Los 10 Premios Goya de 'La Isla Mínima', uno a uno

El triunfo de la película de Alberto Rodríguez consagra a su director como uno de los nombres fundamentales de la industria y avala la solvencia del equipo del que se ha rodeado.

Los productores de 'La Isla Mínima', Gervasio Iglesias, José Antonio Félez y Mercedes Gamero, junto al director de la cinta, Alberto Rodríguez.
Los productores de 'La Isla Mínima', Gervasio Iglesias, José Antonio Félez y Mercedes Gamero, junto al director de la cinta, Alberto Rodríguez.
Manuel J. Lombardo

09 de febrero 2015 - 05:00

Mejor película - Atípica Films / Sacromonte Films / Atresmedia

José Antonio Félez y Gervasio Iglesias han sido los dos productores aliados y pilares en la carrera de Alberto Rodríguez. El panorama actual es complejo: la dependencia de la televisión privada es indispensable para jugar en primera división, los peajes de la coproducción inevitables, pero las películas de Rodríguez parecen resentirse menos que otras de todos estos avatares de despacho. Como producto industrial pensado para el gran público, La Isla Mínima ha sido un éxito antes incluso de este premio, y su nivel de calidad parece probado dentro de este contexto, también para la crítica. Cabe preguntarse tan sólo si hay margen para seguir creciendo sin necesidad de repetir ciertos modelos y fórmulas.

Mejor director - Alberto Rodríguez

Alberto Rodríguez parece tener claro que es un director al servicio de las historias y las claves del cine de género, un artesano de filiación clásica antes que un autor iconoclasta, un realizador invisible cuyo pulso (firme) asoma discretamente, sin imponerse como marca sobre los materiales narrativos. En La Isla Mínima ha depurado aún más su eficacia, permitiéndose algún que otro gesto entre secuencias cargadas de atmósfera y tensión. Rodando escenas de acción tiene pocos competidores en el actual cine español. Y tampoco parece casual que, bajo su mando, algunos actores poco fiables hayan conseguido sus mejores interpretaciones.

Mejor guión original - Alberto Rodríguez y Rafael Cobos

Rodríguez es mucho mejor director que guionista, y no porque sus historias, escritas junto a Rafael Cobos, no sean potentes o estén mal estructuradas, sino por la excesiva fidelidad a un papel que no siempre confía en el espectador para seguir su trazado, sus claves y vericuetos. En La Isla Mínima se nota menos la escritura, pero sigue habiendo pespuntes visibles, subrayados innecesarios, acumulación de escenas. Nada que una buena dirección no pueda disimular. Género, atmósfera e historia se entrelazan y retroalimentan, los dos protagonistas funcionan bien en sus tipologías y simbolismos, el misterio de los crímenes se sostiene hasta el final en un zigzagueo constante y el poso de decepción histórica queda abierto.

Mejor fotografía - Álex Catalán

La luz y la mirada de Catalán han acompañado a Rodríguez desde El traje, sabiendo mutar de piel en función de las necesidades dramáticas. Aquí se trataba de decolorar el pasado reciente, una práctica siempre efectiva para el realismo de la memoria. Y también está el paisaje horizontal de la marisma, el eco de las fotografías de Atín Aya, la luz y la temperatura del verano, una cámara que sabe moverse con los personajes y calibrar bien las distancias en los espacios abiertos o enclaustrarlos en los interiores, bañados por una luz oblicua y tenebrista que saca a flote las texturas, el polvo, la suciedad, el abandono, el tiempo.

Mejor montaje - José M. G. Moyano

Moyano fue el montador del primer largo de Rodríguez, El factor Pilgrim, co-dirigido junto a Santi Amodeo, donde ya tuvo que ensamblar un puzle hecho de material disperso rodado a lo largo de los años. Desde entonces, ha crecido junto al director. A mi entender, su trabajo funciona mucho mejor en el interior de las escenas que en el tejido orgánico del conjunto, que se resiente de un cierta premura en el encadenado. Con todo, las secuencias trepidantes, la carrera en la marisma, las dos persecuciones en coche o el duelo final bajo la lluvia confirman su valía al corte.

Mejor dirección artística y Mejor vestuario - Pepe Domínguez y Fernando García

La reconstrucción de la España rural de los primeros ochenta, una España ocre y de tonos apagados, casi en blanco y negro, forma parte consustancial de la credibilidad realista de la película, y Domínguez y García la llevan a cabo con fidelidad histórica a los detalles: los coches, el mobiliario, la vajilla, los objetos, el grafismo, las tonalidades, la caracterización, los diseños, materiales y tejidos… Un trabajo de conjunto lucido por una planificación que le saca el máximo rendimiento.

Mejor música original - Julio de la Rosa

Excelente música: atmosférica, telúrica (a pesar del tratamiento eminentemente contemporáneo: guitarras eléctricas, un bajo omnipresente, sintetizadores), en la línea de algunos trabajos de Gustavo Santaolalla. Pero tal vez haya demasiada en la película, síntoma inequívoco de que su presencia no pudiera ser tanto una necesidad como una obligación, una muleta antes que un elemento expresivo de primer orden. Su alianza con los planos cenitales del arranque ancla un tono que tensa y enturbia el paisaje, fundiéndose con el resto de los elementos sonoros, cortesía de Dani de Zayas.

Mejor actor - Javier Gutiérrez

Una gran elección de casting. Javier Gutiérrez da, en su estatura y complexión pequeñas, en su aspecto común y sin atributos, un perfil realista de lo que pudiera ser un policía de la Transición. Trasmite al personaje turbiedad, una sensación de desmoronamiento que nunca termina de consumarse. La expresividad de sus ojos inyectados en sangre, un cierto abatimiento moral, hacen de su personaje un animal herido pero dispuesto a dar un último golpe, tal vez el golpe redentor.

Actriz revelación - Nerea Barros

Tal vez el Goya menos merecido, también el que más suele escaparse a criterios estrictamente artísticos o profesionales y responde más a coyunturas promocionales. Y no es que lo haga mal la actriz gallega, de indudable atractivo fotogénico; es que su papel es tan pequeño, tan discreto, que no parece suficiente para augurar una verdadera "revelación", menos aún si lo comparamos con el peso de Natalia Tena, Yolanda Ramos o Ingrid García-Jonsson en sus respectivos trabajos.

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