La que manda, manda
En cuerpo y alma | Crítica de flamenco
La ficha
*** ‘En cuerpo y alma’. Manuela Carpio. Baile: Manuela Carpio. Cante: Enrique El Extremeño, Manuel Tañé y Miguel Lavi. Palmas y compás: El Oruco, el Torombo, Israel de Juanillorro e Iván de la Manuela. Guitarra: Juan Requena. Iluminación: Marcos Sernas. Vestuario: Ángeles Carpio. Lugar: Teatro Central. Fecha: Miércoles, 2 de octubre. Aforo: Lleno
Mucho se ha discutido sobre si hay una escuela jerezana de baile -de baile largo, se entiende-, o es la bulería la única que manda. Lo cierto es que las reinas del flamenco al inicio del siglo XX -La Malena, La Macarrona, Las hermanas Antúnez…- eran todas de esa tierra proverbialmente cantaora.
Manuela (Moneo) Carpio, nacida en el barrio de San Miguel, procede directamente de esa estirpe de mujeres de rompe y rasga.
Aunque con un espectáculo poco cuidado y con un sonido infernal, fue un placer verla bailar anoche en el pequeño escenario del Teatro Alameda, lo más parecido que hay a los antiguos cafés cantante.
Un placer por muchos motivos. En primer lugar, porque el flamenco en general, y el baile en particular, tiene muchas caras, y últimamente no vemos mucho esta, la del flamenco racial; el flamenco de improvisación y de pasión.
Improvisación sí, pero apoyada siempre, en el caso de Carpio, en una buena técnica y en unos pies realmente poderosos.
Como una matriarca, querida y respetada por todos, se presentó la jerezana en la Bienal, acompañada de ocho paladines: tres cantaores, cuatro palmeros -aunque todos, sobre todo El Oruco y El Torombo son mucho más que simples palmeros-, y la magnífica guitarra de Juan Requena.
Faltaron el guitarrista Juan Diego Mateo, operado recientemente, y el cantaor Juan José Amador. ¿Cuesta tanto actualizar los programas en la web?
En cuerpo y alma es el título de este recital de baile y también la manera en que se entrega la jerezana, que brilló por seguiriya, vestida con pantalones negros, tras abrir la pieza con una espectacular bata de cola roja. Más tarde, vestida de negro y oro, nos deleitó por soleá, bailándole al cante de uno y de otro con sus brazos, demostrándoles su cariño a todos, pero mandando siempre -porque ella puede- y jalonando sus marcajes con remates flamenquísimos y con unas auténticas explosiones de pies y de energía que demostraron claramente que, aunque madura, hay bailaora para rato.
Entre baile y baile de Carpio hubo de todo. Entre otras cosas, un bonito pregón de Miguel Lavi y una vidalita de El Extremeño que debía haber sido dulce, pero se volvió amarga a causa de los decibelios y del desequilibrio con la guitarra de Requena; una única guitarra que sonó maravillosa y llena de matices durante toda la velada.
Tampoco faltó la tradicional ronda de bulerías en la que, ruido aparte, se lució El Oruco con compás y su baile y El Torombo mostró su arte único y algo surrealista. La nota tierna la puso la pataíta del niño Juanito, hijo del desaparecido Juanillorro.
Un espectáculo sin más pretensiones que la de hacer disfrutar al público de la más genuina tradición flamenca. Y lo hubiéramos disfrutado muchísimo más si los sonidistas tuvieran claro que los recitales flamencos y los conciertos de rock, por el momento, son cosas muy diferentes.
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