Rafael Riqueni en la Bienal: El héroe romántico

NERJA | CRÍTICA

Rafael Riqueni en su concierto en el Alcázar.
Rafael Riqueni en su concierto en el Alcázar. / José Luis Montero

La Ficha

**** 'Nerja' Guitarra: Rafael Riqueni, Alejandro Hurtado, Juan Carlos Romero, Manuel de la Luz Chelo: Gretchen Talbot

Lugar: Real Alcázar Fecha: Martes, 24 de septiembre Aforo: Lleno

Claudel lo definió bien: todo autor ha venido a decir su seule petite chose. Rafael Riqueni la dice con palabras sencillas, en un vocabulario propio que entiende todo el mundo. Esa pequeña cosa que nos cuenta continuamente el trianero puede ser, entre otras muchas, la inocencia del amor incipiente: Esperándote, Te llevé de la mano... Ese amor tiene un escenario. Al igual que Antonio López con la Gran Vía, Riqueni está siempre pintando a Sevilla. Como buen impresionista lo hace con pinceladas menudas, líquidas y fugaces. Así es como retrata la luz ondulante del Estanque de los Lotos, los mil colores del Parque de María Luisa.

Decía otro escritor que una obra maestra es aquella que nunca deja de decir lo que tiene que decir. Anoche Riqueni amplió sus significados, porque su música envejece con nosotros, son nuestras alegrías y tristezas las que matizan esa voz aparentemente frágil, que padece los tropiezos de una merma de facultades después de años muy duros : "estoy tocando lo mejor que puedo para ustedes". Ha superado una enfermedad muy grave, años de presidio. Pero el mensaje sobrevive intacto, atómico, en el corazón de su guitarra, la más evocadora que he escuchado: tocó Esa noche y yo besé a alguien en el laberinto que oculta ese Alcázar de Cristal en el que actuó ayer.

Venía a presentar Nerja, su último trabajo, que continúa su idilio con el nacionalismo musical en la línea de un Turina o un Albéniz. Le acompañaban dos guitarras afines, las de Manuel de la Luz y Salvador Gutiérrez, que añadieron solidez formal a la interpretación del maestro. La obra evoca el descubrimiento de las Cuevas de Nerja por un grupo de chiquillos, y muestra una vigorosidad rítmica y una contundencia melódica que enlazan con las época de juventud de su autor. Pero el concierto versó también sobre otros trabajos. Primero interpretando en solitario temas de Herencia, su regreso a las formas flamencas, del que destacó la sonoridad de una portentosa soleá, plena de bordones. Más tarde, junto a sus dos compañeros, rescató por ejemplo Al Niño Miguel, los fandangos de Huelva que se popularizaron de aquel Juego de Niños de 1986.

No obstante, la parte central, quizás la más íntima, se compuso de temas de Parque de Maria Luisa, acompañado de la chelista Gretchen Talbot, que contribuyó a esa sensación vaporosa que dejan las piezas de dicho álbum, motivada también por la brevedad de algunas de ellas. Al llegar al final de los temas que tocaron juntos, uno tiene la misma sensación de vuelta a la realidad que cuando se sale de debajo del agua. 

El recital del maestro estuvo precedido por el toque de Alejandro Hurtado, que interpretó rondeña de Ramón Montoya y una seguiriya propia con la que sobresalió su ímpetu compositivo: limpieza, volumen, musicalidad desbordante. El alicantino es un tocaor de una calidad superior, de una dicción perfecta, por el que vale la pena reivindicar los conciertos flamencos de repertorio, que rescaten piezas como esa Gitanería Moruna de Niño Ricardo con la que encandiló anoche al respetable. 

Después, la melancolía del toque de Riqueni se adueñó de todo. Su genio está hecho de delicadeza, también de fatalidad, pero, a pesar de las penurias, su música sigue siendo eminentemente optimista, casi cándida, propia de nuestro héroe romántico.

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