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'Maestros' en la Bienal: Pele, el Niño

Maestros | Crítica

El Pele imporvisó un cante para Antonio Canales a pie de escenario / La Bienal de Flamenco / ©Laura León

La Ficha

** 'Maestros' Cante: El Pele Baile: Antonio Canales Guitarra solista: José Antonio Rodríguez Cante para baile: El Galli, Manuel de la Tomasa Guitarra para el cante: Niño Seve Guitarra para baile: David de Arahal Cajón: José Carrasco

Lugar: Real Alcázar Fecha: Viernes, 20 de septiembre Aforo: Lleno

En una Bienal repleta de nombres provectos, hay un señor bendecido con la eterna juventud. Es Manuel Moreno Maya, proponemos que en adelante “Pele el Niño”, porque su cante tiene esa cualidad imprevisible, incierta, aún virgen de las almas infantiles. A sus 70 años, es el cantaor más joven en activo. Acaba de nacer, anoche mismo en el Patio de la Montería del Real Alcázar, porque, aunque lo hayas escuchado mil veces, con él siempre parece la primera vez. Es el cantaor más osado de la actualidad, el amo de un estilo personal hecho de excentricidad y raíces muy hondas. Porque sí, también es un viejo, por lo desprendido, lo esencial; un canto rodado que declama la malagueña, la susurra, la mece en unos graves sedosos, la ensancha y la encoge con ese fuelle que lo vuelve todo flexible, maleable, suyo.

¿La soleá? Plastilina. Juega con ella: mezcla mil colores, la corta, la aplasta, la extiende, la vuelve del revés, hace y deshace... hasta que de repente entrega una estatua griega. La soleá de El Pele -así en nominativo- es un cante por el que sentirnos agraciados: ¡qué bien, somos sus contemporáneos! ¿La seguiriya? Punzante, pero también íntima, tragada. Ese oleaje de los volúmenes de Manuel es una escuela que los demás jóvenes deben aprender, porque ello encierra buena parte de la gramática de la emoción.

Honores a otro niño, Niño Seve, capaz de seguirle por los meandros de su imaginación sin un tropiezo. Si la Bienal siguiese otrogando los premios Giraldillo en función del desempeño de los artistas durante el festival y no a título honorífico, para darle a Seve el del toque de aompañamiento habría que desenroscar directamente la veleta de la Giralda. No hay un pulgar más preciso, más pulcro, con más oído que el de Niño Seve, que lidera con su guitarra esa orquesta que El Pele dirige con gestos evidentes: ataque, calma, tono, falseta... En la seguiriya modificó tonalidades, añadió texturas muy sugerentes, a veces recreando un sonido roquero, sin rasguear, solo "muteando" las cuerdas como si usara una púa. En las alegrías capitaneó ese vaivén marinero sobre el que El Pele surfea con deliciosa coquetería.

¿Lo demás? Un espectáculo deslavazado, en el que cada artista defendió su recital por separado, sin la menor interacción, exceptuando el arranque de El Pele para cantarle a Antonio Canales desde el pie de escenario, ya en vaqueros y botines (como decíamos, un chaval). José Antonio Rodríguez ofreció un pequeño concierto en solitario. Desgranó su toque frenético, rebosante de ideas -quizás a un volumen excesivo- en nana, soleá, rondeña, colombiana y bulería, lo mejor de su aparición, o al menos donde dejó un par de melodías impregnando el aire. Antonio Canales ofreció la imagen opuesta a El Pele: estático, inconexo, carente de ideas. Sevilla lo adora y consiente, más ahora que anuncia su retirada. Nada que objetar, pero la Bienal merece más, no sólo de su parte, sino también de una dirección que sea capaz de gestar espectáculos compactos, digeribles para el público, hilados por una idea o al menos una mínima dirección escénica, que evite interrupciones anodinas que van en contra de ese clímax al que se aspira con el lema Ole de nuevo. Juntar a artistas sin relación aparente y dejarlos a la buena de Dios no es propiciar "Noches Únicas", es pereza.

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