Durante toda la historia, los filólogos y los amantes de la lengua pública han soñado con una sociedad en la que los actos de habla estuvieran guiados por los ideales de paz, justicia y hermandad. Un mundo ideal cohesionado por el cultivo de las artes, la admiración por el papel de la cultura y el respeto de los ciudadanos por las reglas de puntuación. Sí, querido lector, la instauración de un modelo social en la isla de Utopía, donde los magnánimos e inmaculados hablantes emplean con criterio y corrección la coma obligatoria en el vocativo. ¡Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, porque los hablantes conocían la regla del vocativo!
Pues sí, bro. Según la RAE, el despreciado vocativo es “una expresión nominal que se inserta en el discurso para dirigirse a una persona, a un animal o a una cosa personificada, unas veces a la espera de una respuesta o de otra reacción y otras como simple recurso retórico”. ¿Te queda claro el concepto sintáctico, amigo? ¿Lo has pillado a la primera, miarma? ¿Me he explicado bien, cari? ¿Necesitas que lo repita con otras palabras menos enrevesadas y oscurecidas, eximio lector? ¡Hola, Gol Norte! ¡Vete a la playa, Jorge! Profesor, ¿hasta dónde quieres llegar con el jueguecito del vocativo? Perdona, fiel seguidor, no es mi intención que pierdas tu tiempo enredado en laberintos idiomáticos. ¡Te prometo, cabeza, que no sé explicar el uso de la coma en el vocativo de otra forma!
Aunque pueda parecer una exageración impostada, como profesor de Lengua Castellana y Literatura y receptor de centenares de mensajes escritos cada día, no logro comprender la ausencia de la coma para aislar el vocativo en multitud de textos publicados en los medios de comunicación y en las aplicaciones de mensajería digital. Sin solución aparente, casi un día sí y otro también, se repite uno de los errores más habituales entre los hablantes con una formación cultural media: una coma desaparecida ante la soledad más humillante del inmortal vocativo. Ante tal panorama expresivo, parece obligado un recordatorio sucinto sobre los vocativos clásicos en nuestra lengua:
- Quizás el uso más frecuente del vocativo sea en los contextos comunicativos, donde se plantea una pregunta al interlocutor. Por ejemplo, “Jorge, ¿por qué nos torturas con tus anécdotas lingüísticas?”. Una curiosidad y duda clásica entre los redactores inexpertos es la escritura del vocativo dentro o fuera de los signos exclamativos o interrogativos. La regla es nítida: si el vocativo antecede a una oración exclamativa o interrogativa, lo normativo es que se escriba fuera de los signos; pero si se sitúa al final, lo correcto es dentro: “¿Por qué nos torturas con tus anécdotas lingüísticas, Jorge?”.
- La lengua coloquial recurre al vocativo para reforzar la expresividad del mensaje. En estos casos, se abandona el objetivo informativo de la lengua en beneficio de otros matices connotativos. Por ejemplo, enunciados como “¿Quién te ha visto y quién te ve, mi capitán?” o “¡Siempre atento a los detalles, mi cielo!” podemos interpretarlos como una alabanza a nuestra trayectoria personal, o bien, pensar en ocultarnos bajo una zamorana manta de invisibilidad.
- ¿Cuándo se torció tu vida expresiva, querido lector? Sí, sin anestesia. El olvido de la coma para marcar el vocativo en los saludos y las despedidas de una conversación es uno de los traumas expresivos más caracterizadores de un emisor o marca empresarial. En este sentido, si una empresa permite que sus comunicaciones comerciales abandonen la coma en los encabezamientos de los mensajes, es que su producto no merece la pena. No es mucho pedir que, cuando abramos los mensajes en nuestra bandeja de entrada, no nos martiricen con enunciados como *¡Hola Jorge! *¡Buenos días querido amigo! *¡Sayonara baby! ¡Pon una coma, campeón!
- El vocativo más entrañable es el de las madres, padres, tutores legales, guardadores o guardadoras, personas con la custodia de menores, humanos con la tutela de pequeños seres en continuo movimiento curvilíneo. ¿No te suena, experto lector? Piensa en tu santa madre: “Niño, recoge tu cuarto. Niño, no pongas los codos en la mesa. Si sigues así, niño, te voy a dar con la babucha voladora. Niño, ¿cómo se llama esa con la que sales? Niño, no comas en el sofá que quien recoge las miguitas soy yo. ¡Niño, niño, niño, que me tienes encendía!
- El último uso en la construcción de las estructuras oracionales con vocativo casi ha desaparecido en la lengua habitual de los ciudadanos, con independencia de la ideología política, credo religioso o peinado del individuo en cuestión. Me estoy refiriendo al “vocativo de disculpa”. ¿Imaginan a un representante político aceptando su falta de pericia en la ejecución de un proyecto urbanístico; admitiendo el injusto reparto de las ayudas públicas entre los contribuyentes o señalando con el dedo a un compañero de partido de dudosa moralidad? ¡Perdón, Señor!
Consejo final
En la lengua oral y escrita, los vocativos definen nuestras relaciones con los oyentes. En general, debemos cuidar la cortesía positiva y marcar al receptor de los saludos, agradecimientos, piropos, felicitaciones, despedidas o disculpas con una coma afectiva. En caso contrario, la coma en el vocativo también es obligatoria para marcar la diana de nuestras órdenes, críticas o reproches. ¡Salvemos juntos al vocativo! No abandones la coma. Ella nunca lo haría contigo. Vale.
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