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El Grilo de la sencillez

Cucharón y paso atrás | Crítica de flamenco

Joaquín Grilo y el cantaor José Valencia, un tandem excepcional. / Archivo fotografico La Bienal de Flamenco @Laura León

La ficha

**** ‘Cucharón y paso atrás’. Idea original, coreografía, dirección artística y coreográfica y baile: Joaquín Grilo. Guión, dirección de escena y selección de cantes y letras: Joaquín Grilo y Faustino Núñez. Dirección musical: Francis Gómez. Guitarra: Francis Gómez y José Tomás. Cante: José Valencia y Carmen Grilo (Colaboración especial). Idea escenografía: J. Grilo. Iluminación: Marcos Serna AAI. Vestuario: Nuria Figueroa. Lugar: Teatro Central. Fecha: Martes, 1 de octubre. Aforo: Lleno.

Hay que reconocer que Joaquín Grilo ha sido y sigue siento un bailaor único. En parte porque nació y se crio en Jerez de la Frontera, una tierra que, misteriosamente, sigue manteniendo viva la tradición flamenca e insuflando en el ADN de sus artistas un sentido del ritmo y del compás difícil de encontrar en otros lugares. 

Y luego porque su formación ha sido completa, es decir, en las calles jerezanas, en academias como las de Juan Belmonte y Paco del Río, donde estudió danza clásica, bailes regionales y palillos, y junto a todas las grandes figuras -como Lola Flores o Paco de Lucía- con las que ha tenido ocasión de trabajar. 

Una formación que, unida a su gran personalidad, se traduce en una libertad absoluta y una gran capacidad para conectar con el público. 

A lo largo de su carrera, esa libertad lo ha llevado a embarcarse en espectáculos a veces demasiado ambiciosos y con un gran número de invitados; justo lo contrario de lo que ha hecho en este Cucharón y paso atrás, dedicado a ese flamenco primitivo que nació para acompañar y aliviar las duras tareas de los campesinos, los fragüeros o los mineros.

El trabajo es obra de la colaboración entre el bailaor y el prestigioso musicólogo Faustino Núñez, y es tan sencillo y esquemático que en muchos momentos podría definirse como naíf. 

La primera escena está dedicada a las labores del campo, y junto a esos cantes que acompañaban al arado en la besana o al trabajo de la era, Grilo, con alpargatas, mima algunas labores y, acordándose del folklore, baila como un campesino, como tantas veces enseñara Juanjo Linares cuando trabajaba con Faustino Núñez en las obras de Antonio Gades.

La segunda, poco iluminada tras un panorama, nos lleva a una mina y a los cantes mineros derivados de la taranta. Aquí es el redoble de los pies del bailaor el que marca el ritmo de los picos en las vetas. Y como en tantas otras ocasiones, José Valencia, majestuoso y pletórico como siempre, se convierte en su alter ego y hace subir las cotas de la pieza en cada una de sus intervenciones. 

La obra está dedicada a ese flamenco primitivo que nació para acompañar y aliviar las duras tareas de los campesinos, los fragüeros o los mineros"

Será Valencia el que nos introduzca en la fragua y el que mime su martillo en el yunque con dos guitarras que se atreven valientemente con el martinete y un Grilo, ya con zapatos, ya él mismo, que completa el concierto con la música de sus pies. 

Después nos llevan a una taberna de Cádiz, donde de nuevo Valencia brilla por cantiñas provocando a Grilo con su tirititrán y dando lugar a una serie de escenas en las que destaca la saeta que una enlutada Carmen Grilo le canta desde un palco. Hacía tiempo que no veíamos bailar tanto al jerezano, que casi no abandona el escenario a pesar de haber pasado largamente de los cincuenta. 

Su baile se ha vuelto más sobrio, menos histriónico y tal vez menos conquistador, pero sigue siendo único en la precisión de sus pies, en su modo de desmadejarse en el agotamiento, en sus marcajes y en su manera de abrir los brazos, de dirigirse con gestos al público y a sus compañeros.

Al final, los cinco se reúnen en torno a una mesa porque lo más importante, al terminar la dura jornada, es compartir; sentarse en torno a un plato de tomate con queso, como en Grecia, o a un lebrillo u hortera de garbanzos y unas alegres bulerías como aquí, como en las antiguas gañanías.

Porque fue en esos cortijos que esta obra quiere homenajear donde varias generaciones de temporeros flamencos se reunían al anochecer -en un tiempo sin móviles-, para fraguar los cantes que son fuentes del flamenco. Claros manantiales que aún no se han secado. 

Ese es el sencillo homenaje que les rinde el Grilo en su madurez. Un homenaje naíf si se quiere, pero sincero, aunque echemos de menos un mayor cuidado en el formato y, sobre todo, como en otros espectáculos que hemos visto en esta Bienal, una verdadera dirección de escena.  

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