Niño de Elche: "Meter el flamenco en la escuela es una imbecilidad nacionalista"
Bienal de Flamenco 2018
Hablamos con el protagonista del espectáculo más controvertido de esta edición de la Bienal
Su 'Antología del Cante Flamenco Heterodoxo', presentada en el Lope de Vega, no dejó indiferente a nadie
Paco Contreras (Elche, 1985), más conocido como Niño de Elche, protagonizó el pasado martes el espectáculo más controvertido de esta Bienal que apura ya sus últimas horas. Ejerce con sumo placer de iconoclasta, aunque se queje de ello con orgullo apenas disimulado, como si hubieran sido otros quienes le encomendaron esa misión titánica. Después de todo, dice con sorna, acabar con el flamenco no sería una manera cualquiera de "entrar en los libros de Historia". Y lo cierto es que hay momentos, durante esas constantes apelaciones a un "ellos" tan concreto –sus enemigos de la supuesta intelligentsia flamenca sevillana– como en el fondo fantasmal y abstracto, en los que parece decirlo como una boutade inocente, de broma, sí, pero también deseándolo un poquito en secreto. Siquiera por poder cobrarse su victoria personal en esa batalla de ambición mesiánica, y por lo demás tan vieja como el propio flamenco, contra el legendario monstruo de la Ortodoxia.
–¿Entonces cómo estuvo el concierto en el Lope de Vega?
–Se llenó el teatro, la gente disfrutó, aplaudió de pie al final, hubo muchas risas. Estuvo muy bien. Lo que esperábamos, más o menos. Pero allí no hubo ningún tipo de conflicto ni nada de eso.
–En tal caso, ¿por qué los críticos que lo pusieron mal son sin excepción posible, según usted, pedigüeños de un carguito en la Junta o cortos de entendederas?
–Lo peor es que mienten. Mienten al decir que no estaba lleno el teatro y mienten más aún al decir que la gente no estaba disfrutando. Lo que ocurre aquí es que yo me despaché a gusto, en un tono muy sarcástico además, y claro, ellos no están acostumbrados a que nadie se les enfrente. El público, encima, respondía con carcajadas. Tuvieron que pasar un mal rato, yo lo entiendo, eh. Ellos allí, sentaditos, sin poder abrir la boca, sólo con su maldita columna en el periódico... Yo estaba preocupado por si a alguno le daba un ataque epiléptico. Debe de ser duro tragarte durante dos horas a un tío al que odias y que se está cagando en todo lo que has hecho.
–Igual tampoco ayuda demasiado que usted insulte a las primeras de cambio a quien discrepe de sus planteamientos...
–¿A quién he insultado? ¿Llamar fascista a alguien es un insulto? Pues lee lo que escriben esos señores, que a lo mejor es que no los has leído. Además, para qué los voy a insultar, si sería como insultar a una piedra, que a lo mejor es lo que tienen dentro del corazón. A mí que nadie me tache de insultador, y menos aún en vuestra profesión. Mira, las críticas ya estaban escritas de antemano. Y yo fui hasta bueno, fui bastante recatado, porque había un ambiente en el teatro que si yo hubiera querido señalar allí mismo a cualquiera de estos, el público se les habría echado encima y seguramente hubieran tenido que irse abucheados. Eso sí que hubiera sido una performance maravillosa. Aunque por otro lado eso hubiera implicado darles demasiada importancia...
–¿La cosa va entonces de echar al que no está de acuerdo?
–Yo sólo digo que fui benévolo. Y que, si hubiera querido hacer sangre de verdad, podría perfectamente haberlo hecho. Están tan cabreados que no pillan las ironías. Los pobres se lo toman todo literalmente.
–Hombre, "que os follen" tiene poca doblez que analizar...
–Pero es que ese es un tema mío, hombre, y muy chulo además, y tú incluso lo habrás bailado alguna vez. Sí, vale, es una ironía. Eso puede ser. Pero como la cuestión es que no conocen mi obra...
–La cuestión es también, o sobre todo, que el día siguiente todo el mundo hablaba de usted. Podría al fin y al cabo que estas polémicas no le vienen mal precisamente...
–Ni mal ni bien. Para mí esos críticos no tienen ninguna entidad, y por eso están cabreados. Buscan clics en internet, quieren que un poquito de espacio y que alguien les haga caso. Pero una cosa te digo: en el teatro todos teníamos una sensación de tierra conquistada, y eso ya no tiene marcha atrás. Había un público que tenía más ganas que yo mismo de ver al Niño de Elche en la Bienal. Y encima en el Lope de Vega. Es muy esperanzador. Y eso es lo que más les jode.
–Francamente, cuesta no ver en todo esto una serie de inquinas personales que van más allá de discrepancias artísticas o la típica dicotomía ortodoxia/heterodoxia...
–Los críticos de flamenco, hasta los más progres, siempre me han parecido una panda de ineptos. Esto no es nuevo, llevo muchos años diciéndolo. Y los han sufrido muchos compañeros, no sólo yo. Naranjito de Triana, Israel Galván, Olga Pericet, Rocío Márquez... Han recibido críticas denunciables. Yo animo a los compañeros a que se enfrenten, a que los señalen. No a señalarlos, sino a que se enfrenten, a que les rebatan y a que denuncien ese periodismo de ellos que sólo es bilis. Y es una pena, porque ahora, a raíz de todo esto, muchos medios nacionales pueden llevarse una imagen muy casposa y muy rancia de Sevilla. ¡Al final no va a haber nada más antipatriótico que un crítico de flamenco!
–¿Cuál era el propósito o la búsqueda de esta Antología del Cante Flamenco Heterodoxo?
–Últimamente, "buscar" no es un verbo que vaya mucho conmigo. Me gusta más hablar de "experimentar". El encontrar, más que el buscar. Para buscar debe haber un anhelo de que vas a encontrar algo, o un prejuicio, porque intuyes ya más o menos qué es lo que buscas. Es como cuando escribes un libro: tú puedes escribir un libro con una tesis, o hacerlo sin tesis y que ésta se vaya escribiendo mientras se va desarrollando tu trabajo. Así me siento yo un poco con los últimos trabajos que hago. Cuando me sumergí en esta Antología quería hacer una investigación junto con Pedro G. Romero. Una investigación sobre el flamenco, sobre cómo el flamenco siempre ha sido en realidad una práctica heterodoxa y experimental.
–Usted comenzó en el flamenco más ortodoxo, en ese mundo de peñas, concursos y festivales de pueblos, desde niño. ¿En qué grado su afán experimental se explica conociendo ese corsé de la infancia?
–Bueno, sí, yo experimenté esos anhelos fanáticos de la ortodoxia. Me los llegué a creer. Conocí todo ese fascismo sociológico que está encerrado en esos ambientes.
–Su padre pensaba que iba a ser usted una especie de Miguel Poveda. Que cantaría bonito. ¿Cómo llegó el clic de decidir por ahí no?
–No podría verbalizarlo. Simplemente, esas formas para contar según qué cuestiones que yo quería contar ya no me servían para nada. En esos códigos conservadores y herméticos yo no podía ya maniobrar. Y mira, yo puedo comprender que mi concepto resulta difícil, pero la gran tragedia de los ortodoxos es que no han entendido el flamenco, porque la ortodoxia es una ficción, una utopía, y como por lo tanto nunca la pueden alcanzar, se cabrean, andan amargados siempre.
–Son bien conocidas sus duras críticas a la Bienal y a las instituciones flamencas. Y sin embargo también usted ha tenido un sitio en su programación...
–Es el segundo festival flamenco en el que he actuado en los últimos cuatro o cinco años. Siempre que me dejen un espacio en el que no se intoxique mi propuesta... Me ofrecieron venir, todo lo que propuse lo aceptaron, y yo dije "bueno, pues de puta madre". Y eso no va en contra de mi postura crítica con lo que representa el flamenco a nivel institucional. Una cosa es ser un artista radical y otra cosa es ser un artista coherente. Cuando uno se sumerge en las cosas, se da cuenta de que lo importante no es la coherencia, que al final no sirve para nada, sino comprender esas fricciones y saber trabajar en las grietas. Ahí es donde creo que mi propuesta puede estar.
–Sigamos rascando. Usted, furibundo antitaurino, participó en la inauguración en la plaza de toros, con Arena de Israel Galván, una oda a la liturgia taurina...
–En primer lugar, que esa obra sea una oda a la liturgia no significa que sea protaurina. Y además mi participación fue antitaurina: hice un texto de Eugenio Noel, antitaurino y antiflamenco. Y los nombres de los toros que se mencionan en el espectáculo pertenecen todos a toros que mataron a algún torero. No sé si será eso muy taurino... Pero esto no lo digo para intentar justificar que no hay contradicción ahí. Pues claro que la hay. Igual que yo vengo del mundo del underground y estoy trabajando con Sony ahora. Llámalo contradicción, llámalo experimentación, llámalo aceptación de la realidad y de todas sus paradojas.
–¿Le gustaría ir a más festivales flamencos o definitivamente ha encontrado un mejor acomodo en otros ámbitos?
–Es más lógico que yo esté en el Sónar que en la Bienal, la verdad. Pero el problema son las etiquetas establecidas. Si hay un festival de flamenco que me paga lo que pido y me da libertad para hacer lo que yo quiero, pues estupendo. Es verdad que con los festivales flamencos soy mucho más exigente, porque gran parte del público que va a ellos a mí no me gusta nada. Y por lo tanto paso de compartir espacio con gente que se organiza desde un pensamiento conservador. Pero no me gusta hacer planteamientos victimistas: en general, no es que no me contraten los festivales flamencos, sino que yo no quiero que me contraten.
–¿Y cuál es el problema del público del flamenco?
–Pues que consume todo ese flamenco que a mí no me interesa nada. Pero no porque ese flamenco sea más o menos bonito, sino porque me parece superfluo en un nivel estético, filosófico, social, antropológico, etcétera.
–Pone el listón tan alto que no sé si hay alguien haciendo cosas ahora dentro del flamenco que cuente con su visto bueno...
–A mí a lo mejor me puede interesar un segundo de un artista, o un tercio de un cante que ha hecho, pero eso no quiere decir que toda su obra me interese. Y no tiene por qué ser de las propuestas progres. Me puede interesar más un cantaor megaclásico que uno que va de modernito. Por eso no suelo dar nombres, porque da lugar a equívocos. Mi discurso no pasa por las figuras artísticas. Está todo más entremezclado. A mí de Arthur Russell me pueden interesar tres temas, pero esos tres temas son tremendos, o incluso me puede gustar nada más que su actitud vocal, aunque ningún tema de él me guste. O los discos de Scott Walker me pueden ampliar muchísimo el imaginario, incluso entendiendo que son discos muy herméticos que no permiten que te introduzcas en ellos, su forma de afrontar el canto me puede interesar. Pues todo esto funciona para mí igual con el flamenco. Si vas a la raíz, te das cuenta de que por naturaleza el flamenco es heterodoxo y experimental. Por eso yo siempre he dicho que si experimento es porque realmente he entendido de qué va esto del flamenco.
–Usted ha revisado en los últimos años algunas de sus ideas políticas. Y tampoco ha tenido problema alguno en reconocer que le interesa mucho Fernando Sánchez-Dragó, en principio bastante alejado de usted en el plano ideológico. ¿Le ha costado eso que alguna amistad o alguna complicidad se quedase en el camino?
–Las amistades son así, te separas de unos y te acercas a otros. Vivimos en un país de casillas, no se permite en España que uno trate de encontrarle el sentido a una opinión diferente a la propia. Yo en ese aspecto procuro no tener miedo. Cuando estaba haciendo el documental sobre Miguel Hernández, yo estaba muy cerca del Partido Comunista. Y entrevistando a Antonio Orihuela, él me dijo que la última muerte de Miguel Hernández fue su afiliación al PC, un partido retrógrado, conservador y totalitario. Yo me quedé... Se me cayó un castillo por dentro, incluso dudé si incluir esa frase en el documental. Ahora me río, porque en este momento opino exactamente igual que Orihuela. Aquello me animó a estudiar y a profundizar en esa cuestión. Yo leo a Escohotado, a Gustavo Bueno, a Marina Garcés, a Ramón Andrés, a tantos y tantos autores que a veces contradicen mi pensamiento. Dice Ernesto Cardenal: "No le tengas miedo al Universo". Pues eso. Jamás hay que tenerle miedo a la naturaleza de las cosas, que es la fricción y el estar cambiando siempre. Y yo creo en la práctica artística para superar todos los miedos. Se lo leí a Escohotado y estoy de acuerdo: buscar la libertad es ir superando los miedos.
–¿Cuáles son los suyos?
–Bueno, yo soy una persona criada en los miedos. Desde la infancia. Miedo a cada minuto. Siempre. A todo. Lo he ido superando, pero aún me queda muchísimo.
–¿Cuánto hay de afirmación personal en esa rabia suya contra toda norma heredada?
–Yo no he intentado nunca revolucionar el mundo del flamenco. Yo, más bien, he intentado revolucionarme a mí mismo. El flamenco para mí es un género o una estética que me ayuda a construir discursos, pero por lo demás cuando alguien me habla de flamenco a los diez minutos ya estoy aburrido.
–Vaya, pues menos mal que no le pilla ya en edad escolar la reclamación de muchísimos de sus compañeros de que se enseñe el flamenco en los colegios...
–Me parece una aberración, esa y otras imbecilidades parecidas sólo se les puede ocurrir a los nacionalistas. Pobres niños y niñas, lo que tendrían que sufrir. Qué coñazo que venga un tío de un pueblo a contarte su utopía con toda esa parafernalia provinciana. Pero, hombre, ¿cómo vas dejar el flamenco, que surge de la libertad, en manos de algo institucional, encerrado en un programa de estudios?
–¿Cuál es para usted la manera apropiada de acercarse al flamenco?
–Que haya espacios que programen más flamenco y que las entradas sean más baratas. Los flamencos se quejan todo el rato de que una generación de artistas entre los que me incluyen les quitan el trabajo. ¿Yo, yendo al Sónar, le estoy quitando el trabajo a qué cantaor exactamente? Pero mira, es que da igual: yo, el que algunos han decidido que es el Anticristo, el iconoclasta, animo a que programen más flamenco. ¡Es lo que he pedido siempre! Lo que pasa es que los flamencos piden otra cosa: que los programen a ellos. Esa es la pequeña diferencia. Su victimismo no les deja energía para pensar... Que se hagan publicaciones, encuentros, ¿habrá cosas que hacer? Es más: todo lo que se gastan en un mes en la Bienal se podría repartir en todo un año de actividades. Algunos ponemos el dedo en la llaga y parece que molesta, que vamos en contra del flamenco, ¡y es al contrario! Yo voy a favor, pero a favor de su liberación real. No me explicaré bien, porque parece que sólo entienden que yo quiero acabar con el flamenco. Que por otra parte, oye, me encantaría ser el que acabase con el flamenco, porque acabaría entrando los libros de Historia y todo, mira qué guay... Pero qué va, el flamenco tiene mucha más fuerza que yo, ¡dónde va a parar! Tendría que creerme yo un Quijote, pero para eso ya están los de la ortodoxia.
–Suele revolverse cuando lo comparan con Enrique Morente. Otros se pondrían gordos de orgullo. ¿Cuál es el problema?
–Con Enrique ninguno. Con la comparación, que es vaga, simple y de sordos. Que me digan qué cosas he cogido yo de él, porque se equivocan siempre, y además en mi cante hay muchas más cosas de Antonio Mairena que de Enrique. Lo que me da coraje es que no se escucha y se siguen los eslóganes como si fuésemos burros. Además, el Morente que yo reivindico es el experimental, y cuando los compañeros lo homenajean lo que hacen en realidad son canciones.
–A ver si va a resultar que tampoco se ha entendido bien a Morente a estas alturas...
–Nadie se fija en las experimentaciones que hizo en El pequeño reloj o Pablo de Málaga. Como mucho, llegan a Omega, que son composiciones más convencionales. En el flamenco están siempre comparando a todo el mundo con alguien, pero muchas veces no saben ni por qué. El mundo del flamenco tiene una frase muy bonita cuando hay un conflicto, que es "vamos a escuchar". Pero la cumplen muy poco. Decir por ejemplo que yo me parezco más al Lebrijano que al Mochuelo es no haber entendido nada. Así que no me molesta que me comparen con éste o con aquél, sino el poco conocimiento que hay de las cosas. A veces parece que ni ellos escuchan flamenco... Lo que pasa es que no ha superado la pérdida de Enrique Morente, ni la de Paco de Lucía. Y en vez de inspirarse en ellos y animarse a tener la actitud que ellos tuvieron, han preferido quedarse llorando, estancados en los años 80. Pero no lo reconocen, claro, y ese es su drama.
–¿Todo lo que hace un artista tiene significado político?
–Sí, claro. Aunque no quiera.
–¿Qué es exactamente el "flamenco socialdemócrata" del que suele hablar?
–En el plano político la gran aberración que veo ahora es entender el flamenco como elemento identitario exclusivo de los andaluces. La Junta ha insistido mucho en eso, y muy pocos se atreven a criticarlo porque querrán su bolsa de monedas o un puestecido de mileuristas en cualquier institución nueva que abran. Ese sistema clientelar es terrible. En cuanto al flamenco socialdemócrata, es para mí ese que sólo hace propuestas amables y progres, pero siempre con lógicas conservadoras. En la última década muy pocos se han salido de esa rueda. Y, mira qué bien, así tienes más o menos el respeto del flamenco conservador y de paso, para los demás, parece que eres hasta modernito.
–Vamos terminando. Hemos quedado entonces en que no queda ningún crítico de flamenco con el que no se haya peleado, ¿no?
–Es que no hay críticos, sino criticones. Y te digo más: incluso aunque uno de ellos hablase bien de mí, yo no le concedería mi respeto intelectual. Por eso no doy entrevistas a medios flamencos. Porque mi discurso no se puede tergiversar, no pueden recortarlo y trocearlo según sus intereses. O según sus dos dedos de frente... Nadie en el mundo de los críticos de flamenco tiene mi respeto intelectual. Nadie.
–Vaya. ¿Por qué tanta visceralidad en ese rechazo?
–Pues por todo lo dicho anteriormente. Y no hay visceralidad. Es una cosa muy reflexionada. Esto no es una niñatada. Que también estaría dentro de mi libertad que lo fuera, pero no lo es.
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