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Bienal de Flamenco 2018
Cuando Eva Yerbabuena inauguró la edición de 2016 del Festival de Jerez con Apariencias, ocurrió algo que acabaría marcando el destino de la bailaora sin que ésta lo sospechara: la cantante japonesa Anna Sato le entregó un cedé. Días después, en un viaje que hacía sola a Granada, la intérprete se puso aquel disco y quedó "atrapada", recuerda. "Llamé de inmediato a Paco Jarana [su pareja, guitarrista y compositor de sus espectáculos] y le dije que quería hacer algo con esta mujer", evoca Yerbabuena.
Fruto de este deslumbramiento surgió Cuentos de azúcar, la producción que la creadora granadina estrenó en el Festival Grec de Barcelona y que este sábado lleva al Maestranza como una de las últimas citas de esta Bienal de Flamenco. Un trabajo en el que Yerbabuena y Jarana se embarcaron en una larga investigación para comprender los significados de las canciones de Sato, composiciones populares de la isla de Amami y narradas en el dialecto de la zona.
Historias que una vez traducidas conmovieron a la bailaora por la sensibilidad y sencillez que encerraban. "Hay una pieza que se llama la Nana de Amami, por ejemplo, y que habla de un niño que pregunta por su madre y al que dicen que ella está en el campo, sembrando papas", cuenta Yerbabuena. "Y otra en la que se relata cómo las mujeres despedían a los hombres que se embarcaban, que en un gran número no volverían a casa", prosigue la responsable de espectáculos como El huso de la memoria o Lluvia, que muestra su predilección por el trágico amor que vivió Kaosumen, una esclava que desfigurada por su dueño decidió quitarse la vida antes de que el hombre al que quería la viese en ese estado.
El impacto que aquellas obras causó en Yerbabuena se intensificó en una estancia en Amami, donde visitó a una chamana y asistió a una reunión familiar "que era como una fiesta en Jerez. Y había señores que bailaban y yo los miraba y pensaba: Si es que no se puede ser más flamenco que ellos..."
Yerbabuena coloca las canciones en una propuesta en la que hay también mucho flamenco (tarantas, tangos, malagueñas o alegrías) pero en la que, advierte su creadora, "no se pretende fusionar nada. Y no hay una parte japonesa y otra flamenca, es algo complejo porque vamos hilando". Igualmente difícil de definir es el baile en el que se expresa esta vez esta virtuosa del movimiento. "Ni siquiera yo soy capaz de contar lo que me ha dado esta creación. Sería confuso si lo pusiera en palabras", reconoce sobre Cuentos de azúcar, en la que colabora la propia Sato y que tiene como artista invitado al bailarín Mario Bermúdez.
Como tantos flamencos, la bailaora siente un fuerte vínculo con Japón. "Fui por primera vez en 1992. Fue casarme y saber que me iba allí seis meses", rememora sobre un primer contacto que la dejó asombrada. "Había oído de los maestros eso de cómo veneraban allí el flamenco, pero pensaba que exageraban y me encontré con una pasión y un entusiasmo que no esperaba". De los japoneses, Yerbabuena admira "la profundidad con la que viven la cultura, la honestidad y la lealtad. Son tres virtudes que envidio", concluye.
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