Bienal de flamenco | Balance
Balance de la Bienal 2024: La ilusión viaja en tranvía
Isabel Bayón | Bailaora
Ver bailar a Isabel Bayón (Sevilla, 1969) es asistir al éxtasis de una intérprete enamorada de su oficio. Como una escritora virtuosa cuya exuberante prosa revela el disfrute con el que se ha entregado a la obra, la bailaora traza un movimiento en el que conviven la sensualidad, la emoción y la sabiduría, pero en el que también sobresale -su sonrisa la delata- un inesperado gozo.
Bayón lleva celebrando su profesión desde que era una niña, y en su casi medio siglo de vida ha ido construyendo una carrera coronada por reconocimientos como los Giraldillos al mejor espectáculo, al baile o al momento mágico, el Premio de la Crítica del Festival de Jerez o el Nacional de Danza. Este sábado (a las 23:00 en el Central) regresa a la Bienal para seguir buscándose a sí misma en una producción, Yo soy, que pretende ser una biografía sentimental, un retrato de los legados y los aprendizajes que componen su identidad.
-En la anterior Bienal presentó Dju-Dju, una obra en la que una intérprete como usted, con una trayectoria muy coherente a sus espaldas, mostraba su interés por arriesgar, por probar cosas nuevas. ¿En qué estado del proceso creativo se encuentra ahora?
-¿En qué estado? Después de todo este tiempo, después de aquella colaboración con Israel [Galván], que fue bastante polémica, diría que me encuentro con todo lo aprendido y con mucha ilusión. Me siento con ganas de contar todo lo experimentado, y de hacerlo en un espectáculo que es muy personal y tiene mucho que ver con la intimidad de mi vida.
-Ha comentado que, tras varios montajes en los que se ponía en manos de otros creadores, sentía esta propuesta como algo "completamente" suyo.
-Sí. Yo pensaba hacer el anterior espectáculo sola, pero por circunstancias y encuentros [ambos coincidieron en Lo Real / Le Rèel / The Real] Israel quiso tomar las riendas, y yo, por supuesto, lo dejé, porque me apetecía mucho. Aquello lo disfruté, claro, pero también tenía ganas de retomar mi manera de hacer. Gracias a este trabajo he visto que con la madurez he conseguido encontrar un sitio donde me encuentro a gusto, en calma, y me puedo expresar con libertad.
-Esa plenitud es seguramente una conquista de la edad, pero sin embargo usted ha transmitido siempre la sensación de estar gozando, de estar en paz mientras bailaba.
-Ese es el motivo de que yo siga aquí, de que yo continúe haciendo cosas. Y es la principal razón de que yo me suba al escenario y monte una producción, con todos los dolores de cabeza, los problemas y las insatisfacciones que eso conlleva. Yo me pongo a bailar y las sensaciones que se producen compensan todos los inconvenientes por los que has pasado. Sin eso no sería capaz de seguir después de tanto tiempo.
-Hablamos de un viaje muy largo, porque lleva 45 años sobre las tablas.
-A los cinco años empecé a ponerme los zapatos de manera profesional. Ahora es impensable, pero en aquella época algo así resultaba más común. Yo aprendí mi primer baile, por cantiñas, con Matilde Coral, y tuve entonces la oportunidad de defenderlo ante el público. Ha pasado mucho tiempo, pero, ya ve, aún tengo los zapatos puestos.
-Yo soy promete ser un espectáculo muy emocional, una suerte de autobiografía en la que recordará a las personas que le han marcado, como su abuela o su madre.
-Pienso que somos lo que somos por lo que vivimos con nuestro entorno, pero también por lo que te cuenta y recuerda esa gente cercana a ti. Todos somos el fruto de una herencia. Mi abuela era una persona increíble, con una fuerza tremenda, una mujer muy pequeñita pero concentrada [ríe]. Su historia merecería una novela: estuvo sola, sin familia, desde muy pequeña, y luego se quedó sin marido con 25 años, con cuatro hijos, sin nadie que le pudiera ayudar. Se vino a Sevilla desde Marchena andando por la vía del tren en plena Guerra Civil. Logró sacar adelante a la familia, salir adelante, y pese a lo amargo de su vida lo daba todo, era cien por cien bondad, destacaba por su generosidad.
-¿Y su madre, cómo era?
-Digamos que mi abuela sería la fuerza, la perseverancia, la generosidad, y mi madre tendría todo eso pero representaría también la sensibilidad, el arte. Ella tenía facultades para cantar, pero habría tenido que renunciar a ciertas cosas para hacerlo y decidió que sólo cantaría en fiestas, con la familia y los amigos. No hay que olvidar que en aquella época no estaba bien visto que una mujer se dedicara al flamenco. Había que ser muy valiente.
-La situación está cambiando, por fortuna. Resulta simbólico que su espectáculo esté hecho por mujeres: las productoras de El Mandaíto, la directora y escenógrafa Carmen Fernández o la bailarina María M. Cabeza de Vaca, que la ha asesorado...
-Ha sido más casualidad que algo premeditado, la verdad. Con ElMandaíto trabajo siempre; con María tenía muchas ganas de colaborar y hay una conexión enorme. Pero en la obra hay muchos hombres también, porque están en mi memoria y en mi vida, desde Antonio Mairena hasta mi padre, que estará de alguna manera.
-Definió antes Dju-Dju como un espectáculo "polémico" en su paso por la Bienal. ¿Qué pasó con ese trabajo? ¿Cómo lo han visto fuera, cuando ha estado de gira?
-No sé qué pasó, la verdad [ríe]. Era un espectáculo muy particular, muy diferente incluso a lo que hace Israel, y sabíamos que no iba a dejar indiferente, pero tengo la impresión de que hay quienes no supieron apreciar ni valorar otra faceta de mí. Creo que llevo demostrando desde hace mucho lo que sé hacer, aunque pueda gustar o no, y me veía en un momento en el que podía experimentar algo diferente. Yo no pensaba que eso iba a anular todo lo que había hecho anteriormente, y la verdad es que vi algunos comentarios que parecían decir que me había olvidado de todo lo que soy y todo lo que he hecho... Pese a todo la experiencia fue increíble, el espectáculo funciona muy bien fuera, y he aprendido mucho de aquello. Llevo en la mochila cosas de aquella vivencia que saldrán por algún sitio. Puede que en este espectáculo haga algún guiño...
-Usted, como tantos otros bailaores, como Israel Galván, María Pagés o Rocío Molina, por citar a unos pocos, ha recibido el Premio Nacional de Danza, un reconocimiento que señalaría el altísimo nivel que hay hoy en el flamenco.
-Hay un nivel impresionante de baile, de capacidades... Pero pienso que habría que abrir los circuitos para que todo el mundo se pueda expresar. Me parece que se está apostando en concreto por una línea más vanguardista, más contemporánea, y no sé si eso perjudica al flamenco en general. Sí, hay mucha gente que coge estos derroteros por necesidad visceral, y eso es perfecto, pero otra lo hace porque es lo que se lleva e igual no es el registro por donde respiran. Quienes empiezan están tirando por ahí porque piensan que es donde hay trabajo.
-¿Es ése uno de los peligros de los que advierte en sus clases en el Conservatorio María de Ávila de Madrid?
-Mi preocupación es que cada uno encuentre su personalidad, porque el flamenco, siempre lo digo, está hecho de personalidades, de gente que propone cosas diferentes y con su impronta permite que este arte se amplíe. Estamos en una época en la que es más fácil imitar a otro. Antes, una buscaba y de lo que veía se quedaba con una imagen, con una sensación, eso servía de inspiración. Hoy puedes ponerte mil veces en internet una actuación y calcarla. Corremos el peligro de parecernos demasiado los unos a los otros.
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