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Exposición en la Casa de la Provincia
Sevilla/En el comienzo de la exposición ha puesto un retrato de un chaval de las Tres Mil Viviendas que se encontró en un semáforo. Está tomada desde el interior de un coche y el niño dirige su mirada segura, más escéptica que desafiante, con un cigarrillo que aún no ha empezado a consumirse en sus labios. "¿Qué habrá sido de él? Hoy tendrá 50 o más... Todos estos años, desde entonces, me he acordado mucho de esta foto, que estuvo perdida un montón de tiempo. Hace poco, buscando en mis archivos, la encontré y por eso he querido que abriera este recorrido. Por algún motivo, ese niño del semáforo, esa mirada, se me quedaron fijados en la memoria", dice Pablo Juliá, "un periodista gráfico que de vez en cuando se deja llevar por las derivas del sentimiento", en sus propias palabras.
Miembro emblemático de El País, a su vez diario emblemático de "aquella epopeya extraña que nos marcó a todos" (así se refiere a la Transición), Juliá, fotógrafo gaditano afincado durante muchos años en Sevilla y director del Centro Andaluz de la Fotografía hasta 2016, echa ahora la vista atrás, hacia Otros tiempos..., como se titula precisamente la exposición en la que reúne más de un centenar de fotografías que dan fe de la singularidad de aquella época en la que España estrenaba la democracia en un estado de alegría y esperanza colectivas pero también sometida a convulsiones, zozobras y precarios equilibrios.
Realizada en colaboración con la Fundación Unicaja, el Centro de Estudios Andaluces y el Foro de los Consejos Sociales de las Universidades Públicas de Andalucía, y dedicada a Eduardo Abad, gran fotoperiodista de la agencia Efe fallecido a comienzos de enero, esta muestra podrá visitarse en la Casa de la Provincia hasta el 22 de marzo. Para su exhibición en Sevilla (la idea es que se vea en todas las capitales andaluzas: ya ha pasado por Cádiz, Huelva, Almería y Málaga), el fotógrafo ha seleccionado expresamente un puñado de fotos, entre ellas la que puede verse también en la entrada de la exposición, donde un señor camina durante un día de lluvia cerca de la Torre del Oro, una imagen en un hermoso blanco y negro y cuya composición remite –"imita", dice riendo Juliá, que nunca fue de abstrusas explicaciones teóricas– a las de su muy admirado Henri Cartier-Bresson.
"En aquel momento yo no tenía conciencia del tiempo histórico, aunque de alguna manera sí que sentíamos todos que era un tiempo distinto y que lo estábamos construyendo entre todos. Pero si hoy tuviera que volver a hacer todas estas fotografías seguramente las haría de otra manera, y por eso a veces me siento como un extraño ante mi propia obra. Miro mis fotografías y me sigue impresionando un poco ver cuántas cosas ocurrieron en aquella época que viví. En aquel momento era presente, el tránsito en el que permanentemente estamos todos, no Historia, y es el tiempo el que le da fuerza y un valor añadido a las imágenes que yo en aquel entonces no podía saber que iban a tener. En aquel momento eran fotografías, ya está", dice este fotógrafo autodidacta, que estudió Filosofía e Historia y aprendió luego el oficio del periodismo como en el fondo se aprenden todos: sobre la marcha, haciéndolo.
La política, claro, está muy presente en la exposición. Juliá es no en vano autor de memorables fotos sobre la Transición en Andalucía. Imágenes tan famosas como la de la tortilla –aunque no hubiera tortilla–, en la que Carmen Hermosín, Felipe González, Carmen Romero, Alfonso Guerra, Luis Yáñez y Manuel Chaves, entre otros, es decir, lo que de manera inminente sería el núcleo duro del poderosísimo PSOE de los primeros 80, disfrutaban de un pícnic en La Puebla del Río en la primavera de 1974, cuando el partido era aún clandestino.
O como la de Manuel Fraga pidiendo el voto para los socialistas sin darse cuenta: el ex ministro franquista y pope de la recién creada Alianza Popular había acudido para dar una charla y Juliá se dio cuenta de que entre los papeles que llevaba se había colado un folleto de propaganda electoral del PSOE que alguien había dejado en la mesa. "Usted es Pablo Juliá, ¿verdad? Tengo que reconocer que es usted un gran fotógrafo. Y también un gran hijo de puta", le espetó el líder de derechas. "Viniendo de él, me lo tuve que tomar como un cumplido", evoca Juliá entre risas ante esa imagen, también incluida en la exposición.
De momentos decisivos de los años de la Transición están llenas las paredes de la sala de exposiciones de la Casa de la Provincia. Plácido Fernández Viagas durante la constitución de la primera Junta de Andalucía, o un multitudinario estallido de alegría en el Casino de la Exposición tras el referéndum del 28 de febrero de 1980, por ejemplo. "Antes la gente hablaba. Hoy, a la vista está, no se habla. Todo el mundo estaba dispuesto a aguantarse, a ceder en algunas cosas, porque sabíamos que teníamos que salir de una época para entrar en otra y que ésta tenía que ser distinta, y eso lo sabía también la derecha, por eso se pudo construir", dice Juliá, que rescata en esta exposición un buen ramillete de fotografías de líderes políticos que hoy, en la era de los gabinetes de comunicación, los asesores de imagen y las puestas en escena prediseñadas al milímetro, serían impensables.
"Antes –dice Juliá–, Felipe González daba una rueda de prensa y estábamos cuatro plumillas y yo de fotógrafo, y nos íbamos luego con él a tomar café y charlábamos, siendo él ya una persona significativa e importante. Hoy, un concejal que va a anunciar el cambio de nombre de una calle tiene encima un corralito con un montón de cámaras, con un montón de periodistas, y no es posible tanto contacto".
La mayoría de las imágenes que llaman la atención por esa cercanía, por su aire espontáneo, doméstico y relajado, son de Felipe González –que por cierto presentará el 12 de febrero su Fundación en el marco de esta exposición– y Manuel Chaves, aunque también hay alguna muy incisiva de González junto a Alfonso Guerra que el fotógrafo titula, con sorna, Number One y Number Two in the Shadow. Especialmente íntimas son algunas de Chaves, gran amigo del fotógrafo, que en esta muestra aparece, por ejemplo, parodiando un pase de modelos tras una distentida comida familiar o, mano a mano con un Juliá con "barba de Trotski", redactando un panfleto el mismo día de la muerte de Franco.
"Yo era un tío de ideología socialista –reflexiona Juliá– pero en aquellos años había dejado ya el partido. Y era duro con algunas cosas. De hecho saqué en aquel momento todos los defectos que tenía la Transición", dice el fotógrafo, cuya cámara dio también fe de "incómodas" realidades, desde los violentos disturbios en los astilleros de Puerto Real y los efectos de la violencia policial en los cuerpos de los trabajadores –hombres y mujeres– que pese a todo no se dejaban amedrentar, hasta imágenes como la de la familia instalada bajo un puente, en la que sorprende de entrada la desnudez de una niña –"hoy esto no se podría ya publicar"– hasta que la mirada repara en la señora mayor que hay a su lado, un rostro impactante, casi entre una pintura negra de Goya y el expresionismo alemán.
"Yo soy fundamentalmente un periodista gráfico y tenía que contar las cosas a pesar de que algunas fueran muy duras", afirma Juliá. "Además, el de mi época era un periodismo en el que abundaba mucho más el sentimiento. Hoy en las facultades se enseña mucho Ferdinand de Saussure y mucho estructuralismo, pero no se pisa la calle como se pisaba entonces. Antes en las redacciones no había nadie, estaba como mucho un señor que era el conserje. ¿Por qué? Porque tenías que salir fuera a buscar las cosas, no había internet, no había nada". Bueno, juergas, sí, alguna que otra, con cierta frecuencia.
Y también esto puede verse en la parte "más lúdica" de la muestra, que recoge retratos de artistas plásticos –Carmen Laffón pintando en su querido Coto de Doñana, Guillermo Pérez Villalta–, escritores –la famosa imagen de Borges con Torrente Ballester en Sevilla, "duelo de bastones" con el perfil de la Giralda al fondo–, músicos –impagables estampas de Kiko Veneno, Silvio, Raimundo Amador, María Jiménez...–, aristócratas licenciosos que montaban "fiestas paganas", por lo general una mera excusa para que apareciese por ahí en algún momento alguna señorita en cueros, o una pandilla de jóvenes anónimos dándose alegremente el lote en el parque, celebrando –sin sospecharlo, tal vez– que la vida siempre se abre paso y afortunadamente hay quien se empeña en recordárnoslo.
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