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Un ídolo bajo las estrellas

Cuando sale la aurora | Crítica

Aurora Vargas en el Patio de la Montería del Alcázar. / Juan Carlos Muñoz

La ficha

**** 'Cuando sale la aurora'. Aurora Vargas. Cante: Aurora Vargas, Antonio Reyes. Baile: Pastora Galván. Guitarra: Miguel Salado, Manuel Valencia. Violín: Bernardo Parrilla. Coros y palmas: Niñas del Mono, Las Zarzanas. Lugar: Real Alcázar. Fecha: Lunes, 16 de septiembre. Aforo: Lleno.

Aurora Vargas hizo su recital habitual. Eso sí, aderezado con algunos añadidos: dos artistas invitados de campanillas, intervenciones en solitario de las coristas y la guitarra ... para alargar el concierto hasta una duración adecuada al escenario y al festival de los que se trata. Pero la base, lo que interesa, es su recital habitual. Para demostrar que sigue en forma, que está mejor que nunca. Que sigue teniendo la fuerza y el poderío que la convirtieron en un ídolo de los festivales de verano bajo las estrellas desde los años 90. Lo que importa de esta artista es su podería festero. Tangos y bulerías eternos, que no queremos que se acaben. Porque Aurora Vargas los adorna con ese baile visceral, radical, que es otra de sus señas de identidad. Canta como baila. Con un despligue físico enorme.

Dándolo todo, entregándose siempre. Luego, también tenemos sus alegrías, pastueñas, sentimentales, que nos retrotraen a otra época de lo jondo. Y los estilos graves, soleares y seguiriyas. Aurora Vargas canta alargando los tercios, respirando profusamente en el interior de la frase melódica. No obstante, quizá porque ya el recital estaba avanzado, la seguiriya la resolvió mejor, con más aire y continuidad. Esa seguiriya corta, directa, afilada fue uno de los hitos de la noche. Aurora Vargas tiene un don, una voz muy personal, plena color y de armónicos deliciosos. Ha patentado una forma personal de hacer el flamenco, adecuándolo a sus condiciones. Ofreció, como suele, dos caras de su arte: alegrías, seguiriya y soleá medidas, en la medida de sus posibilidades, claro, afinadas, y tangos y bulerías desbocada, dionisiaca, rota, entregada. Pura tierra. Es una intérprete única, una forma muy personal de entender el cante y la puesta en escena, y por eso, necesaria. Siempre lo fue, desde su eclosión. Y lo sigue siendo. Los invitados cumplieron con su función y los guitarristas demostraron que son únicos en el acompañamiento al cante. Porque acompañar a una cantaora imprevisible, como es el caso, no resulta sencillo. Es cuestión de oficio. Y mucho amor por este arte.

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