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Madrid/Aunque han pasado más de 40 años desde que el fin de la dictadura de Franco parecía poner punto y final a una etapa, cree Antonio de la Torre que La trinchera infinita, que se estrena este jueves 31, demuestra lo contrario, porque "el rencor es un monstruo que duerme con el ojo abierto".
"El fantasma del odio está siempre presente, como vemos con determinadas opciones políticas", continúa De la Torre (Málaga, 1968), quien asegura ver con "mucha preocupación" la situación actual en España. "Es lamentable ir a cuartas elecciones, es un gran fracaso para la izquierda", opina.
En la cinta de los directores vascos de Handia y Loreak, Jon Garaño, Josemari Goenaga y Aitor Arregi, De la Torre da vida a Higinio, un republicano andaluz que acaba de casarse con Rosa (Belén Cuesta) cuando estalla la Guerra Civil y se esconde en un agujero cavado en su propia casa. Pero cuando Franco gana la guerra, el miedo a la represalia lo condena a un encierro de más 30 años.
Así, se convierte en lo que posteriormente se conocieron como topos, una situación claustrofóbica compleja para el actor, que cree que, como en el mito de la caverna de Platón, "sólo nos hacemos una idea que se acerca a lo que pudo ser aquello, que debió ser un infierno".
"El gran acierto de La trinchera infinita es que a nivel narrativo y visual se plantea poner al espectador en el mismo lugar que a Higinio y le convierte en un topo", destaca el intérprete, a través de cuya visión se filtra toda la historia y en muchas de las escenas son sólo sus ojos asustados los que informan sobre lo que sucede.
A De la Torre, un todoterreno del cine español, le propusieron el papel en un punto "clave" de su vida, porque puede colar como joven en la primera parte de la película y luego narrar 33 años de su vida, algo que le ha llegado cuando puede "asumir el arco del personaje con credibilidad".
Es precisamente esta búsqueda de la credibilidad "la regla número uno de un proyecto" para el ganador del Goya a mejor actor por Azuloscurocasinegro (2006) y El reino (2007) y por eso se informó en profundidad sobre cómo era la vida en un pueblo andaluz de los años 40, el acento, las expresiones o las costumbres.
"A toro pasado, me doy cuenta que la película me ha reconectado mucho con mis antepasados, uno va teniendo una edad y no me quedan antepasados y gracias a este trabajo he recordado cómo hablaba mi madre, mi abuelo", asegura con cierta nostalgia el actor.
Para sus directores, que se alzaron con la Concha de Plata del Festival de San Sebastián por esta película en su última edición, es "curiosa" la actualidad que ha cobrado la cinta al estrenarse apenas unos días después de que la exhumación de Franco haya reabierto las heridas. "El propio título alude al encierro prolongado del protagonista y a que el conflicto no ha acabado", explica Goenaga, que cree que eso es algo "inherente a la condición humana" y considera un error "intentar cerrar las cosas de golpe" en lugar de asumir que "hay, hubo y habrá conflictos".
De hecho, cuenta su compañero Arregi que, en la concepción de la cinta "el debate sobre el franquismo no estaba tan en la palestra", pero a medida que avanzaba el proyecto "cobraba un sentido actual" y creaba "vasos comunicantes" entre el presente y el pasado.
Aunque la Guerra Civil y la posguerra son el contexto, la película es una alegoría sobre el miedo y "cómo se transforma y se convierte en algo que te encadena y no te deja ser tú mismo", según explica Garaño, que dice haber creado una historia que "va más allá" y habla también "de cómo se enfrentan las personas a situaciones límites, del amor y la vida en pareja".
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