"Una debutante en la Bienal, aunque sea Rosalía, tiene que ganarse su sitio"
Antonio Zoido | Director de la Bienal de Flamenco
El historiador y escritor lleva las riendas de una edición que aspira desde hoy, en la plaza de toros de Sevilla, a escribir páginas inolvidables sin renunciar al compromiso social
Esta Bienal que hoy salta a la Arena con Israel Galván en la Plaza de la Maestranza tiene una luz propia: el gran racimo de candiles instalado en la Plaza de San Francisco. Esas luminarias marcan la ruta de Antonio Zoido, quien a sus 74 años está decidido a que esta XX edición, la primera que dirige, sea de los cabales y los neófitos, de los tradicionales y los modernos. De los que gastan la batería del móvil viendo en Youtube vídeos de Rosalía y de los que admiran el baile sevillano de Pepa Montes.
En su pueblo, Monesterio (Badajoz), el flamenco era lo que se cantaba por lo bajini, cuando se iba al campo, cuando se trillaba... Pero la afición, el candil, a él se le encendió en Italia, "cuando la nostalgia me animó a ir a todo lo que se organizara y oliera a España". Tras licenciarse en Filosofía por la Universidad Gregoriana de Roma, y antes en Filosofía y Letras en la Complutense, la investigación lo arrastró al flamenco. "Me parecía que era un arte muy importante pero poco estudiado de forma sistemática y rigurosa". Su gran hallazgo fue el libro Mundo y formas del cante flamenco, del poeta cordobés Ricardo Molina. "Fue la primera teoría, hasta entonces sólo había habido intuiciones de Falla, de García Lorca, pero no investigación. Su lectura me animó a traducir del italiano El flamenco y los flamencos, del profesor Mario Penna, otro trabajo pionero a cargo de una persona que entró en el flamenco tras jubilarse gracias a sus amistades de Málaga y artistas como La Cañeta". Todas esas lecturas y las numerosas charlas con amigos como Francisco Moreno Galván, al que el Centro de Estudios Andaluces homenajeará con unas jornadas, regresan ahora a su memoria, entre el vértigo y la euforia del inicio.
-Rosalía agotó como un ciclón todas las localidades para su recital del viernes 28 en el Teatro Alameda. ¿Le sorprendió?
-No. Eso siempre ha pasado. En el mundo de las aficiones, y no sólo flamencas, hay un componente esencial de fenomenología social. Ahí está la tauromaquia, donde la última gran figura ha sido Curro Romero pero el gran fenómeno social fue El Cordobés padre, que además cortó el último rabo en ese templo de la tauromaquia que es Sevilla. Rosalía está en la cresta de la ola y sabíamos que iba a arrasar, que podíamos haberla programado en Fibes o en el Maestranza y hubiera llenado, pero no hemos querido hacer excepciones con ella. Una debutante en la Bienal tiene que ganarse su sitio. Sin representar el estilo que más me gusta, ella ha logrado algo muy importante: ha desbarroquizado el flamenco. Canta de un modo más claro, ha aligerado los cánones, en la línea de lo que hicieron en su día La Niña de los Peines y la casa de los Pinini, donde las mujeres cantaban por soleá con menos molduras. Y Rosalía sabe hacer prender las polémicas en boga para reivindicar su arte, al igual que el Niño de Elche, cuyo concierto heterodoxo espero con gran interés.
-¿Qué obstáculo le obsesiona salvar en esta Bienal?
-Desde que fui director del Parque del Alamillo advertí que mi nudo gordiano era lograr el encaje de lo viejo con lo nuevo, y eso a veces se consigue y a veces no. En este momento el Instituto Cervantes y el flamenco, junto a Rafael Nadal, son los grandes embajadores de la cultura española en el mundo. Adonde llega por ejemplo María Pagés, que ha sido invitada a la mesa del emperador de Japón, no llega nadie. El gran reto es que de una vez por todas superemos los complejos y empecemos a considerar que el flamenco es algo muy grande, que tiene un acervo clásico que hay que respetar y nadie discute, pero que en un momento dado fue elevado al parnaso de las bellas artes, y ahí tuvo un gran papel la Bienal. Cada intérprete y cada creador hará en la Bienal lo que le dará la gana y ya veremos qué pasará a la historia de todo eso y qué no. Pero ese hueco para la sorpresa, para el asombro, me llena de ilusión. Por eso me interesa el contrapunto que se dará en el Alameda entre lo más clásico y moderno, como sucederá con Lole Montoya: veremos cómo resultan sus registros con el piano de Évora. Ahí estarán Rosalía y La Tremendita pero también Gualberto, referente como los Smash de la revolución del rock andaluz en Sevilla, y al que le interesa llevar tanto el sitar como la música barroca al flamenco. Y acercaremos el rap a la Bienal a través de los Gipsy Rap, que contrastaremos con Tomasito.
-Ausente Vicente Amigo de esta edición, la guitarra actual comparece con una figura mítica como Tomatito y protagoniza un ciclo novedoso en el Espacio Turina.
-Tomatito va a abordar algo que no ha hecho nunca: el repertorio que le tocaba a Camarón. Será el sábado 22 en el Maestranza y le acompañarán nada menos que Arcángel y Duquende. Y claro que echo de menos a Vicente Amigo pero tenía que atender otros compromisos. En la actualidad hay un abanico de jóvenes guitarristas muy interesantes y muy distintos entre sí. Al faltar ahora las grandes figuras creadoras como Paco de Lucía queremos abrirles a los nuevos tocaores el Espacio Turina para que tengan un marco donde ofrecer en libertad sus propuestas.
-La Bienal se acercará también a una de las zonas más deprimidas de Sevilla, el Polígono Sur. ¿Qué pretende con ese programa?
-Las Tres Mil Viviendas es una zona en el borde del precipicio social pero el flamenco siempre ha estado en ese magma donde tuvieron sus raíces los Pata Negra o vive Juana la del Revuelo. Y esa ebullición es la que queremos llevar a un escenario tan moderno como la Factoría Cultural. ¿Por qué si en Nueva York funcionan los conciertos de jazz y góspel en Harlem, y la gente se desplaza, no vamos a lograr lo mismo con el Polígono Sur? Y la parada del autobús público llega hasta allí sin problemas.
-¿Qué consejo le han dado sus antecesores para salir airoso?
-Con el que más me veo es con Manolo Herrera pero me llevo muy bien con todos y coinciden en decirme que procure estar tranquilo y me quede siempre el último para apaciguar los fuegos que puedan surgir en el último momento. Una de las grandes suertes de la Bienal han sido sus directores, comenzando por José Luis Ortiz Nuevo. Sin sus intuiciones maravillosas y sus audacias la Bienal nunca se hubiera internacionalizado como lo hizo. Y con Manolo Herrera se asentó, hasta el punto de que el equipo que él formó es el que sigue liderando este proyecto.
-El público extranjero es parte esencial del éxito de taquilla de cada Bienal y Sevilla es uno de los destinos turísticos más demandados. ¿Qué mensaje quiere que se lleven esos aficionados?
-Que el flamenco es un arte que tiene dos siglos y medio pero a la vez es muy contemporáneo y no se limita a dos sillas de enea donde se sientan el cantaor y el guitarrista. Eso debe seguir existiendo pero sin olvidar nunca la gran explosión de música y danza que supone el flamenco, el fenómeno musical más contemporáneo que tiene hoy por hoy España.
-¿Qué le interesa más del baile?
-Su vitalidad, por ejemplo. Basta ver cuántas escuelas de baile se han abierto en Sevilla y todas son buenas. Yo me sigo emocionando viendo bailar a Pepa Montes, que estará en el Maestranza, y María Pagés es una de mis debilidades, pero Rocío Molina está rompiendo todos los esquemas. Vi Grito pelao en su estreno en el Festival de Aviñón y será una sensación porque el embarazo de la bailaora pasa al primer plano del espectáculo, está en su propia concepción. Afortunadamente la Bienal muestra la gran variedad de escuelas bailaoras que hay ahora, con más de trece compañías de mujeres. Pero al lado están Israel Galván, Andrés Marín, Javier Barón, Joaquín Grilo... Ésta es la época de oro del flamenco sin ambages. Antes encontrabas a Mairena que tocaba todos los palos pero no había tanta gente así. La Niña de los Peines nunca cantó una media granaína. Ahora hay gente muy completa y que todo lo hace bien, más allá de que tengan momentos más o menos creativos, de que aparezca o no el duende, porque eso ya lo dijo San Juan en el Apocalipsis, que el espíritu sopla donde quiere.
-El cantaor Tomás de Perrate tiene un gran protagonismo en esta edición. ¿Qué puede avanzar de su espectáculo del Central?
-Tomás de Perrate, además de encargarse de los pregones, será el punto de inflexión en el Teatro Central entre tanto baile. Tengo curiosidad por su propuesta, que dirige Pedro G. Romero. Se titula Soleá sola y es un repertorio exclusivamente de soleás, sonarán las de Triana, las de Lebrija... Lo mismo es aburrido que una maravilla.
-¿Qué libros de cabecera le están ayudando a desconectar?
-Estoy terminando el nuevo libro de Emilio González Ferrín. Para mí la lectura es una fuente constante de ideas, son los otros los que me inspiran. Un libro paradigmático es El Danubio de Magris, no sé cuántas veces lo habré leído. Y a Carpentier lo releo constantemente, su obra me enseñó a escribir.
-¿Está demasiado presente la política en la Bienal?
-Considerando la política en el sentido aristotélico le afecta mucho pero, afortunadamente, ha quedado casi al margen del festival. Yo llegué a la Bienal por un rifirrafe que no se debía haber producido porque no había causa pero afortunadamente las políticas partidistas desde que he llegado no noto que le afecten casi nada.
-La militancia y los años que pasó en la cárcel siempre salen a colación al abordar su biografía. ¿Había flamenco entre rejas?
-No, en la prisión tuve mucho tiempo para leer y estudiar. Cuando me encarcelaron ya tenía hechas las dos carreras pero aproveché el tiempo para escribir mi tesis doctoral sobre religiosidad y economía en la Edad Media. Me centré sobre todo en los cistercienses. San Bernardo de Claraval fue un gran diseñador económico.
-¿Y cómo ve la agitada vida política española?
-Este país necesita tener juicio, gente que sepa sopesar las cosas. En España estamos aún en el proceso de incorporación a la modernidad. Lo que ocurre en Cataluña, por ejemplo, no tiene sentido. Son batallas menos sangrientas que las que pasaron en el País Vasco, pero no menos peligrosas, porque precisamente, al tratarse de cuestiones no sangrientas, es más difícil cambiarse de bando. Todos tenemos que hacer un ejercicio de razonabilidad e ir hacia adelante juntos pero se plantean cosas disparatadas. En cuanto a la Transición, como de cualquier momento histórico o figura, se puede cuestionar todo. Ahora mismo hasta la figura de Churchill está en cuestión. Pero es muy fácil decir ahora que nada se hizo bien. Yo militaba en un partido muy de izquierdas y pienso que se llegó hasta donde se pudo porque nunca debemos olvidar que un año y medio antes de las primeras elecciones democráticas la cola de gente que iba a ver a Franco muerto era kilométrica, con decenas de miles de personas. Nos movilizamos mucha gente anónima pero no éramos más del 5 o el 10% de la población. El problema ha sido probablemente la forma de contar la Transición, el relato. Poca gente sabe que sólo en Andalucía hubo más de mil encausados y encarcelados por el tribunal de orden público. Las cárceles estaban llenas de presos políticos, era algo habitual en la dictadura pero la gente no lo percibía. Y lo grave es que tampoco se percibió después. Cuando han muerto esos grandes pintores que han sido Félix de Cárdenas y Paco Cuadrado nadie recordó que habían sido militantes muy activos. De Cárdenas hacía los carteles y panfletos del Partido del Trabajo aunque no los firmaba con su nombre porque eran clandestinos. Su albacea me contó que inventariando sus cosas encontró el carné del Partido del Trabajo de España. En Francia, al morirse gente como Félix de Cárdenas y Paco Cuadrado, que estuvo en la cárcel, les hubieran dado la Legión de Honor. Gente como ellos fue la verdadera resistencia.
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