Crímenes semánticos

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Crímenes semánticos
Crímenes semánticos / Pixabay

Este curso académico, la jefe del Departamento de Lengua y Literatura ha decidido crear una Corte de Justicia Lingüística para sentar en el banquillo de los acusados a todos los mayores de edad que contribuyan con su pereza expresiva al vaciado sistemático de la realidad. ¡Hasta aquí hemos llegado, señores! A partir de ahora, todo aquel que atente contra la precisión léxica de las formas verbales responderá de sus actos en sesión pública.

El TJL, con sede en Triana (Sevilla), investigará las denuncias de crímenes semánticos cometidos por los hispanohablantes iletrados sin distinción de sexo, etnia o credo. Así pues, todas las normas aprobadas por los profesores del Departamento marcarán de forma explícita que “todo enunciado, en el que aparezcan de forma burda y descuidada verbos manidos y desgastados por el uso, constituirá un delito contra la administración de justicia lingüística”. Asimismo, en el artículo 15, se establece con claridad que “se abrirá una investigación inmediata e independiente contra cualquier individuo que socave los principios de coherencia semántica en la expresión oral o escrita. Este tribunal no admitirá como atenuantes en la responsabilidad criminal del acusado la grave adicción a la pobreza intelectual, la obcecación en el desprecio al estudio de la lengua o la reparación del daño ocasionado a las víctimas”.

A partir de ahora, los alumnos se preocuparán por “untar la mantequilla” en lugar de “poner mantequilla con mermelada en las tostadas humeantes”. No se les ocurrirá “sacar entradas para el concierto de Pablo López” y sí comprenderán que es más conveniente “comprar las entradas con cierta antelación”. Los adolescentes son listos y aprenden rápido, querido lector. El otro día en clase, un ser a un flequillo pegado me tendió una trampa léxica al plantearme la cuestión de si era conveniente usar nuestras habilidades lingüísticas para realizar esquemas, resúmenes y mapas conceptuales. Como más sabe el filólogo por viejo que por diablo, le respondí sin rodeos innecesarios: “Sí, aprovecha tus capacidades para elaborar los apuntes y ordenar el estudio”. En el infierno de Dante vagan almas en pena por la veneración herética a los verbos “usar” y “realizar”.

Desde mi punto de vista, creo que la iniciativa del Departamento de Lengua sentará en el banquillo a centenares de hablantes ajenos a la precisión léxica. ¿Dictadura de las normas lingüísticas? A veces, la vida es cruel, pero prefiero aludir a la democracia del buen gusto estilístico. Por ejemplo, no quiero imaginar las alegaciones de los periodistas deportivos cuando sean acusados de pervertir el verbo “iniciar” en afirmaciones como: “Los Juegos Olímpicos se inician con el desfile de las delegaciones nacionales” o “La temporada de Liga se inicia con un duelo en la cumbre”. Seguro que admitirán el descuido por no haber recurrido a “Los Juegos Olímpicos se inauguran con el desfile de las delegaciones nacionales” y “La temporada de Liga se abre con un duelo en la cumbre”. Por cierto, como tengo que finalizar el párrafo, la alusión a “la cumbre” la dejamos para otro momento. Perdón, quería cerrar el párrafo. ¡Miau! ¡Me estoy contagiando!

¿Se puede superar?

No lo tengo nada claro. Bueno, sí. No albergo ninguna esperanza en que la administración de justicia lingüística consiga modificar la conducta verbal de los emisores. A la peña le flipa escribir mal. ¡Disfrutan con hundir sus mentes en la indigencia léxica! Debe de ser que la exhibición de la pereza expresiva es adictiva. Te miran con cara de extrañeza cuando les sugieres que muchos vecinos valoran la elegancia de una frase pulida y torneada como signo de inteligencia y respeto al prójimo. “¡Carca! ¡Dinosaurio! ¡Cierra ese maldito libro!”, suelen ser las reacciones más habituales ante cualquier sugerencia o matiz expresivo.

Por este motivo, ya hace mucho tiempo que, cuando me cruzo en la calle con algún viejo conocido, no dudo en afirmar que “doy clases en el Colegio Nuestra Señora del Rosario de Triana” en lugar de la elitista y trasnochada fórmula de “impartir clases”; ya no dudo en aludir a mis magníficos compañeros de claustro con la frase “mis alumnos tienen un equipo docente inigualable” en lugar del alambicado y complejo “El centro educativo cuenta con fantásticos profesionales”; ya solo hablo de algunos temas y digo algunas palabras a la moda impuesta por los enclenques léxicos en vez de “comentar, incidir, subrayar, indicar, reflexionar, exponer u opinar sobre algunos aspectos de la realidad”. ¡He conseguido el milagro de la involución expresiva! Ahora soy un chico de lo más normal.

Consejo final

Cada día los lingüistas nos alertan de la pereza expresiva de los emisores en el intercambio comunicativo. De este modo, el vacío cultural se concreta en la repetición de términos que, poco o nada, aportan a la comprensión de los mensajes. Muchas son las fórmulas para referirse a esta epidemia lingüística causada por el virus de las palabras comodín, las palabras baúl, las palabras ómnibus, las palabras cliché, los términos vacíos, el léxico superfluo, los ripios expresivos, los verbos famélicos, los verbos depredadores o los verbos asesinos. ¿Y el tratamiento, doctor? Lee unos treinta minutos al día. Expresa con corrección tus ideas. Aprende de los clásicos. Vale.

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