Hasta que llegó su hora
Morricone no sólo te arregla una mala película, también te arregla una mala noche. El maestro romano conseguía al fin la estauillla a sus 87 años, batiendo de paso un récord en la historia de los Oscar, por derecho y en la prórroga, diez años después de recibir otra de carácter honorífico, y lo hacía gracias a una colaboración in extremis con Tarantino, a la que se había resistido durante años después de numerosas proposiciones y de que éste hubiera reutilizado su repertorio en títulos anteriores.
Tras ganar el Globo de Oro y el Bafta, Morricone prosigue así su particular año de gloria, que celebra sesenta años de carrera con una gira mundial de conciertos, la publicación de sus memorias (Life notes), su estrella en el Walk of Fame de Hollywood, un documental sobre su trayectoria dirigido por Tornatore y el regreso triunfal a Estados Unidos, cuando en Italia y Europa ya se le tiene desde hace décadas como una auténtica joya de nuestro patrimonio cultural.
Y es que son pocos los compositores cinematográficos que han enriquecido y trascendido el medio como él, aunando el rigor de la escritura contemporánea con el universo pop en una alianza siempre al servicio de las películas, siempre en aras de la búsqueda de nuevos lenguajes y asociaciones.
Con o sin Oscar, con Morricone caen las etiquetas y los compartimentos estancos entre lo popular y lo culto, entre la high y la low culture. Estamos ante un compositor capaz de trabajar con el mismo rigor en un drama histórico o un western de serie B, con Pasolini o con Leone, en un giallo, un soft-porno o un melo lacrimógeno como Cinema Paradiso.
Estudiante de trompeta en el conservatorio, Morricone se ganó la vida como arreglista de cantantes pop (Pavone, Modugno, Mina), participó en grupos de música de vanguardia, se hizo de oro vendiendo discos de sus bandas sonoras para los spaghetti de Leone, trabajó frenéticamente para el cine italiano y europeo, de autor o de género, durante tres décadas (Bertolucci, Cavani, Petri, Taviani, Verneuil) y con algunos de los directores más importantes de Hollywood (Malick, De Palma, Joffe, Nichols, Carpenter, Levinson, Stone). Tuvo tiempo incluso para maltrabajar con Almodóvar en ¡Átame!
Como propone Sergio Miceli, en la existencia de una multiplicidad de morricones detrás de la marca Morricone habremos de reconocer la propia magnitud de una carrera tan rica como inabarcable, tan ecléctica como fácilmente identificable, tan prolífica como dispersa, tan arriesgada como comercial, tan popular como desconocida en profundidad, tan autoconsciente como sorprendente a cada nuevo título.
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