David de Arahal en la Bienal: Slow Life

CALLEJÓN DEL ARTE | CRÍTICA

David de Arahal el Espacio Turina
David de Arahal el Espacio Turina / La Bienal de Flamenco / ©Laura León

La Ficha

***** 'Callejón del arte' David de Arahal Guitarra: David de Arahal, Ángel Vera Percusión: Lito Mánez Palmas: Hermanos Gamero Colaboración especial al cante: Manuel de la Tomasa y Sandra Carrasco

Lugar: Espacio Turina Fecha: Viernes, 27 de septiembre Aforo: Casi lleno

Durante un tiempo el concepto slow life llenó Instagram de publicaciones en la que los influencers que lo habian petado lo suficiente para comprarse una casa de campo promovían ahora una vida contemplativa, poniendo filtros a fotos de tomates de huerta, la sesión de lectura junto a la chimena o niños jugando descalzos con pollitos recién nacidos. Ya saben, vivir despacio y alejarse del mundanal ruido para comer sano, recuperar las raíces y admirar los detalles de la naturaleza. Paradójicamente, la propia incerica de las redes sociales devoró el concepto a la velocidad del rayo y ese hashtag descansa ya en el cielo de los trending topics. Después de la pandemia, guardamos los cacharros de hornear y nos pusimos a correr más que nunca. Pero a nosotros ese #SlowLife tan artificial puede servirnos hoy para tratar de explicar lo que representa David de Arahal como artista.

Porque su música es absolutamente contracultural. Contradice nuestra época, no sólo dentro del flamenco, sino como sociedad urbana, consumista y desquiciada. David reivindica su derecho a ser cursi -si no me creen lean los títulos de sus temas, parecen dictados por un poeta persa: Azul Azabache, Poema de mi soledad, Claveles Rojos...- y se toma el tiempo de maravillarse con que en su barrio alguien reparta cartuchitos de Jazmines entre las vecinas, una escena que él ha evocado por tanguillos. Lo normal a sus 24 años sería que se afanase en demostrar su virtuosismo técnico -picar mucho, remates de todos los colores, acordes raros, frenesí rítimico- pero en cambio elige el silencio y la pausa como protagonistas de sus composiciones. Toca como habla, en un tono quedo, muy despacito, quizás como respuesta al estruendo con el que los cazas de la base de Morón surcan el cielo de su pueblo. Hay que estar muy seguro para elegir ese camino, tanto como para vestir chalequillo de terciopelo y pasador de camisa.

Anoche presentó Callejón del Arte, su segundo disco en solitario, y en todas las composiciones expresó una personalidad tan patente como delicada. Claro que no es un eslabón suelto: su guitarra mira a Sanlúcar, a la Córdoba del primer Vicente Amigo, y en Sevilla a Riqueni, por citar algunas referencias que se comentaron en un patio de butacas embelesado con la capacidad comunicativa de este joven. Todo lo que tocó está presidido por el afán melódico, esto es, cada tema está lleno de motivos cantables, que se te quedan en la cabeza para tararearlos. Por ejemplo, la caña empieza como una nana, en los jaleos borbotean estribillos. Es un giro importante dentro de la tendencia de la guitarra flamenca actual. No hay nada sesudo, su música traspira claridad. Incluso en los palos más rítmicos, el compás está sujeto a un latido suave, y en eso también se aleja de la mayoría de sus contemporáneos.

Horas antes de este concierto confesaba a este Diario que quería que se le identificase por el buen uso de una serie de elementos técnicos como el trémolo, los ligados, los armónicos... Una suerte de léxico de la pausa, de música que flota por un tiempo en el ambiente. Así se notó especialmente en la soleá, que supo rajar con un falsetón de Diego del Gastor en la que aplicó un pulgar acuchillado. La taranta incluyó la grabación del cante de un aficionado de su pueblo, Rafael El Guardacoches, un momento que emocionó a los muchos paisanos que llenaban el Espacio Turina.

Por un instante temimos que esa pretendida calma nos hurtara algo de intensidad, pero llegaron las bulerías y nos cambió el mood -por usar una expresión de los de su generación que seguro él no utiliza-, con unos rasgueos preciosos y una brillante intervención de Lito Mánez, magnífico toda la noche.

Acudió entonces su compadre, el cantaor Manuel de la Tomasa, otro viejoven que con esta segunda intervención en su primera Bienal bien podría hacerse con un Giraldillo Revelación, si tal cosa siguiera existiendo. Qué seguiriyero acaba de ganar Sevilla. Al igual que su amigo, mira para atrás, muy atrás, y ofrece templanza, matices, emotividad. Puso al público en pie, que apenas tuvo tiempo de sentarse porque Glorieta de los Cisnes son unas alegrías celestiales. Como colofón la aparición de su musa, Sandra Carrasco, que dejó tres letras por fandangos de Huelva que son ya patrimonio de nuestra memoria: una cima de excentricidad, riesgo y belleza. Hasta eso le salió bien al de Arahal.

Habrá quien le acuse de tibio, pero en el fondo hablamos de un radical. Lo mejor, es que esto acaba de empezar.

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