Israel Fernández en la Bienal: Punto de partida

POR AMOR AL CANTE | CRÍTICA

Israel Fernández con la guitarra de Antonio el Relojero
Israel Fernández con la guitarra de Antonio el Relojero / La Bienal de Flamenco / ©Laura León

La Ficha

*** 'Por amor al cante'. Cante: Israel Fernández. Guitarra: Antonio el Relojero. Lugar: Teatro Alameda. Fecha: Domingo, 22 de septiembre. Aforo: Lleno.

Fue un recital esencial en muchos sentidos. El repertorio está inspirado por la guitarra de Antonio el Relojero, un veterano aficionado de Colmenar de Oreja a quien Israel Fernández conoció en un concurso de cante hace 15 años. Ya entonces se quedó prendado de su toque clásico, un relicario que conservaba intactos los sonidos de Ramón Montoya, Sabicas, Manolo de Badajoz, pero sobre todo de Niño Ricardo, el big bang de la guitarra de acompañamiento. Así se juntaron el hambre con las ganas de comer, porque Israel es un empollón de esa época. Esa forma de acompañar al cante motiva al artista toledano para dar rienda suelta a su devoción por las figuras de primeros del siglo XX: Pastora Pavón, su hermano Tomás, Pinto, Vallejo, Carbonerillo, Chacón...

Esa es la materia prima de su muy reciente trabajo discográfico, Por amor al cante, que presentaron anoche en el Teatro Alameda, a 20 metros de donde vivieron Pastora Pavón y Pepe Pinto, en un recital que tuvo la naturalidad y genuina cercanía que pueden disfrutarse en una peña. Solos sobre el escenario, alumbrados con una sencilla luz cenital, entre bromas y decisiones de último minuto, los protagonistas lograron crear tal ambiente de intimidad que hubo tiempo hasta para contar batallitas de la mili de Antonio, quien debutaba en Sevilla con unas ganas de rajar que solo aplacó el cante de Israel: "Tito ¿le damos a las bulerías o qué?".

Esta entrañable pareja fraguó anoche un recital de los que crean afición, en realidad una carta de amor a los cantaores de esa época dorada, y muy intencionadamente a esos artistas que pululaban por la Alameda, esa zona cero de lo jondo, la que fue y sigue siendo un hervidero de fatiguitas, diversión, música y creatividad felizmente registrada en discos de pizarra. La voz de los cantaores estaba entonces guiada por una imaginación desbordante, una fantasía melódica que apenas ha tenido continuación. Rescatando esas formas es donde Israel no tiene competencia. En ese sentido, es un músico sobresaliente. La granaína es buena prueba de ello: un cante límpido como el cristal, pleno de armónicos, conducido con un cadencioso juego de volúmenes, adornado por un trino brillante y roto a la par. Es decir, el cante de un superdotado, el agraciado receptor de un don divino con Vallejo entre ceja y ceja. La guajira ahonda en esa doble condición de Fernández, su capacidad de crear líneas claras de cante que romper con su metal gitano. Quizás lo mejor de la noche.

En la seguiriya El Relojero se marcó un falsetón de Niño Ricardo que explicó por qué los clásicos nunca pasan de moda. En la taranta Israel dejó un ejemplo de orfebrería vocal, una delicia ya presentida en la malagueña con la que arrancó el recital. Como contrapartida, ese toque de Antonio el Relojero, tan precioso como arcaico, limitó a Fernández en los palos más rítmicos: las bulerías de El Chaqueta y los tangos de Pastora, en los que se le notó algo rígido. Ahora bien, en el fandango de El Carbonerillo levantaron una catedral. Ese es el palo de Israel, ahí donde desata una libertad arrebatadora. Lo otro, esa capacidad de emular a los popes del flamenco, es solo un punto de partida con el que ya va siendo imperioso que el toledano construya una personalidad nítida.

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