La soledad del cómico de fondo

Crítica 'The Trip'

Coogan y Brydon, en 'The Trip'.
Coogan y Brydon, en 'The Trip'.
Manuel J. Lombardo

25 de mayo 2013 - 05:00

The Trip. Comedia dramática, Reino Unido, 2010, 106 min. Dirección: Michael Winterbottom. Guión: Coogan, Brydon. Fotografía: Ben Smithard. Música: Michael Nyman. Intérpretes: Steve Coogan, Rob Brydon.

Festín de la voz, la palabra, la réplica y la improvisación, viaje por la amistad masculina, la soledad, los miedos, la nostalgia y la mezquindad humana preñado de humor y melancolía, portentosa exhibición de dos actores en absoluto estado de gracia y complicidad, The Trip es mucho más que una comedia on the road por las carreteras comarcales y los paisajes brumosos del norte de Inglaterra.

Nacida como serie de televisión de seis capítulos para la BBC, The Trip se proponía a un tiempo como reencuentro itinerante de dos cómicos, Steve Coogan y Rob Brydon, que ya habían coincidido antes bajo las órdenes del prolífico Winterbottom (Wonderland, In this world, 9 songs, Genova) en aquellas metacinematográficas e hilarantes 24 hour party people y Tristram Shandy, pero también como una novedosa fórmula televisiva híbrida que daba cabida a otros formatos como el documental turístico, culinario y cultural (se habla aquí de Coleridge, Wordsworth, Brönte o Turner) y a la autoparodia sobre el mundo del cine y el show-business (memorables los sueños de Coogan) a través de dos de sus figuras más notables y populares en Gran Bretaña.

Sobre todo ello, de hotel rural en hotel rural, comida tras comida, conversación tras conversación, puyazo tras halago, imitación tras imitación (de Michael Caine a Woody Allen pasando por Pacino, Hopkins, Moore o Neesom: imperdonable ver esta película doblada), The Trip estaba atravesada también por una corriente agridulce sobre la soledad del actor en la cumbre, los peajes de la fama, la lucha contra el ego, la envidia y otros desvíos de la condición humana ante un paisaje tan hermoso como extraño, lejos del hogar, en un juego constante de disfraces e impersonations que no hacía sino enmascarar la carencia de afecto, la inmadurez del cuarentón en crisis, la cobardía para tomar las riendas de la vida, especialmente a través del personaje de Coogan, trasunto de sí mismo como el propio Brydon, ganador moral de la función, sometido a una suerte de terapia de expiación pública de escasas virtudes y muchos defectos.

Todo eso permanece gozosamente intacto en esta versión cinematográfica que aligera un poco el metraje pero condensa y celebra una misma esencia y momentos estelares de la serie en un largo bajo cuya apariencia ligera, cíclica y menor, bajo cuyos malabares verbales y duelos actorales en la cumbre, bajo cuya mirada siempre comprensiva y una narrativa concisa, elíptica y efectiva, esconde una profunda y contagiosa melancolía a la que resulta difícil resistirse, más aún cuando el puñetero Michael Nyman se empeña en clavarnos el puñal por la espalda con sus tristes melodías al piano.

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