Una hermosa y triste historia

En este día, en este mundo | Crítica de danza

Florencia Oz e Isidora O'Ryan en un momento de la pieza que estrenaron en el Central.
Florencia Oz e Isidora O'Ryan en un momento de la pieza que estrenaron en el Central. / Archivo Fotográfico de la Bienal de Flamenco / ©Laura León

La ficha

*** ‘En este día, en este mundo. Florencia Oz. Idea original: David Coria y Florencia Oz. Dirección y asesoramiento coreográfico: David Coria. Coreografía, baile y vestuario: Florencia Oz. Composición, voz y movimiento: Isidora O’Ryan. Composición y guitarra: Jesús Torres. Cante: Pepe de Pura. Coreógrafo invitado en una pieza (Soleá): Manuel Liñán. Dramaturgia: Agnes López-Río. Textos: Enrique Fuenteblanca. Iluminación: Gloria Montesinos A.A.I. Acompañamiento: Javiera de la Fuente. Mezcla y Máster: Vicente Yáñez. Lugar: Teatro Central. Fecha: Lunes, 16 de septiembre. Aforo: Lleno.

La calidad dancística de Florencia Oz la hemos podido admirar en numerosas ocasiones, casi siempre formando parte del Ballet Flamenco de Andalucía o de compañías como las de Rafaela Carrasco o David Coria, donde ha tenido siempre un papel destacado

Hace unos años, sin embargo, con la llegada a España de su hermana gemela Isidora, la bailaora inició un nuevo camino artístico junto a ella. 

Así pues, paralelamente a su trabajo como bailaora, en 2021 ambas sorprendieron a los aficionados con un poético espectáculo, Antípodas, que vio la luz en el Festival de Jerez antes de recalar en Sevilla durante la pasada Bienal. 

Ahora, en la misma línea intimista y esteticista, las dos hermanas se han acercado mucho más si cabe para afrontar un nuevo trabajo, mucho más melancólico, titulado En este día, en esta hora. 

La pieza, según nos cuentan, está basada en una performance de 1985 del artista brasileño Antonio José de Barros, Tunga (1952-2016), que habla de dos hermanas que nacieron unidas por su cabello y que prefirieron morir antes que separarse, como quería su pueblo. 

En Antípodas había una contraposición, un complemento entre las dos jóvenes -Flor Bailaba e Isidora sobre todo cantaba y tocaba el violonchelo, que es su instrumento principal- mientras que ahora el vínculo que las une, una larga cuerda que tienen atada a la cintura, las convierte casi en una sola persona escindida en dos cuerpos.

Vestidas iguales y casi indistinguibles se nos muestran en la primera parte, donde las dos danzan al unísono con un lenguaje contemporáneo una música medieval y juegan de mil maneras con la cuerda, símbolo del vínculo que las protege.

Solo la repetida percusión que Florencia interpreta con los pies las diferencia. Luego, claro está, su danza, aunque siempre limitada por la presencia de la cuerda, vira hacia el flamenco con la intervención de la magnífica guitarra de Jesús Torres y la voz potente y dulce a la vez de Pepe de Pura. 

La soleá irrumpe así sin quebrar la atmósfera de tristeza, casi irreal, que impone el destino fatal que les espera porque su pueblo, la tribu a la que pertenecen y que nos llega por el oído -se oyen pájaros, gallinas y las campanas de una iglesia- ha dictado ya su sentencia.

Para la ceremonia final, las jóvenes cambian sus ropas toscas por unos hermosos vestidos blancos, se cubren la cabeza y celebran sus últimas horas. Isidora, que en esta pieza solo toca un momento el pandero en un dúo percutivo con su hermana, canta con una voz preciosa, casi en susurros, canciones antiguas y el Romance de la monja, seguida por el de Pura.  

La pieza, muy física y muy visual, dirigida por la mano experta de David Coria, está llena de hermosas imágenes, engrandecidas por la siempre estupenda iluminación de Gloria Montesinos, tercera protagonista, sin duda, del espectáculo. 

Las dos jóvenes aceptan su cruel destino en lugar de cortar el vínculo que las une y afrontar su soledad y eso deja en el patio de butacas un poso de melancolía.  

 

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