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‘Un año y tres meses’: el pudor y la ausencia

Literatura

Luis García Montero presenta el poemario que dedica a la enfermedad y muerte de Almudena Grandes, un libro en el que acude a la tradición literaria para contar el dolor

Luis García Montero, en la Fundación Cajasol de Sevilla, donde presentó ‘Un año y tres meses’. / José Ángel García

Una pareja que pasea por la playa se enfrenta a la incertidumbre de un diagnóstico que cambiará sus vidas. Han salido a una hora cercana al crepúsculo, porque el sol puede perjudicar a la mujer enferma. "Como una carretera / donde las luces rojas son frenos de la noche, / vemos pasar despacio las preguntas / sin saber qué decir", reza un poema, el que inaugura el libro, donde también se lee: "Qué difícil andar con pies descalzos / y miedo a lo que corta". Un año y tres meses es el poemario en el que Luis García Montero recoge la enfermedad y la muerte de Almudena Grandes, pero el poeta granadino habla también, con serenidad y emoción, de la vida compartida con su amada: de un matrimonio que lee antes de acostarse, de un hombre que telefonea tras un vuelo. "Llamaré / cuando llegue al hotel para decirte / que estoy en Lima, que viajar / me cansa, pero el vuelo ha sido bueno, / que todo está tranquilo, / que tengo ganas de volver a casa".

"A Almudena le detectaron la enfermedad en septiembre de 2020 y murió en noviembre de 2021, un año y tres meses después", explica Luis García Montero en la Fundación Cajasol, donde este miércoles tuvo un encuentro para hablar de su obra, publicada por Tusquets. Un empeño, como apunta su autor, de ordenar desde la literatura el caos y el abismo de la ausencia. "Cuando se produce algo tan radical como la muerte de la persona a la que quieres, la vida pierde su sentido. Es un diálogo con el vacío y la desorientación, y uno tiene que acudir a lo más profundo de sí mismo. Y, en mi caso, a mí lo que me define es la poesía. Es lo que me ayudó a relacionarme con el mundo, a preguntarme por mí, en un momento tan duro como ése".

Para escribir un libro "tan difícil", García Montero acudió a la tradición poética, indagó "en cómo ésta ha tratado los sucesos fundamentales de la condición humana, que son el amor y la muerte, las grandes construcciones culturales del ser humano. Un animal no tiene conciencia de que el tiempo se agota y la puerta se cierra, no sabe que el amor es una forma de definirse individualmente", señala el autor de Habitaciones separadas o La intimidad de la serpiente, que volvió a lecturas de referencia "como ayuda para que este libro no fuese un desahogo biográfico, sino una reflexión que trascendiera mi experiencia particular, que fuera más allá de un caso concreto de enfermedad y muerte, ese diálogo con el miedo y la esperanza". Así, en Un año y tres meses hay ecos de la Trotaconventos, el personaje de El libro de buen amor, o de Jorge Manrique "y eso de que nuestras vidas son los ríos que van a dar al mar, que es el morir. También están poetas muy cercanos a mí, como Joan Margarit,Joan Margarit, que escribió un libro poco antes de morir que se publicó de manera póstuma. Tras saber que estaba enfermo, Joan se encerró con su familia y sus tres o cuatro ideas importantes de la vida, y acabó haciendo un poema en el que se atrevía a afirmar que ese año último lo tenía como uno de los más felices de su vida. Eso me invitó a escribir el poema último, el que da el título al libro, y en el que cuento que convivir con Almudena en ese tiempo, será evocado más tarde, cuando el dolor cohabite con el recuerdo, como una etapa importante y feliz. Haber podido cuidarla, haber podido cuidarnos, haber convivido durante casi 30 años, fue una fortuna. Todo eso se cuenta en el libro, que a veces se acuerda de Góngora y a veces se acuerda de Bécquer, cuando decía que después de una ruptura amorosa alguien era un muerto en pie".

Portada de 'Un año y tres meses'. / D. S.

Un año y tres meses dialoga con, y completa, las páginas en que García Montero retrató a mediados de los 90 sus comienzos con Almudena Grandes, aquellos celebrados versos de Completamente Viernes. "Yo tuve la suerte de que a Almudena le gustara la poesía, de hecho creo que se fijó en mí porque me dedicaba a esto", evoca mientras se le instala una sonrisa en el rostro. "Ella siempre encontraba hueco para citar en su narrativa a Antonio Machado, que inspiró el título de El corazón helado, o recordaba también a Cernuda cuando homenajeaba a Galdós... Cuando empezamos nuestra relación, yo buscaba libros de poetas que a ella le gustaban mucho, y le copiaba en la última página en blanco de esos ejemplares un poema de amor que le había escrito. Ahí se fue conformando lo que sería Completamente Viernes. Un día me llamó Gloria Fuertes, y me preguntó: ‘Oye, ¿es verdad que te has liado con Almudena Grandes? ¡Pues a esa la quería yo para mí!".

"Porque nunca se aprende del todo / a sumar y restar, / no me salen las cuentas. / Las cosas van y vienen / confundiendo el ahora y el mañana / con lo que ya no puede suceder", lamenta el director del Instituto Cervantes, que describe a una pareja que nunca tuvo fe, pero tenía "palabras", y se interroga también de qué sirve un cielo donde no pueda hacerse el amor, observaciones que encadena evitando caer en el patetismo. "He tenido muy presente en la escritura el pudor. Los que somos muy partidarios de los espacios públicos solemos ser muy partidarios también del pudor a la hora de contar las cosas privadas. A mí me gusta reivindicar la calidad que hay entre la poesía más joven, porque en un momento de redes sociales, donde se ha creado una inercia en la que todo el mundo dice lo que piensa antes de pensar lo que dice, saca sin reparo lo privado a lo público, la poesía sigue siendo el intento de hablar de la intimidad desde el respeto, sin amarillismo, como una reflexión sobre la dignidad humana. Esta apuesta por la contención me ha marcado a la hora de escribir este libro. Cuando tenía que decir algo acudía por ejemplo a los versos de Jaime Sabines, el gran poeta mexicano, que hablaba de la muerte de su padre pero citaba a Walt Whitman".

Pese al dolor, Un año y tres meses está escrito con una inesperada serenidad, lejos de la rabia de quien no acepta los golpes del destino. García Montero sabe el porqué: "En la enfermedad necesitas cuidar al otro, y no sólo se cuida al enfermo, sino que el enfermo te cuida a ti. Estoy convencido de que Almudena intentaba mantener el optimismo, cada vez más difícil, para que nosotros no lo pasáramos mal, y nosotros, que teníamos una espina clavada en el corazón, nos esforzábamos por defender una cierta esperanza. Si te relacionas con la enfermedad un elemento importante es la calma, y yo me acostumbré a ella", analiza el poeta. "Una noche", prosigue, "ella no quiso quedarse en el hospital y salimos con la silla de ruedas, y el taxista la acogió de malos modos. Más que responder montando un número, le quité importancia porque así apoyaba la decisión de Almudena de ir a casa, de morir allí, y pensé también que no sabíamos qué batallas estaría librando ese hombre", reconstruye. "Quizás la convivencia con la enfermedad, esa vulnerabilidad en la que te coloca", concluye, "ha acabado siendo un intento de comprensión del mundo".

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