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Rafaela Carrasco, de vuelta a Sevilla

Creaviva | Crítica de danza

Rafaela Carrasco y Pablo Martín Jones en una de las escenas de 'Creaviva'.. / Archivo Fotográfico de la Bienal de Flamenco / ©Laura León

La ficha

*** ‘Creaviva’. Dirección: Antonio Ruz y Rafaela Carrasco. Dramaturgia: Álvaro Tato. Coreografía y baile: Rafaela Carrasco. Dirección musical y composición: Jesús Torres, Antonio Campos y Pablo Martín Jones. Músicos: Gema Caballero / Antonio Campos (cante), Jesús Torres / José Luis Medina (guitarra) y Pablo Martín Jones (percusión y espacio sonoro). Vestuario: Belén de la Quintana. Iluminación y escenografía: Gloria Montesinos (A.A.I.). Lugar: Teatro Central. Fecha: Jueves, 26 de septiembre. Aforo: Lleno. 

Hacía mucho que no veíamos en solitario a Rafaela Carrasco. A pesar de su valía como intérprete, o por encima de ella, sus grandes dotes para la coreografía y su gusto por las historias la han llevado a crear espectáculos corales, ya con su compañía, creada en 2002, ya en galas y grandes espectáculos de encargo como el que realizara para homenajear a los maestros y maestras de Sevilla en la clausura de la Bienal de 2012.

Con una mente siempre en ebullición, la sevillana no ha dejado de experimentar y de buscar alianzas, como la que ha encontrado con Álvaro Tato (actor, escritor y fundador de la compañía teatral Ron Lalá), con el que colabora desde Nacida sombra, su primera producción tras dejar la dirección del Ballet Flamenco de Andalucía, donde comenzó su andadura profesional de la mano de Mario Maya. Y quizá sea ese añorado maestro, fallecido precisamente durante una Bienal, la sombra más presente en el baile de Creaviva, estrenada el pasado mes de julio en el Festival de Mont de Marsan.

Rodeada de sus músicos de confianza, Carrasco se enfrenta aquí a las mil caras, no todas pacíficas, con que se puede presentar la inspiración, representada para ella por las nueve musas de las artes

Con una escenografía que recuerdan un paisaje helado, hecha de telas gris plata, maravillosamente iluminada por Gloria Montesinos, el talento musical de Rafaela y sus músicos, los textos de Tato y la sabia dirección de Antonio Ruz, han creado una hermosa pieza sonora en la que la bailaora se incorpora, no solo girando gozosa con su cuerpo por el escenario sino, especialmente, con la energía de sus pies, reyes absolutos de su danza. 

Con el oído increíble que dios le ha dado, Carrasco va de un ritmo a otro, ya sea del folklore, dialogando con el pandero de Peñaparda que toca Pablo Martín Jones -espléndido en todas sus intervenciones-, ya emulando a Erató por farruca y coqueteando con dos guitarras tan exquisitas como las de Jesús Torres y José Luis Medina. Magníficas también las voces de Gema Caballero y de Antonio Campos, que también lució su vena poética acompañándose él mismo a la guitarra. 

Una cuidadísima y armoniosa propuesta que, desgraciadamente, no pudimos disfrutar en muchos momentos por el exceso de decibelios. Algunos espectadores, como si fuera algo normal, sacaron sus tapones y se los pusieron –“es la tónica de esta Bienal”, decían-. Pero fue una auténtica pena ya que, entre otras cosas, se perdieron muchos matices de los zapateados de Carrasco, que demostró su dominio incluso sentada en una silla, como solía hacer su maestro Mario Maya.

Tal vez por ello brillaron más los momentos íntimos, como la escena en que Rafaela, inspirada por Calíope, danza y recita bajo un micrófono sus pensamientos y, sobre todo, en esas alegres cantiñas del final en las que, poniéndose en escena una bata de cola, rebusca en sus adentros hasta encontrar los axiomas de la Escuela Sevillana, o lo que es lo mismo, de su primera maestra Matilde Coral.

Una gran emoción, para cuantos la hemos visto crecer y evolucionar como artista, volver a ver sus bonitas manos en alto girando desde sus muñecas, y mover los hombros, y las caderas, y contonearse airosa y sonriente por el escenario, y girar con la cola como solo se hace en Sevilla.

Porque la bailaora, desde el año pasado Premio Nacional de Danza, dejó claro al final, micrófono en mano, que dedicaba este solo a la ciudad que la vio nacer y a su madre, que, a sus 90 años, acudió al teatro para aplaudir a su niña, con todo el teatro puesto de pie. 

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