David Palomar en la Bienal: Beef cuartetero

DESAMPARAO | CRÍTICA

David Palomar cerró su actuaión por bulerías, ya desacamisado
David Palomar cerró su actuaión por bulerías, ya desacamisado / La Bienal de Flamenco / ©Laura León

La Ficha

*** 'Desamparao' Cante: David Palomar Guitarra: Kalicha

Lugar: Teatro Alameda Fecha: Lunes, 30 de septiembre Aforo: Lleno

En la jerga carnavalera un tipo es algo más que el disfraz que viste la agrupación, es el personaje que inspira el repertorio, la identidad a la que está suscrita la visión del mundo que alimenta los chistes y las reivindicaciones que toda buena chirigota, comparsa o coro debe combinar. Puede ser un enterao o un parado de larga duración, una viuda o un pirata. En este Desamparao, el tipo de que interpreta David Palomar es el de un macandeta, un loco cuerdo de estos que no dicen una mentira / pero una verdad tampoco. Desde luego un arquetipo suficientemente esteriotipado como para que incurra en los lugares comunes, y que en esta ocasión adopta la versión de un viajero en el tiempo, un gadita que llega del pasado y aterriza en nuestros días para horrorizarse tanto por la pérdida de identidad de su ciudad natal, como de las atroces dinámicas del mundo moderno: vanidad, hiperactividad, mentiras institucionalizadas. Habla de Cádiz como lo hacen los cuarteteros o los romanceros, pero nos sentimos igual de interpelados en todas partes. Tanto, que suena demasiado.

Para trasmitir este mensaje contestatario, Palomar ha reducido la obra a un formato radical: su cante e interpretación con la sobria guitarra de Kalicha. Se expone mucho el gaditano, es una decisión valiente. No abandona el escenario nunca, y enlaza cantes y discursos con igual intensidad. En ese sentido, continúa la senda establecida por espectáculos anteriores, en especial aquel maravilloso Qué pasaría si pasara, en el que la sociedad occidental en general y la flamenca en particular recibían una mordaz parodia desde la perspectiva de los flamencos gaditanos. Este Desamparao sería un spin off de aquel, pero en la vertiente contestataria. Lo cierto es que la obra gana altura cuando Palomar hace uso de su vis cómica, y encalla cuando el contenido aspira a la trascendencia. El mensaje, potente de inicio -con su alusión a la turistificación, la especulación inmobiliaria, la artificialidad de la vida moderna en general- se diluye en una serie de discursos que se prolongan innecesariamente, redundando en ideas como la autenticidad, la libertad de consciencia o el rechazo al consumismo, que actúan de anticlímax cuando minutos antes el cante ha desatado los oles en le patio de butacas.

Claro que el flamenco es un vehículo tan válido para la protesta, la reflexión y la reivindicaciones sociales como cualquier otro. En ese aspecto, el espectáculo es necesario, un beef a la falsedad que nos define. Pero hablamos de forma, y en esta ocasión, como sucede a menudo en los cuartetos, la parte teatralizada eclipsó a la musical, desdibujando una doble misión: alertarnos de la deriva de la sociedad actual, y poner el foco en la riqueza de los cantes y artistas de Cádiz.

Palomar ejerce desde hace años de una suerte del embajador del arte de la Tacita de Plata. Así brilló, cantando el fandango y el pregón de Macandé, la soleá de Jarana, las alegrías de La Perla. Es un cantaor extraordinario, con capacidad no sólo de emular -lo hizo cono El Beni, Chano, El Bohiga- sino de desatar una voz potente, perfectamente afinada, en la que sabe quejarse. Más flamenco imposible. Por ello, Palomar debería confiar más en su poder expresivo, que es enorme, y aplicar la herramienta que mejor puede defender lo que cuenta: cantar, cantar y cantar por Cádiz. Como hizo en la soberbia seguiriya, en el pregón de los caramelos, en la bulería final con ecos de Manuel Molina que le llevó a descamisarse, un momento en que esa actitud rebelde cristalizó en nuevas letras, siendo el resto tradicionales en su mayoría.

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