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Crítica 'Bel Ami'
Bel Ami. Drama. Reino Unido, Francia, Italia. 2012. 102 min. Dirección: Declan Donnellan y Nick Ormerod. Guion: Rachel Bennette; basado en la novela de Maupassant. Intérpretes: Robert Pattinson, Uma Thurman, Kristin Scott Thomas, Christina Ricci.
Cuando un tan grande escritor ha sido llevado al cine por tan grandes y tan distintos realizadores -Jean Renoir, John Ford, Robert Wise, Max Ophüls, Luis Buñuel, Kaneto Shindo, Alexandre Astruc, Jean Luc Godard, Arturo Ripstein- hay que tentarse la ropa antes de atreverse con él. Con más razón cuando la novela escogida, Bel Ami, ha sido llevada desde 1919 hasta hoy siete veces al cine y tres a la televisión. Sin embargo Nick Ormerod y Declan Donnellan, debutantes en el largometraje tras una prestigiosa y larga carrera teatral en la compañía Cheek by Jowl creada y dirigida por ellos, no se han tentado la ropa. Y han fracasado. Con cierta dignidad, pero fracasado.
Las dos debilidades de esta correcta película son su tono de TV movie y, curiosamente al tratarse de experimentados directores teatrales, su error de reparto al escoger como intérprete a Robert Pattinson, el guaperas de Crepúsculo, que parece querer intelectualizar su carrera trabajando en títulos de prestigio, como esta película o la Cosmópolis de Cronemberg que pronto se nos vendrá encima.
Imposible saber si son sus limitaciones como actor o la mala dirección de Ormerod y Donnellan lo que convierte su interpretación del arribista Georges Duroy en una inexpresiva máscara. Salvo que los directores hayan querido jugar la carta del guaperas periodista sin seso que asciende socialmente de cama en cama -"las personas más importantes de París no son los hombres, son sus mujeres", le dice su consejera- y de bellaquería en bellaquería, queriendo desvelar a través de la cara-máscara de Pattinson el vacío que esconde este seductor sin escrúpulos ni inteligencia. Pero de ser esta su intención, no lo han logrado.
Pocas novelas reflejan tan acertadamente el origen de nuestras sociedades modernas como Bel Ami de Maupassant. Nacido en 1850 y muerto en 1893, fue observador, partícipe, crítico y cronista de la opulenta, pujante, corrupta y brillante sociedad francesa del Segundo Imperio (1852-1870). La novela fue publicada en 1885, es decir, tras el fin del Segundo Imperio y la Comuna de París, en los años iniciales de la Tercera República. Pero el universo que refleja guarda las perdurables huellas del Segundo Imperio. La adoración del dinero, la pasión por lo superfluo, la ostentación del lujo, el poder de la prensa, la corrupción política y financiera, la exaltación de la lujuria, los delirios coloniales, la desvergüenza con máscara republicana y modales de nuevos ricos de los nuevos burgueses… Todo está admirablemente reflejado, reflexionado e interpretado en esta obra maestra.
La película recrea con exactitud los ambientes, pero no acierta al entrar a matar -la hora de la verdad- en la representación de ese mundo a través de la figura protagonista. La ya aludida errónea elección del actor nos deja sin personaje-guía. Uma Thurman también me parece una elección equivocada, pero por la razón opuesta: su poderosa presencia debilita aún más la de Pattison, hasta borrarla. Y lo mismo sucede con Kristin Scott-Thomas. Thurman se come a Pattison. O ni tan siquiera eso: se lo traga sin masticarlo (véase la escena de la discusión sobre el testamento de Vaudrec). Ella y Kristin Scott-Thomas (¡espléndida!) juegan con el pelele Pattison como se supone que Bel Ami debía jugar con las mujeres.
Este error de reparto no hace justicia al buen guión de Rachel Benette (que ha demostrado su talento para las adaptaciones con la versión televisiva de la trilogía de Flora Thompson Lark Rise to Candleford). Tampoco hace justicia a los espléndidos trabajos de Attila Kóvacs en diseño de producción, Zsuzsanna Borvendég en dirección artística y Odile Dicks-Mireaux en vestuario. Acertadas, en cambio, son las elecciones y las interpretaciones de Philip Glenister como Forestier, Volm Meaney como Rousset, Christina Ricci como Matilde y Anthony Higgins como Vaudrec. La música, con rutinaria corrección de TV movie, no ayuda al despegue dramático de esta película que podría haber dado mucho más de lo que ofrece. Viéndola se siente una ilimitada nostalgia de Renoir, de Ophüls…. Y de una Europa que era capaz de expresarse en cine con el talento y la libertad creativa que Maupassant exige.
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