Síndromes expresivos 19

El laberinto de Howard Carter

Howard Carter, célebre por el descubrimiento de la tumba de Tutankamón Howard Carter, célebre por el descubrimiento de la tumba de Tutankamón

Howard Carter, célebre por el descubrimiento de la tumba de Tutankamón

El arqueólogo británico Howard Carter, antes de emprender sus célebres expediciones en busca de los tesoros ocultos en el Valle de los Reyes, dedicó algunos años de su vida a impartir clases de lengua inglesa en un instituto del sur de Londres. De esta experiencia como profesor, nos legó algunas impresiones en unos artículos autobiográficos, donde explica de forma detallada un síndrome expresivo que, con el paso de los años, acabó por tomar el nombre del célebre investigador.

Según afirma en algunos pasajes de la recopilación, con relativa frecuencia algunos alumnos adolescentes saben cómo empieza el desarrollo de una pregunta teórica o análisis conceptual de tal o cual texto. Sin embargo, a medida que la composición escrita avanza, esta se llena de falsos caminos, vueltas atrás y trampas en formas de signos y avisos, que sumen al lector en la desorientación más absoluta.

En algunos pasajes, el joven Carter alude a un tipo de expresión escrita como “la mejor de todas, la más maravillosa que me ha tocado leer y corregir y ciertamente intrincada y enigmática”, por la profusión de indicios y marcas expresivas. Además, afirma con rotundidad “estoy seguro de que nunca en toda la historia de las correcciones de textos escritos se verá un espectáculo tan sorprendente como el que he vivido durante estos años de convivencia entre estos jóvenes escritores”.

Guiado por su fe en la enseñanza, un aún desconocido Howard Carter comenta con precisión en sus memorias pedagógicas los tesoros expresivos que fue descubriendo en cada una de las redacciones entregadas por sus alumnos de Secundaria. Así, algunos elementos compositivos a los que dedica algunas líneas de reflexión son:

1. El alumno inicia la descripción de las características de un concepto, fenómeno o movimiento literario y, como poseído por el don de la intriga, concluye la frase con “etc,...”. En palabras de Carter, “esta técnica no es muestra de bloqueo mental ni desconocimiento, sino más bien una invitación a la búsqueda del lector de un pasadizo en la interpretación secreta del texto”.

2. En ocasiones, el lector piensa que “ha llegado el momento decisivo. Con ojos temblorosos sigue la línea de escritura hasta que, de repente, se topa con un mayúsculo asterisco que interrumpe de forma abrupta la supuesta reflexión del escrito”. Por supuesto, el joven profesor alababa este recurso empleado por muchos alumnos en apariencia despistados, como atestiguan algunos pasajes de su obra: “disfruto con la aparición de varios asteriscos y llamadas de atención en la lectura de los textos de mis alumnos. Me encanta tener que ir al final del escrito y encajar estas piezas sueltas. Pura arqueología”.

3. Un hecho curioso es la alabanza a la manía expresiva de ciertos alumnos, cualidad que describe de la siguiente manera: “una línea lleva a la siguiente, y esta a otra posterior. Esta cadencia llega a su ocaso en el último espacio libre de la hoja en blanco. Ya al final, descubrimos en la parte inferior derecha una inscripción que ayuda al acceso a la parte siguiente del texto: SIGUE POR DETRÁS”. 

4. Por último, merece la pena reseñar un rasgo estilístico de los inexpertos redactores, que el reputado arqueólogo comenta en estos términos: “Ninguno de los profesores del departamento de lengua inglesa pudimos evitar sentir la solemnidad de aquella ocasión; ninguno pudo dejar de ser afectado por la idea de lo que íbamos a ver. Así, al final del escrito, emergió una palabra que retumbará en nuestras académicas mentes hasta el último instante de nuestra existencia. Allí, ante nuestros ojos, la palabra FIN”.

¿Se puede superar?

Este síndrome de Howard Carter puede desaparecer con el cumplimiento de ciertas pautas como:

1. Ahórrate los etcéteras y puntos suspensivos y atrévete a cerrar la frase. Los finales abiertos proyectan una imagen de falta de organización e ideas inconexas. Tú no eres Hitchcock, campeón.

2. La escritura no es una película de Indiana Jones: no necesitamos la intriga del asterisco. Los profesores temblamos con la frase: "Profe, se me ha olvidado una cosa. ¿Pongo un asterisco y la escribo al final?". Analiza la mirada del profe para deducir la respuesta. Mi reino por una nómina a final de mes.

3. Estamos en una fase avanzada de la evolución del ser humano. Por lo tanto, al final del folio los profesores somos capaces de darle la vuelta a la hoja para seguir leyendo sin necesidad de advertencias infantiles en forma de mensaje “Sigue por detrás” o flechitas de dirección. Te juro que podemos.

4. El profesor puede interpretar por sí mismo el final de una redacción sin la aclaración "Fin" o "The end". (Bendito bilingüismo). 

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