Anaïs Nin renace en Cuba
La escritora reconstruye en 'Posar desnuda en La Habana' la estancia en Cuba de una joven Anaïs Nin. Un diario apócrifo que plantea un homenaje a una mujer única.
Posar desnuda en La Habana. Wendy Guerra. Alfaguara. Madrid, 2011. 208 páginas. 18,50 euros.
Aunque los diarios de Anaïs Nin se componen de miles de páginas, la escritora apenas rellenó unas cuartillas en su estancia en Cuba. Aquel viaje tuvo lugar en 1922: ella tenía 19 años y volvía a la ciudad natal de sus padres para convivir un tiempo con sus tías; estaba comprometida con el banquero Hugo Guiler, cuya familia desaprobaba esa relación, y en el pensamiento de la joven se entrecruzaban las dudas ante su matrimonio y su voracidad ante la vida. Atraída por un personaje contradictorio y enigmático, la cubana Wendy Guerra presta su voz a Nin en Posar desnuda en La Habana (Alfaguara), un diario apócrifo que reconstruye las vivencias de la autora francesa en la isla.
"Aún no estamos listos para percibirla. Vivimos en la prehistoria de Anaïs", pensó Guerra mientras visitaba al viudo de la narradora, Rupert Pole, durante el largo proceso de documentación que llevó a cabo para su obra. Los interrogantes se multiplicaban ante la biografía de una mujer que se desdobló en un sinfín de reinvenciones. "¿Anaïs fue bígama, incestuosa, mitómana, adúltera, creativa, talentosa, ninfómana, bisexual, transgresora, enigmática, encantadora?", se cuestiona al final del libro, en una especie de making of en el que relata algunas anécdotas de la escritura. Y Guerra se contesta a su pregunta: "No, para nada. Anaïs fue Anaïs. Ella creó un método, una actitud que cambiaba con cada una de sus capas. Nadie sabe en realidad quién fue Anaïs (...) Sus diarios son un largo performance".
La ganadora del Premio Bruguera por Todos se van se siente capacitada, tras la sumersión en la historia de Anaïs Nin, para rebatir algunos clichés que la acompañan. "Siempre me dicen una cosa muy extraña: que Anaïs le dio una lección a los hombres, que era una mujer muy independiente. Pero yo no he encontrado todavía una página de ella en la que no esté hablando de un hombre, de la necesidad de verlo o de dejarlo de ver", cuenta Guerra ya en persona, de promoción estos días por Andalucía. Nin, opina la novelista, tuvo en sus relaciones "un gran, largo diálogo con un mismo hombre", su padre, con el que llegó a cometer incesto.
Guerra percibe a su heroína como "una bailarina contemporánea" con la que compartía actuación. Había recurrido en proyectos anteriores al formato del diario -"como en mi país todo es en colectivo, me atrae mucho la primera persona", explica-, pero imitar la prosa de su protagonista requería "entrenarse mucho. Usé hasta un cronómetro para calcular el uso de las comas; estudié sus modismos, sus palabras. Leí a escritoras de su época, aunque ella es muy peculiar en el lenguaje. Y tuve que bajarle dos tonos a su estilo, porque estaba en 1922 con 19 años, tampoco podía expresarse como hacía en los años 40 ó 50".
Del acercamiento a esta mujer que "nunca dejó de ser escritora en su vida privada; por eso siempre digo que es una artista contemporánea, porque se comportó como si vida y obra fueran lo mismo", a Guerra tampoco le ha costado afrontar su curiosidad sexual. "En Cuba, el tema del sexo, si se trata de relaciones heterosexuales, se ve con naturalidad. Anaïs se acoplaría bien a la educación que tuvimos, en los internados contábamos con mucha libertad corporal. El cuerpo fue el último bastión que no pudieron tocar, y nosotros ejercimos nuestras libertades a través de él", sostiene esta autora que estudió cine y sueña con ver su retrato de Nin en la gran pantalla. "Ahora Sergio Cabrera va a hacer la película de Todos se van, pero yo no voy a participar en el guión ni nada. Igual alguien se atreve a filmar este libro, que es muy cinematográfico. Ojalá lo haga alguna mujer española, y Cádiz podría ser La Habana en los años 20".
Guerra vive en la paradoja: su obra no es publicada en Cuba y sin embargo es bien recibida en el extranjero. En España, sus libros se han incluido en alguna lista de los mejores títulos del año; Francia la ha nombrado Chevalier de l'Ordre des Arts et des Lettres, y en diversos países el público se interesa por sus creaciones. "Tendría que buscar a alguien de marketing que me investigue la razón por la que se venden mis libros", afirma, modesta. "Entiendo que en Amazon se vendan porque los cubanos estamos como los judíos, repartidos por el mundo, pero otras cosas me parecen un misterio". Le enorgullece estar seleccionada como parte de Bogotá 39, el grupo que engloba a los autores jóvenes más estimulantes de la literatura hispanoamericana, un reconocimiento que ella acoge como "una de las mejores cosas que me ha podido pasar. En mi país estoy muy sola, y en este grupo tengo a otras 38 personas con las que poder compararme, que me ayudan a ver lo que se está haciendo, a ser disciplinada. El encuentro de Bogotá fue bonito, no había egos", recuerda.
La autora reconoce estar "bajo un manto de silencio" en Cuba y haber pasado momentos "difíciles", pero mantiene la residencia en su país "porque lo amo". Medita mucho antes de valorar la situación, que compara con "un matrimonio largo, que no va bien pero que no vas a dejar", y admite que lleva "40 años viviendo con Fidel [Guerra nació en 1970] y sinceramente no puedo decir cómo se vive sin él". Ilustra con un episodio estremecedor hasta qué punto está la figura de Castro arraigada en la sociedad. "Mi madre tuvo alzheimer y me olvidó a mí, pero sin embargo hablaba con Fidel cuando salía en la televisión", cuenta. No cree que su generación "pueda trascender eso, podremos hacer reformas económicas pero tiene que ocurrir algo muy fuerte para que olvidemos a Fidel. Sólo puedo decir que él estuvo mucho tiempo en el poder, y que yo estuve ese tiempo. Es como el destino del héroe griego: nadie le preguntó a Zeus si quería ser Zeus".
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