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El compás del día
Chano Domínguez se sitúa plenamente al jazz, en tanto que Diego Amador inventa un lenguaje nuevo, propio, con guiños al jazz y también a la música académica contemporánea. Algo parecido podemos decir de Pablo Rubén Maldonado, Sergio Monroy y Juan Cortés: todos ellos tienen querencias jazzísticas, por lo que buscan territorios comunes entre ambas músicas de raíz.
El sevillano Pedro Ricardo Miño se había mantenido hasta ahora más o menos ajeno a la influencia del jazz. Así lo vimos en la primera parte de su recital de anoche, que fluctuó, en un lenguaje que ya conocemos hace tiempo, entre lo que hace unos años se llamaba new age, nuevo piano de salón burgués, en este caso de los burgueses que escuchan su equipo de alta fidelidad en el salón, y la emulación de la melodía flamenca de la guitarra y el cante, a veces incluso de la llamada copla andaluza. La desventaja que tiene esta última característica es la de la armonía. Es fácil caer en armonizaciones costumbristas, casticistas, que despojan al flamenco de su fiereza, de su potencia modal.
Esa fue, otra vez, la característica dominante del concierto de Pedro Ricardo Miño. De hecho, algunos de los aficionados del público tarareaban las melodías conocidas, al reconocer una soleá o un cuplé. Y eso es de lo peor que le puede pasar al flamenco, que se pueda tararear. Porque, como digo, pierde su naturalidad, su fuerza, su fiereza. Su verdad.
La novedad, el cambio de tercio que nos prometía el pianista sevillano para este concierto y que, advertía desde el programa de mano, podía desorientar a algunos de sus seguidores, fue la inclusión de una base rítmica jazzística, contrabajo y batería. No obstante, la melodía de Miño apenas sufrió variaciones, pese a estas incorporaciones.
A última hora se produjo un cambio respecto a los intérpretes anunciados, cambio no advertido a los espectadores en el programa de mano ni por la megafonía. No vino el gaitero Carlos Núñez ni el cancionista flamenco Pitingo, y en su lugar compareció Estrella Morente que hizo un par de cantes y una pincelada de baile que hizo que el teatro se le rindiera.
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