El aire condensado de un tiempo
'La madre de Frankenstein'
Almudena Grandes recoge la asfixia de la España de los años 50 en 'La madre de Frankenstein', una novela que se acerca a la figura de Aurora Rodríguez Carballeira
Germán Velázquez, un psiquiatra que desde 1939 ha vivido exiliado en Suiza, decide regresar a mediados de la década de los 50 al que pese a todo es su país, y acepta una oferta para poner en marcha un tratamiento revolucionario –la clorpromazina– en el manicomio de mujeres de Ciempozuelos. En su nuevo destino le espera el reencuentro con un fantasma del pasado, Aurora Rodríguez Carballeira, una mujer que llevada por la paranoia mató tiempo antes a su hija y se convirtió en una de las asesinas más célebres de la historia de España. En ese centro, Germán se sentirá cautivado también por María Castejón, una auxiliar de enfermería que tiene una fuerte conexión con la paciente. Estos tres personajes protagonizan La madre de Frankenstein (Tusquets), el nuevo capítulo de los Episodios de una guerra interminable con los que Almudena Grandes reconstruye la posguerra española.
La autora madrileña, que presentó este martes en Sevilla su novela de la mano del Centro Andaluz de las Letras, cuenta así la vida en la década de los 50 "desde el margen del margen, en un sitio donde viven las personas que no le importan a nadie, mujeres, que en ese tiempo eran tratadas como ciudadanas de segunda, y gente con enfermedades mentales, a la que se veía como desechos sociales. Un sitio donde se condensan las partículas que hacen irrespirable el aire de ese momento", explica la novelista, que por el Episodio anterior, Los pacientes del doctor García, obtuvo el Premio Nacional de Narrativa.
Grandes describe los años 50 como un tramo "oscuro" porque "aunque se recuerde como más pacífico, fue triste para los demócratas que esperaban que la comunidad internacional iba a hacer algo contra Franco y vieron que eso no iba a ocurrir. Aquella época fue como un túnel en el que no se filtraba la luz", opina. Una sociedad en la que "el Estado franquista y la Iglesia católica imponían sus normas y condicionaban la vida de los ciudadanos. Todo era pecado y los pecados se convertían en delitos, la mujer tenía que ponerse medias y no podía llevar mangas cortas aunque fuera verano y se asfixiara de calor", resume.
Grandes puede explorar con esta obra la compleja figura de Aurora Rodríguez Carballeira, un personaje que le intriga desde que leyó, hace 30 años, El manuscrito encontrado en Ciempozuelos, en el que el psiquiatra y ensayista asturiano Guillermo Rendueles compartía sus impresiones sobre aquella paciente. "Y desde entonces, desde esa lectura", dice Grandes, "Aurora fue para mí una enferma mental, no una asesina, una madre castradora, aunque también lo fuese". Esta "paranoica de libro" que tenía "los dos síntomas fundamentales, la manía persecutoria y el delirio de grandeza", creía albergar una misión, "sostenía que había venido al mundo para reformar la sociedad y para que fuéramos más felices". No pudo soportar que su hija, Hildegart Rodríguez, una niña prodigio que había intentado moldear a su antojo, se distanciara de ella, y el 9 de junio de 1933 le disparó cuatro tiros para impedir que esa joven activista que empezaba a adquirir notoriedad y se codeaba con intelectuales como H. G. Wells se desplazara a Londres.
"Aurora lo tenía todo para ser un icono de la España republicana. Era superdotada, como su hija, autodidacta, rica en un tiempo en el que eso te permitía una independencia infrecuente, daba conferencias en las que hablaba de los derechos de las mujeres... hasta que se le cruzaron los cables", analiza la narradora, que asegura que "tanto Hildegart como Aurora son personajes incómodos para el feminismo y la izquierda española, que no saben qué hacer con ellas".
En algunos pasajes de La madre de Frankenstein, Grandes se introduce en la cabeza de la madre y simula su voz. "No podía rescatarla sin que ella se explicara a sí misma. En sus pensamientos, ella habla como una persona normal", afirma sobre un personaje esquivo y fascinante que inspiró antes a Fernando Fernán Gómez y Rafael Azcona (Mi hija Hildegart, 1977) o a Fernando Arrabal (La virgen roja, 1987).
Pero La madre de Frankenstein es también la historia de Germán, "alguien que vuelve después de 15 años a su país y que no entiende nada, que se encuentra con unos códigos de comportamiento que no comprende y que siente que su país le rechaza", y de María, "una mujer que ha nacido en un manicomio y que también, a su modo, es una extraterrestre". El doctor se topará con una sociedad en la que la ciencia se supedita a los dictados de Dios y con una psiquiatría en la que manda Antonio Vallejo Nájera, "alguien que establece una relación directa entre el marxismo y la debilidad mental y cuyas teorías eugenésicas no estaban tan lejos del pensamiento nazi", denuncia Grandes. La escritora, por otro lado, expresa su deuda con Carlos Castilla del Pino, cuyas memorias "me enseñaron muchísimo de cómo era la vida en un psiquiátrico entonces".
Pese a la irrupción de la extrema derecha, que ha devuelto al debate político algunas ideas que se creían superadas, Grandes quiere pensar que "las cosas no son igual hoy que antes: lo que hoy nos parece una extravagancia antes era la norma". La autora sabe que narraciones como la suya ayudan a revisar el pasado, "y los escritores tenemos una ventaja sobre los historiadores: la literatura es el territorio de la emoción. Un libro que te gusta, aunque transcurra lejos, te está contando la vida de algún modo".
La madrileña continuará los Episodios de una guerra interminable con Mariano en el Bidasoa, su próxima entrega. "Sólo tengo la anécdota y poco más, todavía", admite sobre el plan de trabajo. "Me cuesta mucho desprenderme de los personajes. Los de La madre de Frankenstein no me necesitan ya a mí, pero yo los sigo necesitando a ellos. Por la noche, cuando me acuesto, me vienen todavía a la cabeza", se sincera Grandes, "feliz" de la repercusión que está teniendo el centenario de Pérez Galdós, cuyos Episodios Nacionales motivan su proyecto narrativo. "Pocos autores pueden presumir como Galdós de que en el siglo XXI se siga utilizando un formato que él inventó en el último tercio del siglo XIX. Aunque están saliendo antigaldosianos, el ruido que está haciendo el centenario es magnífico. Todo lo bueno que le ocurra a don Benito es poco".
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