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CIEN AÑOS DE LA MUERTE DE KAFKA
'El proceso'. Franz Kafka. Traducción y notas de Luis Fernando Moreno Claros. Arpa. 332 págs. 19,90 euros
¿Puede aportarnos, hoy día, alguna novedad El proceso, de Franz Kafka? ¿Puede decirnos algo nuevo este clásico moderno, tantas veces estudiado, tantas veces divulgado? La respuesta es afirmativa. Por dos motivos: por su naturaleza de clásico –es decir, una obra que habla al lector de cualquier tiempo– y por el estupendo trabajo de edición de Luis Fernando Moreno Claros para la editorial Arpa. Moreno Claros –especialista de Zweig y de otros nombres destacados de nuestra cultura moderna– nos propone, en esta edición renovada, una depurada traducción, una reorganización de los capítulos –compleja tarea– y un fragmento inédito en español. Concluye el crítico con un posfacio –equilibrado de erudición y criterio– que contextualiza, preciso y detallado, la memorable obra del escritor checo.
El lector descubre aquí una reformulación de El proceso, donde se relata la historia de Josef K., un individuo anónimo que es arrestado sin motivo alguno. La situación se sucede en un proceso judicial inexplicable, desconcertante, en el que el acusado –un inocente– es enjuiciado por una causa desconocida. Se trata de un relato atractivo y sugerente, aunque no sea su trama, como ocurre en tantas grandes novelas del XX, lo relevante del asunto. Lo destacado de la propuesta de Kafka se halla en la interpretación que los lectores construimos de este suceso. Un análisis –o conjetura, elucubración, razonamiento– que Moreno Claros dilucida con acierto. Señalando las principales cuestiones de la obra.
El proceso es una obra primordial para comprender la personalidad –la del autor y la del hombre– de Kafka. Quizá en este punto se encuentre su valor primero: la novela nos sirve para conocer al escritor checo en sus dos facetas –indisociables–, vida y obra. Las primeras páginas de este clásico fueron escritas en 1914, tras un desencuentro de Kafka con su pareja, Felice Bauer. Una relación sentimental condicionada por dos mentalidades en perpetua colisión: la de Bauer, conservadora y tradicional, y la de Kafka, tendente a lo desclasado, a lo bohemio, a lo underground de la época. Estas dos maneras irreconciliables de afrontar una relación provocan en el escritor la frustración y el desasosiego, lo que acaso fuese "inspiración" de una historia que se define por su tono decaído, desolado, evidentemente trágico.
Es probable que Franz Kafka, trabajador en una aseguradora, con horario de oficinista, entorno funcionarial, quisiera contar en El proceso el confuso y asfixiante laberinto de la burocracia, constituido por un lenguaje críptico, inaccesible, que tantas veces lleva al ciudadano a una situación de desconcierto, insólita. Anota Moreno Claros que con esta novela –elogiada por Adorno, Benjamin o Thomas Mann– surge el concepto de lo kafkiano, un término similar a lo dantesco, con un significado que va más allá de la obra de sus autores.
Kafka, con su oficio casi de funcionario, tuvo entre sus cualidades la de ser un escritor diligente y constante. La literatura para él fue una ocupación cotidiana, diaria, que exigía de la disciplina y la entrega paciente. Así concluyó su manuscrito –o el germen de la novela– a principios de 1915. Aunque este no fuese publicado hasta 1925, diez años después y ya fallecido el escritor. Kafka jamás se decidió a publicar su relato –no convencía–. Fue su amigo Max Brod quien se encargó de dar a conocer El proceso a los lectores, en una edición que por supuesto no ideó su autor. Brod, divulgador, biógrafo y, en cierto modo, artífice de la imagen pública de Kafka, se ocupó de una edición basada en su propio criterio –sin más–. A pesar de las buenas críticas de autores relevantes –Hesse–, la novela pasó inadvertida en un primer momento. No fue hasta la década siguiente, y sobre todo a partir de los años cuarenta –con la reivindicación de surrealistas y existencialistas–, cuando El proceso se convierte en una obra de referencia. Y Kafka en un autor de culto.
Las lecturas de Hannah Arendt, explica Moreno Claros, impulsaron el interés de la novela de Kafka, al señalar su sátira respecto de los totalitarismos, es decir, del nacionalsocialismo alemán y del comunismo soviético. El proceso podría ser un relato que nos advierte las consecuencias de un poder judicial arbitrario y caprichoso, déspota y tirano. Kundera, paisano y fervoroso lector de Kafka, probablemente tomó este enfoque como base para La broma, donde se parodia –una parodia amarga y gris– la persecución política del régimen soviético.
Sea cual sea el contenido que queramos atribuir, la historia de Josef K. es la de un hombre que, sin saber bien por qué, se encuentra privado de libertad y prácticamente sentenciado. Un individuo que no puede escapar de su contexto, de sus circunstancias, por más que razones o argumente, por más que se explique o aporte pruebas. Como decimos, los existencialistas hicieron suyo esta mirada kafkiana, la del hombre sometido a un devenir que no controlamos, sin más alternativa que la muerte.
El proceso es una novela inconclusa, fragmentada, lo que Moreno Claros considera un valor más, pues entendemos que Kafka fabrica una realidad tal como la comprende el hombre moderno –desde lo fragmentario–. En resumidas cuentas, se trata de una alegoría de aquel mundo de entreguerras.
Se reedita en Arpa una obra que sigue viva cien años después de su publicación –nos sigue diciendo y explicando–. Una novela con la que conocemos, a fondo, al transparente y a su vez enigmático Franz Kafka; en El proceso descubrimos la vida y la obra, al autor y al hombre.
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