista