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En una escena de Viaje al cuarto de una madre, la ópera prima de la sevillana Celia Rico Clavellino, una mujer (Lola Dueñas) y su hija (Anna Castillo) toman las uvas en el ritual de despedir un año y abrazar el que entra. Hay una rara austeridad en esa celebración familiar, en la que no se descorchan botellas de vino ni se registran expresivas muestras de afecto, y sin embargo el espectador que contempla esa secuencia se ve sacudido por una genuina emoción: siente el amor que une a esos dos personajes más allá de los silencios y las reservas. Rico, que consiguió en el pasado Festival de San Sebastián el Premio de la Juventud y una mención especial en la sección Nuevos Directores, ha escrito y dirigido una obra casi chejoviana que desde la observación de unas vidas mínimas, desde la discreción y la elegancia, habla de verdades universales.
La realizadora retrata "las emociones más contradictorias, más complejas" a través de los objetos, de los gestos: de una madre viuda que ha vencido la resistencia a que su hija vaya a Londres a estudiar inglés y la abandone y que ahora envuelve embutidos al vacío para mandárselos a su familiar. "A la hora de escribir, quise fijarme en esas cosas del día a día que forman parte de nuestra rutina, esos detalles aparentemente insignificantes a los que pones el foco y te explican muchas cosas sobre nosotros, de cómo nos relacionamos", señala Rico.
La directora y guionista construye el personaje de la hija, Leonor, "en torno al dilema. Ella sabe que tiene que volar del nido, pero el hecho de que esté su madre sola le otorga una responsabilidad muy grande". En el otro lado, la madre, Estrella, alguien que tiene que aprender a vivir en soledad "y a aceptar que ya no la necesitan. Ha vivido con un amor tan generoso que ha rozado el egoísmo, porque cuando algo es muy exagerado acaba llegando a su extremo, y se da cuenta de que toda la atención que había puesto en los otros, en la hija, en el marido, la tiene que colocar en algún otro lugar. Un lugar del que se había olvidado, que es ella", resume Rico. A medida que avanza la película, la creadora muestra una mirada conciliadora y plantea que esa tensión entre las dos mujeres "se puede convertir en armonía. Ese amor tan fuerte que nos hace dependientes, que se enmaraña como un cordón umbilical imaginario, puede volverse algo más sano, más libre".
Viaje al cuarto de una madre retrata a esa generación, "los jóvenes de hoy, pero yo siento que también la mía", que por falta de oportunidades tiene que labrarse un futuro en el extranjero. "Cuando vemos películas sobre el proceso de emancipación se suele proyectar una idea muy positiva: se trata de buscar otro horizonte, de construir una ilusión. Pero el tema es más complejo: cuando tienes que marcharte lejos de tus padres sales a la intemperie, estás muy desorientado. Y con las redes sociales muchos jóvenes ven la vida de aquellos que se fueron como algo maravilloso, se deslumbran con eso de vivir en Londres, en la gran ciudad y conocer a gente nueva... Y esas expectativas producen mucha frustración, porque después esperan cosas estupendas, pero los principios son muy difíciles".
Con este proyecto, Rico también viajó al cuarto de sus padres: rodó su película en Constantina, su localidad natal, pese a que la mayoría de las secuencias suceden en el interior de una casa. "No había justificación ninguna [ríe] para ese gasto de desplazamientos, dietas...", admite. "Pero había una decisión para mí inamovible: que Lola aprendiera a coser con mi madre, que es costurera. Y a partir de la profesión del personaje surgió la posibilidad de invitar a todos allí. Es una película que habla del amor, que intenta meterse en la intimidad de una familia, y pensaba que si yo le mostraba al equipo el lugar desde el que yo escribí esta historia, el lugar que yo abandoné cuando me marché de casa, eso iba a enriquecer el trabajo. Me parecía importante para que, aunque apenas salga el pueblo en pantalla, sí se percibiera que estaba ahí".
Para su primer largometraje, Rico cuenta con dos actrices en estado de gracia: Anna Castillo y Lola Dueñas. "Anna es tan espontánea y natural, tiene tantos registros, tanta dulzura que encajaba en el personaje. Sólo había algo en lo que no se parecía: es muy extrovertida y Leonor, por la muerte del padre, por tener que cargar con la madre, estaba más cohibida. Pero lo que hice fue jugar con esa energía a la contra. Digamos que la reprimí para que en un momento de la película aflorara. Y a Lola siempre la quise. Cuando hacíamos listas de actrices siempre apuntaba su nombre, aunque por la edad no fuera exactamente la Estrella que estaba en el guión. Lo que pasa es que tenía muchas ganas de colaborar con ella, y pensé que igual no volvía a hacer una película. No podía perder la oportunidad".
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