Carmen Silva
Dime, niño
Síndrome expresivo 78
La enseñanza de la ortografía en las aulas de este país (España) ha evolucionado en la última década con la llegada de los métodos y las aplicaciones digitales. Así, poco a poco, se ha ido abandonando una visión monolítica que consideraba el dictado o el copiado manual de textos como la única vía de adquisición del código escrito por parte de los alumnos. Copia y vencerás. Hoy, cualquier usuario puede consultar en un clic las recomendaciones ortográficas de la RAE, comprobar su dominio ortográfico en miles de cuestionarios en línea o elaborar un inventario cacográfico para anotar los errores en la escritura.
Desde el enfoque tradicional, la ortografía siempre se ha enseñado desde una estructura triple: el empleo correcto de las letras, la colocación o ausencia de las tildes y la utilización pertinente de los signos de puntuación. Tras el análisis de decenas de libros de texto, muchos profesores de Lengua y Literatura sentimos que, en pleno siglo XXI, todavía este orden sigue vigente en nuestro sistema educativo y condiciona las prioridades didácticas de la materia. Los niños dedican horas y horas a la memorización de las reglas de uso de las letras y las tildes, mientras que los signos de puntuación son considerados el vecino pobre del edificio ortográfico de la lengua.
Es curioso que, incluso entre los parias de la ortografía, hay marcas con una mayor consideración social. Por supuesto, me refiero al punto, la coma o a sus hermanos pequeños (dos puntos, punto y coma, puntos suspensivos), siempre presentes en los manuales de cualquier etapa educativa. Sin embargo, con el paso de los años, otros signos de puntuación han ido ganándose la simpatía de escritores y lectores. ¿Adivinas cuáles? ¡No! ¡¡A estas alturas del artículo aún no caes en la cuenta!! ¡¡¡¿Cómo es posible, eximio seguidor de estas columnas dedicadas al uso correcto de la lengua española?!!!
En efecto, los signos de exclamación. Estos se han rebelado contra el ostracismo impuesto por lingüistas y usuarios desde su aparición en el Renacimiento y reclaman su presencia imprescindible para la transmisión de emociones como la sorpresa, el placer, el asombro, la advertencia, la prescripción, el deseo o la petición, entre otras. A continuación, comparto algunas curiosidades sobre el empleo correcto de la admiración en español:
La sociedad actual presume del abuso de los signos de interrogación y exclamación. Vivimos atrapados en la absurda exigencia de una expresividad constante e hiperactiva para que no nos tachen de sosos y carcas. Hoy, estamos rodeados de un ¡vamos! estridente e hipócrita. Somos protagonistas de una realidad donde ¡¡todo es muy fuerte, tía!!
¡¡¡No me lo puedo creer!!! Si al burdo espectáculo anterior, le añadimos el apoyo inestimable de mayúsculas por doquier, puntos suspensivos kilométricos y emoticonos besucones y bailongos, parece que tu vida de pijama de trabajador precario es ¡¡¡ABSOLUTAMENTE APASIONANTE!!! Vale.
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