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El intruso honorífico | Crítica
'El intruso honorífico. Prontuario enciclopédico provisional de algunas cosas materiales y conceptuales del mundo'. Felipe Benítez Reyes. Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2019. 317 páginas. 19 euros
Felipe Benítez Reyes advierte en el prólogo de El intruso honorífico. Prontuario enciclopédico provisional de algunas cosas materiales y conceptuales del mundo que se trata de un libro acabado, aunque nos alerta también de su carácter provisional en el "postprólogo dialogado". Y esta dualidad, que no contradicción, marca el tono de una obra que su autor lleva imaginando desde que tenía 17 años y que, por lo tanto, lleva escribiendo desde esa misma edad.
Para hablar de El intruso honorífico atendiendo al espíritu del libro tendríamos que atenernos a lo puntualizado en la entrada Alabanza y elegir entre las tres propuestas concretas del escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia para ensalzar una obra: decir que pertenece a una corriente concreta de prestigio, establecer un paralelo entre el autor y otro con nombre sonoro o usar un adjetivo " que tenga un contenido emocional inequívoco".
Pero me temo que esta complicada elección no se puede llevar a cabo sin dirimir primero qué clase de crítico es uno, porque leyendo la suculenta entrada dedicada a ellos, con nada menos que 16 acepciones, no está nada claro. Si yo fuera crítico creo que me quedaría con la undécima: "Persona que, tras escribir folio y medio sobre un libro o sobre una exposición pictórica, adquiere el derecho de comer croquetas de forma gratuita en los actos literarios y en los vernissages".
Pese a que no me gustan las croquetas y a que ya no hay actos literarios donde las pongan, la elección sería inequívoca porque en la entrada siguiente, la correspondiente a Croquetas, se nos advierte hasta dónde era capaz de llegar Pedro Salinas por comerlas. En mi caso no procede enredarme en conjeturas porque puedo atenerme a la primera acepción de la entrada Crítica –"mujer dedicada al ejercicio de la crítica"– y así ahorrarme quebraderos de cabeza.
Es éste un libro para aprender mucho sobre las cosas que uno creía conocer bien: sobre los gatos, los bolsillos, la enfermedad, las corbatas o el aburrimiento –"el centro de nuestro ser es algo así como una fiesta sin gente"–y, sobre todo, sobre los cines de verano. La mayoría de estas entradas largas fueron artículos que el autor ha ido publicando en la prensa diaria.
Aunque como en literatura el orden de los factores sí altera el producto, adquieren aquí una nueva dimensión y corroboran la precisa capacidad de Benítez Reyes para conseguir que la realidad destile realidad. Brillan con luz propia los retratos de ciudades como Cádiz –"un laberinto que hay que recorrer mirando hacia arriba"– o Venecia.
Rezuman ingenio las entradas referidas a escritores y nos conmueve los certeros hallazgos de algunas de sus definiciones como, por ejemplo, Patetismo: "Un pájaro teñido de negro que lleva un gusano de plástico en el pico". Y no sigo por estos derroteros porque no quiero parecerme al profesor Pozuelo de la acepción 13 de la entrada Crítico y desglosar aquí "el autentico menú degustación" de la obra de Felipe Benítez Reyes que podemos saborear en este volumen.
El lector no encontrará respuestas claras, sin embargo, sobre las cosas que desconoce en El intruso honorífico. Si, por ejemplo, le asalta la duda sobre qué es la Antanaclasis tendrá que conformarse con saber que es "la polisemia de la homonimia" o recurrir a la siguiente entrada, Anticipación, y "poner el parche antes que la herida". Si, pongamos por caso, no tiene ni idea de qué significa el amor cortés tendrá que darse por satisfecho con un expeditivo: "En esencia, algo así como: ¿Os importunaría, mi dama, que os la metiese un poco?". El autor juega a la elipsis, se recrea en el juego de palabras y nos sorprende con su evidente capacidad humorística. Aunque también puede ser que pertenezca yo al tipo 6 de críticos y entienda de cosas que no comprendo.
Aunque eluda comportarme como un crítico tipo 1, que según Cansinos Assens se corresponde con el "echador de cartas", me permito aventurar que el lector disfrutará intensamente con este ameno prontuario al que se puede recurrir largamente. Acabado y provisional, El intruso honorífico es además infinito porque permite múltiples lecturas.
Sin someterse a los ineludibles corsés de la novela o la poesía –aunque haya relato y mucha poesía– el autor se revela como un curioso empedernido al que nada del mundo le resulta ajeno ni siquiera ese "director artístico del circo de las pulgas" que es Dios, en su primera acepción, eso sí, porque en su segundo significado nos remite a Ernest Renan "que lo vio como una gran ostra vegetativa" y puede que así entendido dé menos juego.
No quiero, por último, que me tomen por un crítico del tipo 5, el "expedidor semanal de diplomas firmados con tinta simpática", pero asumo el riesgo y me aventuro a recomendarles la lectura de un libro repleto de buena literatura: ingenioso, irónico, emocionante...
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