El secreto está en el incienso

Mis personajes

Manuel Palomino (maestro de priostes). Su estilo como prioste ha creado escuela. Este cofrade polifacético vive la Semana Santa en la bulla, como vestidor de vírgenes, como fiscal de cruz de guía y hasta como acólico.

El secreto está en el incienso
El secreto está en el incienso
Carlos Navarro Antolín, Sevilla

07 de marzo 2012 - 05:03

EN Semana Santa apenas duerme. Empalma los días en vela para no fallar como nazareno, ni como prioste, ni como cofrade de la bulla. Manuel Palomino (Sevilla, 1951) puede ser considerado ya como una leyenda viva de las cofradías en Sevilla. Y fuera de la ciudad, porque tiene predicamento en otras capitales y en muchos pueblos. Es quizás la única persona que sepa al detalle las dos recetas del incienso del Silencio (la vaticana y la de Jerusalén), que quedaron escritas en los años veinte de la pasada centuria -en los tiempos de Luis Ybarra- y que incluye algunos ingredientes como el bálsamo de tolú, que está ya fuera de mercado. "La Casa Ybarra traía las esencias que hacían falta. La receta se ha mantenido con algunas variantes obligadas, pues, por ejemplo, ahora ya no se usa el carbón natural de carbonería, sino las pastillas de encendido rápido, de ahí que ya no haga falta emplear el perclorato potásico para acelerar la combustión". Palomino hace más de 25 kilos de incienso al año sólo para su Hermandad del Silencio. Lo prepara fuera de Sevilla, en la semana de Pasión, en un ritual casi secreto en el que emplea hasta una hormigonera para asegurarse el máximo nivel de mezcla.

Salió como paje en el Cristo de Burgos en 1960 por un compromiso de su padre con amigos de la junta gestora que entonces gobernaba en la cofradía de San Pedro. Pero su infancia son recuerdos del arrabal de San Bernardo, de una cofradía que salía más temprano -a las tres y cuarto de la tarde- y con apenas cuatrocientos nazarenos, cuya nómina completa leía Paco Fernández desde el púlpito. En 1961 se estrenó como nazareno, siendo Manuel Chaves el hermano mayor, al que luego sucedería el diestro Manolo Vázquez. En 1963 llovió. La cofradía se quedó en la parroquia y por la tarde fue visitada por don Juan Carlos y doña Sofía, que estaban recién llegados del viaje de novios y que aquella misma tarde vieron la salida del Baratillo desde un balcón de la calle Adriano.

Aquel nazarenito del 61 aguantó el recorrido entero. "Mi padre quería que la primera vez que me vistiera de nazareno fuera en el Silencio, pero yo no quería esperar a los 14 años y salí en San Bernardo". Aún recuerda cómo la disciplina en el cortejo casi no existía: "Muchísimos nazarenos se iban a mitad de camino. Curiosamente, casi no había reguero de cera en las calles del barrio". La Semana Santa de 1965 nunca la olvidará. Salió por primera vez en el Silencio, la cofradía de su padre, en una Madrugada de 160 nazarenos, la gran mayoría de edad avanzada, sentados todos en los bancos del atrio sin quitarse el capirote, tan sólo con el antifaz levantado: "Salí en el primer tramo de cera blanca. Cuando el paso del Señor giró a la derecha y yo estaba enfilando la puerta, se produjo un contraluz que nunca olvidaré. Fue de los momentos más impresionantes de mi vida".

En cuanto comenzó a realizar vida de hermandad, se produjeron sus inicios en el oficio de prioste. En 1972 ya era prioste del Silencio. Dice que aprendió y mucho de Miguel Román, notable cofrade de la Cena; de José García Espina, capiller del Silencio, y de Manuel Molina, que había sido prioste en el Valle. "En aquellos tiempos no había dinero. Recuerdo que el mayordomo me dio 1.500 pesetas para el triduo y el besamanos de la Concepción. Sólo el centro de flores que se coloca a los pies de la Virgen me costó 800 pesetas. Me tuve que apañar con el resto. Se le echaba imaginación... y algunos sablazos".

Está considerado maestro de prioste por varios especialistas. Su estilo de priostía se caracteriza por la brillantez y limpieza de todos los enseres y por trabajar las composiciones completas: "Si un paso tiene 120 candeleros, se colocan los 120. Nada de quitar algunos". Le gustan también las vírgenes con muchas joyas, pero nunca gargantillas, sino colocadas en el pecherín. Es experto en la confección de puñales y cíngulos con las joyas donadas por hermanos y devotos. De un libro de Ortiz Muñoz y Arenas, que incluía fotos del Corpus de los años 50, rescató los ramos cónicos y bicónicos para el exorno del paso de palio de la Virgen del Valle.

Tiene su particular galería de los horrores en Semana Santa, pero ahí no revela las cartas: "Todas las cofradías y todos los priostes ponen el máximo cariño cuando hacen cualquier cosa". Pero para horror, cuando llueve el primer día de la Semana Santa: "Un Domingo de Ramos con lluvia te lo distorsiona todo".

Será fiscal de cruz de guía de San Bernardo e incensario de la Virgen de la Concepción del Silencio en 2012. En el mundillo cofradiero lo ha sido casi todo. Y, por encima de todo, maestro de priostes. Un referente del buen gusto en una Semana Santa con muestras de decadencia en no pocas ocasiones.

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