Lela Soto y Manuel de la Tomasa en la Bienal: Presente y futuro del cante
DE LOS BUENOS MANANTIALES | CRÍTICA
La Ficha
*** 'De los buenos manantiales' Cante: Lela Soto, Manuel de la Tomasa Guitarras: Antonio Malena, Luis Medina Palmas: Marcos Carpio, Valencia, Dani Bonilla, Peña, Frasco de Chacón Percusión: Paco Vega
Lugar: Teatro Alameda Fecha: Miércoles, 25 de septiembre Aforo: Casi lleno
El recital partía de una sencilla premisa: citar a los más jóvenes representantes de dos casas cantaoras que hunden sus raíces en los principios del siglo XX, aún más atrás: Lela es hija de Vicente Soto y nieta, por tanto, de Sordera de Jerez. Manuel desciende de la familia de los Torre, así mismo jerezanos de origen, pero arraigados en Sevilla, con el mítico Manuel Torre como su más ilustre miembro. Por ello, las actuaciones de sendos debutantes en la Bienal estuvieron alineadas con la defensa de ese legado, lo que, al contrario de lo que podría esperarse de dos artistas tan jóvenes, derivó en la elección de un repertorio eminentemente clásico, con la aparición incluso de algunos cantes bastante en desuso, como la caña que cantó Manuel y la milonga que interpretó Soto, uno de los aciertos de la noche.
Manuel de la Tomasa, a pesar de su juventud -está en la veintena-, es un cantaor bastante hecho. Su mayor virtud es que sabe exponer el cante, sin efectismos, pero con astucia. Posee una voz muy bonita, rajada y nítida a la par; maneja la dicción y coloca en su sitio los ayeos. La seguiriya fue un excelente ejemplo de lo que decimos. Conoce así mismo cómo jugar con los tiempos y los volúmenes, y por encima de todo recurre a la media voz con solvencia. Su cante se embellece enormemente en esos tercios.
Para su actuación eligió palos que entroncaran con el clasicismo imperante en su familia: una malagueña con abandolaos en la que introdujo un interesante estribillo, caña, romances... Gustó mucho por alegrías, con letras dedicadas a su abuelo, el maestro José de la Tomasa, a quien la Bienal otorga el Giraldillo Internacional de esta edición, y que el día 3 de octubre estará celebrando 50 años de cante en el Monasterio de la Cartuja. Su nieto levantó los oles del público con dicha seguiriya, lo que, además de no ser nada fácil, colmó de gozo a los familiares que le jaleaban entre bambalinas. En la toná con la que cerró su recital reivindicó su casta, atreviéndose con el Santóleo. En definitiva, el aldabonazo de un joven que quiere ser figura y que pretende hacerlo recogiendo la savia de sus mayores.
Lela Soto posee ya un estilo personal, uno de los más atractivos del panorama actual. Tiene una voz preciosa, afinada, llena de matices, con unos agudos de vértigo. No teme arriesgarse para añadir emoción a su interpretación, con ese dominio del compás, esa maravillosa locura a la hora de rizar los tercios, a veces con alguna pirueta, esto es, con su poquito de Madrid, "mi semi tierra". La elección de las letras de cada estilo es un arte en sí mismo, algo que en su casa se cuida siempre: añaden variedad en lo musical y lo dramático, y en eso también acertó.
Destacó, como no podía ser menos, en la bulería por soleá -"esto es de los míos, de los Sordera"- y sorprendió con la milonga de Chacón remozada por su padre, una muestra de buen gusto, en la que acancionó algunos pasajes. Derrochó soniquete de la tierra por bulerías, con un par de letras de cante corto de las que hacen pupa, siempre alentada por la fuerza del toque de Antonio Malena, que la asistió con mucho desparpajo en el refrescante trance de los tientos tangos. Son muchos los aficionados que esperan una grabación de estudio de Lela Soto que recoja esa capacidad expresiva, este gran estado de forma.
Un fin de fiesta juntó a todos los músicos sobre el escenario, con lo que el concierto alcanzó las dos horas de duración, saliendo del teatro a la 1 de la mañana, en un día laborable. En la siguiente Bienal, cabe replantearse si ese escalonamiento de los horarios permite realmente que el público enlace recitales en un mismo día, o simplemente nos condena al trasnoche.
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