Enrique 'El Extremeño' en la Bienal de Sevilla: Clases de compás

Toda una vida | Crítica

Enrique El Extremeño y Manuela Carrasco en 'Toda una vida'
Enrique El Extremeño y Manuela Carrasco en 'Toda una vida' / La Bienal de Flamenco / ©Laura León

La Ficha

*** 'Toda una vida' Cante: Enrique el Extremeño Guitarra: Ñoño Santiago, Pedro Sierra Baile: Inés Rubio Palmas y coros: Petete, Juan de la María y Cheíto Percusión: Raúl Botella Colaboración especial: Manuela Carrasco y La Polvorilla

Lugar: Teatro Alameda Fecha: viernes,13 de septiembre Aforo: Casi Lleno

El apartado de trasnoche de la Bienal arrancó con una voz de trueno, la de Enrique el Extremeño, quien por tonás encaró el legado de su admirado Antonio Mairena y rajó la noche, abriéndola a una energía sin parangón en el cante actual. Por esa herida de la madrugada se coló su eco rocoso, a veces bronco, pero siempre medido hasta la última molécula del compás. Fue un recital vibrante, muy moderno, si entendemos que el cante es desde haces lustros una disciplina que exige exhiberancia rítmica, y Enrique tiene para dar y tomar. Su faceta como cantaor para el baile le ha marcado enormemente en ese sentido, aunque no le impide fluir con medida propia alante, como apreciamos en la malagueña, el cante más enjundioso de la noche, con un mayor recogimiento, acunado por la guitarra de Pedro Sierra.

Unos minutos antes de ese momento señero, Enrique Santiago se había presentado sobre el escenario del Teatro Alameda ataviado como un maestro de escuela de los de antes, con chaqueta y corbata, sin sentarse apenas, para ir dando una lección a la par metódica y caprichosa guiada por su inteligencia cantaora más que por el academicismo. Una pequeña dramaturgia en forma de entrevista radiofónica sirvió para hilar una espectáculo de cariz autobigráfico bien medido y orquestado.

Así, El Extremeño nos guió por su trayectoria con la grabación por sevillanas con su grupo Los Mayorales como punto de partida. De ahí pasamos a la toná chica y martinete, esa con la que lo examinaron en Madrid para entrar a un tablao. No fue seleccionado. Afortunadamente, imperó el sentido común en otro lugar y así comenzó un oficio aprendido de mil fuentes, con la avidez del niño curioso y superdotado que quiso fichar Antonio Sánchez, padre de Paco de Lucía, y que lo mismo bebía de José Salazar que de los estribillos de la familia de los Tobalo en los tangos, de los que interpretó anoche una tanda plagada de estribillos.

El Extremeño es un cantaor arrebatador, que conquista al respetable a base de oleadas de entrega, cómplice en ese temblor que sacudía el graderío del teatro debido a los cientos de pies que marcaban el compás de las cantiñas. También en el romance que le bailó Inés Rubio tembló la tarima, antes de anunciar la presencia estelar de la noche con un escueto "señores, la Diosa", es decir, su amiga Manuela Carrasco, para la que cantó un taranto, en el que flató precisión, pero del que cabe conservar esa estampa evanescente, pues recordamos que Manuela se retira este año. Extrañaremos ver a los dos juntos sobre el escenario.

Un prolongado fin de fiesta incluyó la bulería salpimentada de boleros de La Polvorilla, la pataíta de Petete, y sobre todo el magisterio de este cantaor por ese estilo, que ha llevado en bolandas a figurones del baile como Farruco, Angelita Vargas o Eva la Yerbabuena. Mención especial merecen Pedro Sierra, por su creatividad en el acompañamineto, y Ñoño Santiago, hijo del protagonista, que hizo sangrar la guitarra con esa mano derecha. La Bienal había prometido oles en esta edición, y la realidad es que en su primera cita en la Alameda los hubo, y muchos.

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